Agata: Un amor mágico (Muestra) Disponible en Físico en Amazon

Prólogo

Ian

Valentine, Nebraska

Un año atrás

-Ian. ¡Oh por Dios! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡David, debes venir a ver esto! -vociferó mi madre desde la entrada de la habitación, me limité a entrecerrar los ojos, evidentemente fastidiado por el sonido chirriante de su voz. Sus ojos castaños se mostraron en extremo abiertos pareciendo sorprendida de verme sentado sobre mi cama con una botella en mi mano. Su cabello corto, liso y cobrizo se agitó cuando comenzó a inspeccionar cada rincón de mi habitación con la mirada.

-¡Estás exagerando, mujer! -la increpé, dejando la botella de vodka sobre el buró, me puse de pie y terminé de abotonarme la camisa frente al espejo de cuerpo entero que se encontraba empotrado en uno de los muros. El marco metálico de este brillaba cuando la luz de la lámpara de noche se reflejaba, siempre me pareció algo curioso, cómo si este realmente emanara luz. «Summers, deja de buscar formas para distraerte», me regañé a mí mismo.

Mis manos trabajaron rápido con los botones, mi sonrisa se descompuso en una mueca de hastío casi en automático, entorné los ojos al escuchar los pesados pasos de papá aproximándose a la pieza, no iba a permitir que arruinaran la fiesta, había quedado con los chicos de hacer algo en grande y estaba dispuesto a pasar un buen rato.

No tenía una vida sencilla, desde que entré a la adolescencia, mi libido había aumentado a límites estratosféricos, las chicas no dejaban de rondarme, sobre todo Megan Moore... Esa chica sí que era ardiente.

A diferencia de mis compañeros de curso, estaba por cumplir los diecisiete, por circunstancias de la vida, tuve que perder un año de escuela, así que he tenido que lidiar con ese asunto. Fuera de eso, me convertí en el capitán del equipo de natación, lo que me hacía bastante popular, aunque lo que realmente amaba, era la música, junto a mis peculiares amigos formé una banda, solíamos tocar en las fiestas que nosotros mismos realizábamos o en los concursos de talento del instituto, pero había cierto secretito que me daba ventaja sobre cualquiera... Soy un íncubo.

Mi naturaleza oscura contrastaba en demasía con mi ambiente familiar, los íncubos se engendran durante actos violentos, cuando un demonio encuentra a un humano para que sea su vehículo perfecto, llevan a cabo la posesión demoniaca. Buscan a su víctima, para luego abusar sexualmente de esta, con el único propósito de alimentarse de sus miedos y desatar caos con sus engendros, la parte mala era que la mayoría de las veces, las víctimas solían abortar o aún peor, suicidarse, dependiendo de lo traumático de la situación, otras más recurrían a abandonar a sus hijos en orfanatos en los cuales eran tratados como basura.

En mi caso, todo había sido bastante peculiar, era la luna de miel de mis padres, al parecer durante la noche, papá quedó poseído, por alguna extraña razón, mamá no lo notó y seis meses después, un bebé prematuro apareció en este mundo.

Algunos creyeron que yo era una especie de «milagro médico», ¿cuántos bebés prematuros sobrevivían? Yo había nacido con un tamaño y peso normal, los médicos incluso llegaron a dudar de mamá, no obstante, al revisar los registros, aceptaron que había nacido con tan solo seis meses de gestación y que probablemente tendría algún tipo de mutación genética.

Mi crecimiento fue el de un niño normal, hasta que entré al preescolar, una noche, papá llegó del trabajo, había prometido pizza para la cena, la olvidó. Hice una rabieta que por poco termina en desgracia, mamá me abrazó y tomé mi verdadera forma por primera vez, cómo era de esperarse, todos nos asustamos, yo estaba aterrado, y como no estarlo al ver que me había vuelto una sombra negra con ojos color verde brillante, no sabía qué hacer y al tocar a mamá, absorbí toda su energía, lo que me alteró aún más. Para mi buena suerte solo se desmayó y al cabo de unas horas, luego de ejercicios de respiración que mi papá me enseñó, volví a mi apariencia humana.