Epílogo

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Epílogo: Mañana de una pareja de gobernantes.

El aroma del café le hizo cosquillas en la nariz.

La conciencia de Aristine, que había caído sobre la cama, poco a poco salió a la superficie.

—Ungh...

Abrió la boca, pero todo lo que salió fue un gemido.

Los músculos de todo su cuerpo crujieron y sus extremidades se sintieron pesadas, como si hubiera sido sometido a un tremendo trabajo.

Su espalda estaba llena de flores rojas.

—Rinee.

La voz de su marido resonaba suavemente en sus oídos.

Una mano grande presiona suavemente la espalda y la cintura.

La sensación del músculo aflojándose hizo que la nuca se erice.

Mientras gemía, una mano subió por su columna y presionó su omóplato.

Aristine abrió los ojos temblorosos y volvió la cabeza para mirar a su marido.

—¿Estás bien?

Tarkan preguntó con una cara preocupada.

Parecía que sus orejas estaban colgando sobre su cabeza.

Un marido más joven y hosco podía ser lindo, pero los ojos de Aristine se volvieron agudos.

Tarkan preguntó apresuradamente.

—¿Quieres tomar café? También tenemos té negro, té de miel y jugo de naranja. También hay leche, así que, si quieres agregarla, dímelo.

Aristine miró la bandeja de la cama que le había traído su marido, el emperador.

Los preparativos fueron tan minuciosos que todas las mañanas Aristine encontró todas las bebidas que pudo pensar.

Sin embargo, los labios de Aristine no se abrieron.

Tarkan observó los ojos de su esposa y apretó los músculos de su espalda.

—¿Quieres darte un baño? La temperatura se ha ajustado, así que solo tienes que elegir la sal de baño. No levantes una mano. Te lavaré. Entonces te daré un masaje.

A pesar de las palabras desesperadas de su marido, los ojos de Aristine seguían siendo agudos.

—Yo...

Apenas abrió la boca. Pero las palabras no llegaron.

Su voz estaba completamente ronca.

Tarkan rápidamente le tendió el agua.

Aristine, que tomó un sorbo y sació su sed, miró a Tarkan.

—Te dije que te detuvieras ayer, cuántas veces, cuántas veces...

Al final, su voz tembló. Estaba triste y resentida.

Tarkan no sabía cómo parar.

Tan pronto como fue coronado emperatriz, casi muere.

Fue vergonzoso solo imaginar que la causa de la muerte fuera eso.

—... Pero al final, dijiste 'sí'...

—¡¿Entonces cómo puedes decir que no en esa situación?! ¡Después de empujar a la gente así!

Aristine gritó en voz alta al ver a Tarkan murmurando y dando excusas.

Al final, solo las palabras que Tarkan quería salieron del fuego que no podía arder ni apagarse.

Aristine no tuvo más remedio que darse cuenta con su cuerpo.

Aristine²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora