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El ruido de los autos en la calle, las personas hablando y el propio movimiento que mis pasos acelerados provocaban en todo mi cuerpo hacían de aquel momento, el peor de todos. Lo único en lo que podia pensar, era su calor en mi cuerpo cuando lo abrazaba, su emoción al verme cruzar la puerta cada tarde luego de otro día de trabajo, el color de sus ojos, que me  recordaban al ocaso, y el de su pelo de tantos tonos de café.
Cuando me di cuenta ya estaba doblando la esquina y...
    -Ten cuidado niña- me dijo un hombre gordo con el que choque de frente en la esquina.
    - !Por qué no miras por dónde vas!- fue lo que contesté instintivamente.
Aquel hombre no me hizo mucho caso luego de eso, solo siguió su camino, fue la mirada asombrada de dos jóvenes cruzando la calle lo que me hizo reflexionar sobre mi estado de ánimo; yo nunca soy grosera, ni siquiera digo malas palabras excepto cuando estoy tan ansiosa o preocupada como en ese momento.
Respiré profundo, traté de relajarme y continué caminando una calle más hasta llegar a aquel lugar al que jamás creí temerle.
La recepcionista me recibió con una sonrisa que noté finjida y luego me hizo pasar a la habitación, dónde lo primero que ví fue la cara del hombre en quien tenía puestas todas mis esperanzas, le noté preocupado, casí tanto como yo lo estaba, pero no pregunté nada
   -Sientate, por favor- Me dijo con un tono de lamento, lo que me puso más tensa todavía.
Tomé la silla que estaba frente a su escritorio y me senté tratando de aparentar tranquilidad.
    -Parece que la operación no ha dado resultado- dijo el revisando un par de fotografías.
¿Parece?- pensé. ¿Por qué no me dice si funcionó o no la tonta operación.
     -El tumor era demasiado grande para tratar de retirarlo- continuó mirandome a los ojos- proseguir habría significado matarlo sin mas y admirando el amor que se tienen el uno al otro, creí que lo mejor era que te despidieras primero.
Aquellas palabras fueron como cuchillos en mi garganta, sentí una presión conocida en el pecho, mis músculos se tensaron y no pude pronunciar una sola palabra.
"Médico veterinario" leí en un cuadro enmarcado que colgaba de la pared y luego lo mire a él nuevamente...
      -¿Qué es lo que pasará entonces?- pregunté con la voz rota
      -La decisión es tuya- dijo - tienes dos opciones, llevarlo a casa y esperar que ocurra naturalmente, o... el eutanax ahora.
      -No quiero que muera- dije casi susurrando para que nose notara mi falta de aire.
      -Lo hará de todos modos- dijo -pero, si decides llevarlo a casa sufrirá dolores, comerá poco o nada y se moverá apenas para caminar...
Lo interrumpí confundida, -quiere decir que si lo inyecta ahora no sentirá dolor-
       -Asi será- explicó - la falta de oxígeno en el cerebro lo hará dormir por un rato hasta que su sistema nervioso central dejé de funcionar, luego morirá, no sentirá nada durante el proceso.
       -Entonces, creo que esa será la mejor opción- respondí levantándome de la silla y saliendo de la oficina. Busqué la entrada hacia el consultorio y al entrar lo mire en la camilla principal, cubierto con una sábana blanca que sólo me dejaba ver su cara de la que tenía tantas fotos en la pared de mi cuarto. Miré sus ojos, tristes como nunca los había tenido, pero aún así su cola no dejo de moverse en cuanto dije su nombre y él me reconoció. Me acerqué poco a poco y acaricié su cabeza, me lleno la mano de saliva con besos lentos y sentí que el tiempo se detuvo.
         -Debemos hacerlo ahora, después tengo otras citas- dijo el veterinario con un tono de disculpa.
Moví la cabeza afirmando y abracé el cuerpecito peludo que me había acompañado durante tanto tiempo, me acerqué a su oído y susurré tantas veces -te amo, todo va estar bien, nos volveremos a ver-
         -¿Estas lista?- escuché
         -No- voltee a ver la cara del veterinario con angustia, sin soltar a mi perrito.
         -Voy a salir un momento entonces, tomate el tiempo que necesites- se dió la vuelta..
         -No, hágalo ahora, sino ya no tendré valor para quedarme y no quiero que sienta que lo abandoné- cubri mi cara mientras le seguía hablando a mi compañero de cuarto, luego él tocó mi hombro y vi la jeringa que llevaba en la mano.
Había tratado de estar serena, sabía que eso podía pasar; desde hacía un mes que le habían descubierto el tumor porque el pobrecito ya no quería comer nada; a partir de ahí me llevo tiempo conseguir una clínica donde pudiera operarlo, no me importó gastar casi todos mis ahorros en lo que se necesitaba y claro que muchas veces pensé justo en la situación en la que me encontraba, pero aún así era difícil de afrontar, la sentía muy irreal.
Rompí en llanto y lo abracé aún más fuerte después de asentir al médico con la cabeza, mientas sentia su respiración lenta y continuaba acariciando su cabeza, recordé cuando llegó a mí cómo regalo de mi madre para que me acompañara, pues me acababa de mudar sola, los paseos cada tarde el el parque, el silencio de la noche que se adornaba con sus ladridos y todas las veces que me había sentido triste y solo a él le había contado las razones. Poco a poco su cuerpo dejo de moverse y cuando finalmente se quedó quieto, sentí un vacío tan grande en el pecho, las piernas me temblaban y las lágrimas me consumían. Abrí los ojos cuando el veterinario volvió a tocar mi hombro:
      -Fue lo mejor para él- dijo - y yo sé que él fue lo mejor para ti.
No recuerdo mucho después de eso, de pronto ya tenía una cajita del tamaño de la palma de mi mano que guarde junto con su recuerdo. Tengo fe en que volvere a verlo algún día, y esta vez se quedará conmigo por siempre.
     





Por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora