TRES

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San no se queda tranquilo hasta que salen del bar.

Los tipos los siguieron hasta el baño, donde su maleta se encontraba. En cuanto entran, Wooyoung lanza el fajo de billetes que ha reunido al interior, saca su teléfono y teclea rápido mientras San termina de vestirse.

Wooyoung parece ajeno a todo cuanto lo rodea, por lo que no presta atención a los tipos que entraron y se dirigen a los mingitorios. San los observa por el rabillo del ojo. Se ha quitado las vendas, enrollándolas entre los dedos mientras se coloca los boxer en las manos. A su agente no le gusta que los use y ciertamente sólo los ha usado dos veces en su vida, pero ya tenía las manos algo lastimadas, quiere darse prisa en salir.

Uno de los hombres ni siquiera se fija en él, tiene la atención puesta en la maleta abierta a los pies de Wooyoung. San aprovecha eso y se desliza en silencio por el cubículo del baño, bloqueando la puerta con su cuerpo. El segundo hombre ni siquiera finge bajarse la bragueta, tenía algo escondido entre el bolsillo de la fea chaqueta. Por un momento teme que pueda terminar mal, que lo que hay bajo la tela sea un arma. Sus puños son potentes, pero resultan inútiles frente a una pistola. Echa un vistazo a Wooyoung que sigue con el teléfono.

¿En verdad no se ha dado cuenta de lo que sucede?

Quiere gritarle, ponerle sobre aviso, pero eso sólo alertaría a los otros y el tipo dispararía en cualquier momento.

Sin embargo, es Wooyoung quien los sorprende a los tres cuando, detrás de su pantalón se asoma su mano. Con un arma en ella. Wooyoung la sostiene con firmeza, como si aquello fuera lo más natural del mundo.

–Largo de aquí – ordena Wooyoung con voz ronca. –Tengo el arma cargada y otras dos en la maleta, no me den motivos para usarlas.

El tipo frente a él tiembla y San alcanza a ver una gota de sudor escurriendo tras su oreja cuando el cañón de la pistola se posa sobre su frente. Tiene que aprovechar la ventaja al ver que ninguno de los dos tipos está dispuesto a salir.

Corre los escasos pasos que lo separan del hombre y aferra su muñeca con una mano mientras la otra recorre el cuerpo en busca de la pistola. En efecto, encuentra un arma, pero San deja escapar una carcajada al darse cuenta que es sólo un arma de juguete. Ni siquiera pesa lo necesario como para infringir daño al golpearlo, por lo que la deshecha en alguna parte del suelo. El tipo se queja cuando San gira sus dedos entorno a la muñeca, torciendo la piel y haciendo crujir la articulación.

–¿No lo escucharon? –susurra San al oído. El tipo frente a Wooyoung asiente.

San lo suelta y salen corriendo del baño. Aun así, los miran con gesto hosco, murmuran cosas que San ignora mientras cierra la puerta.

Wooyoung se deja caer en el váter mugriento con la pistola todavía en la mano. El luchador se apresura a juntar sus cosas, se quita los boxer de los nudillos, guardándolos en uno de los cierres de la maleta. Se detiene un instante.

Tantea el interior sin ser capaz de mirar adentro porque no cree que la amenaza de Wooyoung haya sido real, no obstante, el metal frío entre sus dedos, la forma alargada y una caja bastante pesada confirman sus sospechas.

Mira a Wooyoung de soslayo, tiene la cabeza agachada, los codos apoyados en las rodillas y la pistola cuelga inerte en el medio. Se endereza y camina hacia él con cuidado, toma el arma y la desliza fuera de la mano de su agente. Comprueba su peso y que esté asegurada, no sabe qué calibre es pues contrario a lo que se piense de las peleas clandestinas, San es lo bastante sensato como para no meterse con nadie fuera del cuadrilátero por lo que le sorprende la diferencia entre la falsa de hace un momento y las armas que Wooyoung traía, muy escondidas.

AMANTIS AD ARAS • WOOSANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora