UNO

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¿Será posible encontrar a tu alma gemela en un hombre violento, que sólo te sonríe a ti?

Wooyoung se hacía esa misma pregunta cada vez que su peleador pisaba el ring, o la arena, para esos casos. Salía de los vestidores con el rostro pétreo y los músculos de los hombros tensos. Sus omóplatos visibles bajo los tirantes de la camiseta blanca eran todo lo que podía ver mientras recorrían el apestoso pasillo, donde los baños, que hacían las veces de camerinos, se encontraban.

Insistió en que aquella pelea no le beneficiaría en nada. A duras penas el lugar recibía invitados y las apuestas no se comparaban en nada a lo que podía obtener de una pelea estelar, con los anuncios bien pagados, las instalaciones de primera y, por supuesto, podía darse el lujo de vestirse acorde la situación.

Rodó los ojos y suspiró. De nada le sirvieron los argumentos cuando el peleador insistió en que, a veces, volver a su origen lo ayudaba a mantenerse cuerdo y enfocado.

Lo entendía, sí. Que lo comprendiera totalmente era harina de otro costal. Sus pasos eran relajados pese a lo tenso de su postura. Contrario a cuando lo veía recorrer el mismo camino en los centros de boxeo oficiales. En esas ocasiones, cuadraba los hombros, alzaba la cabeza y entornaba los ojos, respiraba erráticamente y golpeaba sus puños enguantados.

De cualquier forma, Wooyoung no podía evitar sentirse abrumado por su presencia. Aunque era un poco más bajo que el resto de los peleadores de su categoría, podía cubrir todo el espacio con su sola presencia, como si al situarse en el centro de la habitación, todos a su alrededor se dispersaran, volviendo sus caras para admirarlo. Él era un astro rey y lo sabía.

Por eso, cuando las luces amarillentas con las cuales alumbraran la pista se enfocaron en él, Wooyoung tuvo que cerrar los ojos, él no lo hizo. Sabía, aunque estuviera de espaldas hacia el agente, que sonreía. Presumido y socarrón como siempre.

Su oponente ya estaba en centro de la arena, caminando de un lado a otro, como león enjaulado. Cuando los vio salir, soltó una carcajada y miró hacia atrás. Un hombre de barriga prominente y poco pelo esbozó una sonrisa de dientes amarillos. Hizo una mueca de asco. El hombre con el que se enfrentaría no tenía idea de lo que le esperaba.

Lo superaba al menos por cabeza y media de altura y sus músculos marcados por venas verdes y tendones sobresalientes indicaron a Wooyoung el abuso de anabólicos. Esto saldría mal. Y no para su peleador.

Llegaron a su esquina con paso lento, sin que su chico se viera amedrentado por la actitud del contrario. Subió las manos para acomodarse el vendaje, pero sus dedos estaban tan rígidos que le resultó difícil hacerlo, por lo que Wooyoung tuvo que acomodarlo por él.

El gesto lo remontó un par de años atrás. La situación era parecida. Wooyoung se internó en un bar que no parecía tener mucha clientela, pensando que con eso podría despejar su cabeza del ajetreo de la ciudad. Todo el ruido y luces brillantes de los cientos de carteles, los miles de autos y escaparates dejaban al contador un tanto aturdido. Condujo sin rumbo hasta que se encontró fuera de la ciudad, mucho más lejos de lo que nunca había ido y encontrándose falto de combustible aparcó en la primera estación de servicio que encontró.

Solo eran dos estaciones y una de ellas estaba cerrada por un letrero mal escrito. Dejó el coche para entrar a la tienda con escasos productos, una de las luces parpadeaba amenazando con apagarse en cualquier momento y una viejecilla con sombras azules sobre los párpados y un labial rojo que se asomó también en su dentadura postiza y desgastada. Era como si todo fuera o lejos de la gran ciudad hubiese perdido su propósito de vida, simplemente se mantenía ahí hasta que su tiempo se agotara, dejándose pudrir y descomponer. Dejándose morir. A eso ni siquiera podía llamarle sobrevivir.

AMANTIS AD ARAS • WOOSANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora