Dos capullos habían llegado hace unos meses al cuerpo, cambiaron el ambiente de esta, era más alegre, tenía más color. Al superintendente le gustó eso, ¿o le gustó uno de los chicos?
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-Intenabo y Volkacio (también habrán otros shi...
Ya todos estaban en comisaría, y como siempre, Horacio y Gustabo llegando tarde.
-García y Pérez, a mi puto despacho.-
Los dos chicos ahora se encontraban en el despacho de su superior, este estaba de brazos cruzados atrás de ellos mientras ellos estaban sentados en las sillas con la cabeza baja.
Después de una bonita charla, de gritos del superintendente y también insultos, se fueron del despacho...bueno, no se fueron los dos, solo el de cresta.
-¿Qué quieres?- Dijo Conway sacando una botella de whisky y un vasito.
-Uy va, ¿invite, no?-
-No.-
El rubio se acercó a su superior mientras esté tomaba de su vaso viendo directamente a esos ojos azules penetrantes que tanto le encantaba.
Dejo el vaso en su escritorio y se acercó al rubio, agarrándole de la cintura y darle un piquito en los labios.
-Venga Conway, no sea miedoso.- Se paró de puntitas el rubio y le cogió las mejillas para bajarlo un poco y comenzar a darle un beso.
Era un beso torpe, pero mientras iba calentándose la cosa, el super noto un sabor a acero o algo parecido.
-¿Qué coño tienes en la lengua?- Dijo para separarse de Gustabo y mirarlo.
Gustabo saco la lengua, enseñándole un piercing que tenía en la lengua mientras soltaba una pequeña risita y se le achinaban los ojos.
-La madre que me parió...-
-¡JAJA! Es solo un piercing, abuelo, no se asuste.- Después de decir eso, Gustabo pensó.- Usted también debería hacerce uno, aunque sea el de la oreja.-
-¿Cuántos piercings tienes?- Dijo el super haciendo caso omiso a las palabras del rubio.
-Pues tengo este de la ceja, el de la lengua, los de la oreja...y poco más.-
El superintendente soltó un suspiro y pensó bien lo que iba a decir.
-Vaya mierda.-
El rubio soltó una carcajada y recordó algo.
-Ah, mire, tengo otro.- Dijo quitándose su camiseta.
-Madre de Dios, me va a dar algo.-
-Bueno...hay que terminar lo que empezamos, ¿no?-
-¿Qué cos-- El super fue interrumpido por el repentino salto que dio el rubio para sujetarse del cuello del super y juntando sus labios.
El super puso sus grandes manos en los glúteos del rubio, para que no se cayera...claro.
Comenzaron a besarse, haciendo que el azabache llevara al ojiazul hacia el sofá y lo recostarse ahí mientras lo besaba y acariciaba sus muslos.
Estuvieron un rato besándose, la lujuria y pasión rebalsaba.
-J-joder, super, no sabe cómo me pone...- Dijo soltando un suspiro.
-G-gustabí--
Toc toc.
-¿Super?- Dijo Horacio a través de la puerta.
-Joder...¡Ya voy!- Gritaba con furia, separándose del cuerpo de Gustabo mientras este hacia un puchero.
El superintendente acomodó su ropa y abrió un poco la puerta para mirar con mala cara al de cresta.
-¿Qué?-
-¿Ha visto a Gustabo? No me coge las llamadas ni los mensajes.-
-Está conmigo, pero estamos teniendo una charla privada. Vete, capullo.- Le cerró la puerta en la cara.
Horacio tocó de nuevo la puerta.
El super abrió.
-¿Charla privada?-
-Sí.- Quería cerrar la puerta pero el moreno se lo impidió.
-¿Puedo entrar?-
-No.-
El super se dio la vuelta y vio a Gustabo poniéndose su camiseta y cogiendo una almohada que había en el sofá y poniéndosela tapando su entrepierna.
Levantó sus pulgares, como diciendo que Horacio pasara.
-Pasa, mariconetti.-
El de cresta, ahora azul, entró por la puerta, encontrándose a su hermano con la almohada en las piernas y revisando su móvil.
-¡Gusnabo! ¿Vamos a patrullar?-
-Ehh, no me he sentido bien, así que me quedaré en el despacho de papu durmiendo, me duele mucho la cabeza.-
-Oh, bueno, no te preocupes, cuídate, guarro.- Dijo dejando un beso en su cabeza y yéndose del despacho.
Una vez se fue del despacho, el super levantó una ceja y miro al más bajo.
-¿De verdad te duele la cabeza?-
-Claro que no, viejo. Pero lo que si tengo es muchas ganas de dormir, buenas noches.- Hablo para recostarse en el sofá y cerrar sus ojos.
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