Capítulo 1.4

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– ¿Ya puedo ordenarle un nuevo traje a mi sastre? – la pregunta hecha con un tono frío e impasible les llegó desde sus espaldas, sin embargo, a Evangeline no le hizo falta abusar mucho de su memoria auditiva para reconocer aquella gélida voz del mejor amigo de Bruce, Hesse.
Solo un par en Suntown conocían su nombre de pila, pocos llegaban a conocerlo realmente y nadie, excepto menos aún de los que conocían su nombre, llegaban a pertenecer a círculo íntimo. Aterradoramente frío, calculador, desapegado e impío. Parecía más ser un ser programado, un robot sin alma ni sangre en su interior, que un ser humano. Era como una sombra creada por el propio Satanás con ojos de un glacial gris y semblante carente de expresión alguna. A diferencia de Bruce, los rasgos severos de Hesse no dejaban de advertirle a las personas lo profunda que, sin dudas, era su severidad y lo peligroso que era en absolutamente todos los sentidos. Lo cual era totalmente lógico si se tenía en cuenta que era un mafioso prácticamente omnipotente.
Ambos se voltearon al instante, aunque Evangeline lo hizo más por el giro que le incitó a dar Bruce que por su propia iniciativa.
– No – respondió Bruce apresuradamente mientras escarranchaba los ojos como signo de advertencia hacia Hesse –, me temo que el consejo todavía no ha aprobado mi propuesta para la recaudación.
La respuesta de Hesse fue enarcar ligeramente una ceja.
– Por Dios – masculló Angie –, si vuelvo a escuchar otro mínimo comentario acerca de política, recaudaciones o donaciones, juro que terminaré enloqueciendo.
Como obligado a mostrarse cortés, Hesse desvió su mirada directamente hacia Evangeline y sin cambiar su expresión o su tono de voz, la saludó:
– Buenas noches, señorita Van der Waals.
– Oh, pero si ya notaste que estoy aquí – soltó irónica.
– Evangeline – la requirió severamente Bruce.
– ¿Sabes qué? – le preguntó Angie a Hesse obviando el regaño de Bruce y mostrándose sospechosamente amistosa –. Ese último cargamento de MDMA que repartiste en Suntown, es la hostia. – Ella sabía perfectamente cuanto iban a molestarle aquellas palabras a Bruce.
El fuerte apretón que le dio Bruce en el antebrazo no logró amedrentarla en lo más mínimo, si hubiera mirado su rostro rubicundo por la cólera, tal vez sí se hubiera acobardado. A pesar de la furia que demostraba Bruce, su amigo parecía complacido. No todos los días una mujer hacía enojar a Bruce Holland.
– Todos lo son – señaló sonriendo retorcidamente –. Solo distribuyo lo mejor de lo mejor.
– Suficiente – masculló Bruce con voz gélida mientras la miraba directamente –, Evangeline, ¿ya olvidaste la forma en la que acostumbro a enseñarte a comportarte?
La pregunta quedó respondida cuando el brillo rebelde de sus ojos se transformó en símbolo de aprensión.

Cuando salieron del salón nuevamente, varios minutos después, él la guio hasta un pasillo solitario sin molestarse en mediar palabra y finalmente se encontraron frente a una enorme puerta de caoba. Bruce la abrió y esperó a que ella entrara.
– No voy a entrar ahí sola contigo – aseguró con voz trémula, sabía, de antemano, lo que estaba por venir, había estado provocándolo, jugando con la fiera mientras estaba enjaulada y ahora que estaba libre, iba a recibir su castigo por el atrevimiento – di lo que tengas que decir aquí mismo.
Las rodillas le temblaban, en el estómago se estaban revolviendo los tragos que se había dado junto al remordimiento por su propia estupidez. El corazón le latía tan vertiginosamente que temía que fuese a explotar de tanta sobrecarga. 
Las rodillas le temblaban, en el estómago se estaban revolviendo los tragos que se había dado y el corazón le latía vertiginosamente. 
– Cobarde – masculló cogiéndola por la nuca y haciéndola entrar por la fuerza, debía de ser un despacho porque había un buró, unas butacas y un sofá.
Bruce cerró la puerta de un tiró y se volvió a mirar a Eva. Estaba ya al otro lado de la habitación, temblorosa y pálida como la masa del coco mirando a todos lados en busca de una salida de emergencia. 
– Ven aquí, Eva, no voy a hacerte daño.
– No te creo – dijo y Bruce comenzó a avanzar en su dirección –. ¡Detente o grito! – profirió.
Bruce la observó impertérrito y regresó para sentarse en el sofá.
– Ven aquí nena – le dijo dando una palmadita en el asiento.
– Te escucho perfectamente desde aquí.
– ¡Maldición, mujer! – rugió parándose de un salto y caminando hacia ella amenazantemente, esta vez Eva no se movió, no reaccionó, el miedo la dominó –. ¿Crees que voy a arriesgarme a hacerte algo hoy con todas las personas que hay en el hotel?
– Eres muy capaz – susurró con voz trémula.
Bruce dio dos palmadas en la pared, una a cada lado de la cabeza de Eva. Ella se quedó inmóvil, estática y mirando a la pajarita de su esmoquin, no se atrevía a mirarle a la cara porque sabía lo fulgurantes que debían estar sus ojos negros y la ira que debían destilar.
La respiración agitada de Bruce fue calmándose paulatinamente a medida que aspiraba el aroma del cabello de Eva, justamente donde terminaba la frente y comenzaba el pelo. Estuvo tentado a acariciar con la nariz la suave piel y el sedoso cabello, pero se controló para centrarse en el verdadero motivo por el que la había llevado allí. 
– Necesito una esposa – le soltó con voz tranquila. Eva lo miró espontáneamente a los ojos. Insólitamente el corazón se le exprimió al escucharlo, pero el estómago se le revolvió por la aversión.
– ¿Qué mierda tengo yo que ver con eso? – le preguntó con tono abrasivo acariciándole con su aliento la boca a Bruce –. ¿Qué pretendes, que te busque una? Si te pudiera conseguir alguna a mi gusto elegiría a la reclusa más pérfida y repulsivamente despiadada que encontrara.
– No, no, no me estás entendiendo, Eva, quiero que tú seas mi esposa.
Eva se sonrió llanamente ¿Había escuchado bien o estaba alucinando?
– Esto no tiene nada de gracioso, Eva – la cogió con furia por el cuello, clavándole el pulgar debajo de la barbilla y los demás dedos en la nuca –, necesito una esposa, en la alcaldía me están pinchado constantemente porque quieren un alcalde casado, no viudo ni soltero. Bastantes críticas tuve que soportar al principio por ser tan joven, me limpié enalteciendo aún más esta ciudad, pero ya encontraron algo más que no les conviene.
– Me importan una mierda tus problemas en la alcaldía, Bruce, de hecho, en general, tus problemas me importan un comino. Si quieres casarte – se encogió de hombros – busca a otra que quiera hacerte el favor, busca a alguien que sea inmune a tu veneno, una que sea tan repudiable como tú. Yo no estoy ni remotamente interesada.
Bruce la contempló intensamente por unos segundos, sus ojos se mantuvieron impasibles, pero su corazón, extrañamente, comenzó a latir con más fuerza.
– No quiero casarme, Eva, pero sí tengo que hacerlo, sería solo contigo.
Esa confesión la asqueó, impactó e impresionó tanto que lo apartó de un empellón y se alejó rápidamente de él. Se colocó al otro lado del buró, manteniendo algo entre ellos para que no pudiera atraparla.
– Pues que irónico ¿No? Incluso si tú fueses el último hombre vivo en la tierra, jamás me casaría contigo, aunque la especie dependiera de ello.
– Me casaré contigo, Evangeline Van der Waals, por las buenas o por las malas.
La puerta se abrió y ambos miraron en esa dirección. Víctor había irrumpido, tenía una mirada colérica y respiraba agitadamente.
– Lárgate, Víctor – le ordenó Bruce flemático, sin mostrar ni un solo sentimiento.
– Solo con Angie – le dijo y la miró a ella –. Vamos, preciosa.
Bruce resopló colérico y se le adelantó, salió como alma que lleva el diablo y chocó fuertemente el hombro de Víctor al pasar junto a este mientras le dedicaba una mirada mortífera.
Angie miró a Víctor estupefacta, al instante rompió a llorar y se precipitó a sus brazos buscando confort. Allí lloró descorazonadamente.
– ¿Te tocó? ¿Te hizo algo? ¿Qué te dijo? – la interrogó furioso.
– No me lo vas a creer – aseguró entre sollozos.

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2023 ⏰

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