Pasaron aproximadamente a las siete, el portero le avisó y ella bajó automáticamente. Habían venido en una limusina. En cuanto entró los besó y abrazó a todos y se quedó sentada junto a Víctor y frente a Leo. Víctor tenía unos tres años más que Angie, era alto, más bien delgado, pero fuerte debido a que tenía que mantenerse en forma, al ser dueño de un club de sexo dónde abundaban las peleas tanto por maridos celosos, como por ajustes de cuentas o por verse obligado a defender a sus chicas de clientes viciosos u obsesionados. Era trigueño, de cabello marrón y ojos castaños, aparentaba mucha seriedad y elegancia, pero todo el que lo conocía sabía que era un desfachatado libertino esclavo de todos los placeres de la vida, sin prohibiciones ni inhibiciones. Alejandra tenía la misma edad de Angie, inclusive habían asistido juntas a la escuela hasta que terminó la preparatoria, al igual que su esposo, Leo, pero era totalmente diferente a todos ellos, era tímida, retraída, afortunadamente con los amigos íntimos se abría sin dificultades. Su piel era muy blanca, sus ojos eran de un intenso color violeta y el cabello castaño oscuro le llegaba hasta la cintura cayendo en ondas bien peinadas. Leo era muy blanco también, de cabello negro como el azabache y de ojos grises, alto, de constitución fuerte. No era tan dado a los placeres lascivos de la vida como Víctor, pero tampoco tenía inhibiciones ni tabús. Él y Alejandra llevaban unos meses de casados y les iba fenomenalmente.
- Aquí tienes - le dijo Leo mientras le extendía un vaso con coñac.
Angie viró los ojos en blanco y cogió el vaso. Los tres se le quedaron mirando intensamente.
- ¿Quieren jugar, chicos? - les preguntó mirando de soslayo a Leo y a Ale, conocía sobradamente esas miradas sugerentes.
- Los tres queremos jugar - respondió Ale mirando a Víctor con complicidad.
- Los cuatro - dijo Evangeline añadiéndose a la ecuación y bebió un sorbo muy despacio -. ¿En su casa o en Paradise? - preguntó mientras deslizaba el dedo índice por el borde del vaso.
- Tenemos más intimidad en nuestra casa - aseguró Ale, no era muy fanática de pasar la noche en Paradise.
Evangeline fue la última en salir de la limusina y fue la última en quedar cegada por las intensas luces de los flashes. Había unos veinte reporteros afuera, y algunos invitados por entrar junto a la puerta.
- Vamos a entrar rápido - le dijo Ale con urgencia mientras le cogía la mano, no soportaba estar rodeada de tantos reporteros, se asfixiaba.
- Tranquila, Ale, tampoco es que vayamos a pasar por encima de todas las personas que están en la puerta - le dijo a modo de burla.
A ella no le importó el comentario, salió caminando con Evangeline directo a la puerta, pero Víctor y Leo se quedaron atrás saludando a unos conocidos y no se percataron de que sus chicas se habían alejado.
- Espera, Ale - le dijo haciéndola detenerse -. ¿Qué ocurre? - preguntó expectante al ver el rostro ansioso de su amiga.
- Es que... no creo que... - interrumpió su explicación y miró a atrás de Evangeline, por encima del hombro de esta. Repentinamente se tornó pálida y estuporosa y no logró volverá pronunciar palabra, pero tampoco tuvo tiempo.
- Evangeline - saludó a Angie una rugosa y sensual voz masculina que le provocó estremecimientos en cada órgano del cuerpo. Pestañeó repetidas veces mientras miraba petrificada a Ale, dándole a entender que se arrepentía de no haberla seguido sin chistar... aunque su temor no era hacia las fotografías.
La piel de Angie se le crispó automáticamente, se le ató un nudo en la garganta, de repente sintió que el estómago le pesaba demasiado, como si estuviese repleto de plomo, las rodillas se le aflojaron y sintió que se le iba la cordura de las manos y con ella el dominio sobre sí misma. Respiró hondo para controlarse y mantener ocultas todas las sensaciones que despertaron dentro de ella y respondió volteándose.
- Bruce...
Toda su atención se centró en el hombre de treinta y seis años que tenía enfrente, con el pelo y la barba tan negros y una constitución tan musculosa y atlética que aparentaba diez años menos. No tenía ni arrugas que contar, su piel morena era una tentación para cualquier mujer caucásica, no tenía ni siquiera entradas, ni frente ancha... ni una sola cana. Sus labios eran finos y su mentón prominente, tal vez por la barba, una nariz recta y fina, unos ojos tan negros como el azabache, de esos que no se puede definir donde termina la pupila y donde comienza el iris. Su rostro parecía el de un joven inocente, era angelical y hermoso, pero tenía una mirada del diablo, de esas que tienen los hombres malos, sí, era maquiavélica, de esas capaces de erizarle la piel a cualquiera... tanto por pánico como por encantamiento.
Y fue principalmente la mirada penetrante y escrutadora de aquel hombre la que le hizo vibrar eléctricamente las entrañas a Evangeline y le descargó en el corazón acelerando y energizando toda la maquinaria y este le llevó la corriente a cada fibra de su cuerpo y la reavivó como si se transformara en una lumbre.
- ¿Qué probabilidades tenía de encontrarte aquí? - le dijo Eva con tono cáustico y por primera vez se fijó en los dos hombres que había detrás de Bruce, identificó a uno de ellos como a Nolan, su jefe de seguridad, al otro no lo conocía personalmente, pero sí lo había visto también, era rubicundo, musculoso, pero no tan grande y corpulento como Nolan, un afroamericano que parecía un mamut. El desconocido era tan alto como Bruce, quien, de no haber sido por el esmoquin, hubiese parecido otro guardaespaldas más gracias a su estatura y su atlético cuerpo -. A fin de cuentas, hay más de quinientas personas.
Bruce ignoró su comentario mordaz, decidió recordarle que le debía algo.
- ¿Por qué no asististe al almuerzo ayer? No me gusta que me dejen esperando, Eva. - Debido al público que tenían se abstuvo de concluir con una sórdida amenaza.
- No asistí porque no tengo nada que hablar contigo ¿Crees que porque me envíes un mensaje con la dirección de un restaurante y una hora determinada voy a ir corriendo a quedar contigo? - se sonrió sinceramente -. Que iluso te has vuelto, Bruce. No llevo ni dos minutos cerca de ti y ya tengo deseos de vomitar, imagínate como sería si tuviese que almorzar viéndote la cara.
En el mismo instante en que Bruce se disponía a contraatacar con rabia evidente, se acercaron a ellos varios periodistas.
- Señor Alcalde.
- Señor Holland
- ¿Nos permite tomarle una foto junto a su hija?
Ambos respondieron al mismo tiempo y con la misma muestra de urgencia.
- Ella no es mi hija.
- Yo no soy su hija.
Los tres periodistas los observaron desconcertados, estupefactos, admirados.
- Hijastra - rectificó uno de ellos -. Por favor ¿nos permite tirarles una foto?
- Por supuesto - respondió colocándole el brazo a Eva sobre los hombros y pegándola a él lo más que se podía, ella estuvo a punto de apartarlo con un codazo -. Sonríe, Evangeline.
- ¿Cómo te atreves a tocarme, bestia repugnante? - lo recriminó Evangeline sin dejar de sonreírle a la cámara, situación que provocó que Bruce sonriera naturalmente.
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Preludios de un Amor Instintivo
RomantikCuando el amor es luz, todo es hermoso, pero cuando solo existe oscuridad entre dos personas sin siquiera tener la certeza de que existe amor, el resultado puede ser devastador.