Capítulo 2

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—¿Nando?— preguntó esta vez Amelia con un tono de voz más débil

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—¿Nando?— preguntó esta vez Amelia con un tono de voz más débil.

El soldado sólo ignoró aquello y volvió a su trabajo, entristeciendo a los infantes.

Los infantes siguieron caminando, los soldados los guiaron a una celda.

El soldado de pañoleta blanca no dejaba de mirar a los infantes, claro que los conocía, y quería ir a abrazarlos, pero no podía, no podía ponerlos en peligro.

Los rebeldes fueron puestos en la celda, todos fueron liberados de las cuerdas, pero eran tratados con brusquedad.

Amelia corrió con mejor suerte, los soldados no fueron bruscos con ella y evitaron tocarla, al no poseer cuerdas en sus muñecas, solo la dejaron pasar antes de cerrar con candado la celda.

—¿Estas bien, niña?— preguntó el teniente.

—Sí, señor— respondió está con una débil sonrisa.

Leo no resistió más y abrazó a su amiga a forma de consuelo.

Amelia y Leo se quedaron abrazados unos minutos, hasta que Merolick empezó a gritar.

Los repentinos gritos asustaron a la fémina que pegó un pequeño brinco.

—Shh, tranquila— habló el moreno tratando de calmar a La chica.

Ante los gritos de el señor de pañoleta gris fue el teniente quien lo mando a callar.

—Cállese, no ve que molesta a La Niña— habló el teniente mientras levemente señalaba a La Niña escondida en brazos de su amigo.

Merolick solo gruñó ante el regaño y se quedó callado.

—¿Y ustedes?, ¿por qué están
aquí?— preguntó García a otro hombre.

—Meh. Yo me escondí en el ejercito porque me andaban buscando por unos asuntillos pendientes, pero me salió el tiro por la culata, deserte y que me agarran— explicó el hombre apodado "Puma".

—Ah, ladronzuelo— acusó García.

Los hombres allí rieron por tal broma, sacando una sonrisa en la pequeña mujer.

—¿Qué?, ¿Ustedes no eran del regimiento de la muerte?— preguntó sonriendo. —¿Qué no los mataron a todos en Zitácuaro?— preguntó serio a lo que el ambiente se tensó.

—No a todos— respondió el teniente mientras suspiraba antes de darse la vuelta y tomar unos barrites de la puerta de metal. —Prometimos defender Zitácuaro con nuestra propia vida y les fallamos— respondió con tristeza.

Amelia cerró sus ojos unos milisegundos de forma empatica, se separó un poco de Leo y colocó su temblorosa mano en la espalda del hombre.

Mandujano solo sonrió ante el gesto de La Niña.

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