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—¡¿Qué rayos?! —exclamó Sunoo cuando de repente la persona que menos esperaba encontrarse se sentó sobre sus piernas.
—Hola —Riki sonrió entretenido poniéndose cómodo.
—¡¿Q-qué estás haciendo?! —se removió incómodo.
—Tomo asiento mientras espero a que mi amigo aparezca.
Sunoo movió las piernas para que se bajara, pero Riki no se movió ni un centímetro.
—Linda falda —mencionó apartando la mirada para no quedarse embelesado con esos pálidos y gorditos muslos.
—¿Acaso te parece divertido molestarme haciendo estas cosas? —cuestionó Sunoo colérico con las mejillas ardiendo.
—Pensé que ya sabías la respuesta —volvió a sonreír.
A Sunoo lo irritaba que su sonrisa fuera tan... Tan difícil de no apreciar.
—Pesas —se quejó tratando de acomodarse en el puff, pero sus piernas estaban acorraladas por las del más alto.
—Tengo una solución.
Atreviéndose a sostenerlo de la cintura, Riki lo sujetó con ambas manos y les dió la vuelta a ambos. Ahora teniendo a Sunoo sobre sus piernas.
El más bajo se tambaleó y por inercia se sostuvo del pecho contrario.
Su rostro no podía estar más rojo, pero nadie podría notarlo porque la casa estaba a oscuras y las pocas luces de colores neón a penas revelaban sus caras.
—Estás loco —dijo bruscamente tratando de levantarse, pero Riki soltó otra risa y lo detuvo apretandole un muslo, lo cuál lo hizo pegar un brinquito sobre su regazo y soltar un gemido.
Los dos se quedaron estáticos, mirándose con los ojos agrandados. Las cosquillas recorriendoles la columna vertebral como un cable que se quema a toda velocidad.
