2: Estrella fugaz

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Ese día al despertar, sus pestañas sacudieron el polvo de estrellas que se había acumulado en ellas la noche anterior. Poco a poco, estiró su cuerpo, dejando que sus ojos se ajustaran a la tenue luz de la habitación. En su pequeña caja de zapatos había espacio para una sola vela, cuidadosamente colocada sobre una caja de música que debió haber pertenecido a una gran dama en un pasado lejano. Se preguntó en voz alta sobre la mujer que la había poseído, qué tipo de vida había llevado y qué tipo de música solía tocar la caja en manos de alguien más. Mientras contemplaba la llama parpadeante de la vela, imaginaba la melodía y un mundo de posibilidades se abría ante ella. Sonreí mientras vi cómo pensaba en todas las cosas que podía hacer con su vida, en todas las aventuras en las que podía embarcarse.

Ni ella ni yo podríamos habernos imaginado jamás lo que transcurriría en las próximas horas. Incluso desde mi posición privilegiada como su titiritero guardián, siempre pude ver cómo los hilos del destino se entrelazaban y se deslizaban fuera de mi control, demasiado lejos para distinguir a dónde conducían.

Sus pensamientos se enredaron en el aire sobre ella, en esos momentos podía verlos como si se tratara de un holograma parpadeante. Siempre me pregunté cómo reaccionaría ella si llegase a saber algún día que alguien manejaba los hilos de su vida, era capaz de adentrarse en sus más profundos deseos, velaba por su bienestar con tanta dedicación. Pero en el fondo lo sabía, sabía que en alguna parte dentro de sí misma lo sentía. Era la conexión especial que compartíamos, esa misma que me permitía trenzar su vida con tanta precisión.

Después de un rato de divagar, Aldara cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de absorber todos los olores que la rodeaban. Se concentró en la textura del suelo, sintiendo la presión de sus pies en la superficie mientras trataba de adivinar si ese día sería una alfombra de terciopelo suave o un mármol duro y liso bajo sus pies. Helado. La melodía constante que solo existía dentro de su cabeza la acompañaba en cada movimiento, creando una banda sonora única para su vida.

Esa vez resultó ser esponjoso, con hierba en pleno crecer enredándose con sus dedos, como flores silvestres aferrándose a la luna en un mundo en donde el sol nunca existió.

Luego, decidió ponerse algo especial para su día de aventuras. Se vistió con una túnica violeta que parecía una nube en pleno atardecer, adornada con toques de amatista, como su piel. Abrió lentamente el agujero que le permitía salir a conocer el mundo, emocionada por las muchas aventuras y sueños que le esperaban allí fuera. Como siempre, se sintió un poco nerviosa al adentrarse en lo desconocido, pero sabía que su espíritu aventurero la llevaría a lugares maravillosos y emocionantes.

Y aunque no fuera consciente de ello, sé que en lo más profundo de su alma confiaba en que yo estaría allí para protegerla.

Con delicadeza se preparó para salir al sol y se cubrió el rostro con el velo de seda que utilizaba para esconderse de la luz que la encandilaba. Aldara era un dilema andante, siempre cautivada por lo que más brillaba, aún sabiendo que sería dañino para sus ojos. En muchas oportunidades me pregunté qué habría sido de ella si yo hubiera estado para guiarla, para recordarle que no debía dejarse llevar por las apariencias, por lo más llamativo. Quizás era su misma inocencia, que no le permitía comprender cómo algo que podría parecer tan atrayente sería capaz de hacerle daño si se acercaba. Por suerte, yo siempre supe lo que era mejor para ella, desde que fue un pequeño capullo.

Para estar segura, solo debía seguir mis instrucciones, dejarse llevar por mis hilos.

Decidió emprender un nuevo camino, explorando la ciudad y zigzagueando entre sombras para encontrar un lugar que le pareciera interesante. Cuando estaba fuera de su cajita de zapatos, sus pensamientos no me eran del todo claros, pero podía sentir sus emociones como corrientazos eléctricos. Las vibraciones por lo general me permitían comprender sus deseos y anticipar sus próximos anhelos. De nuevo esta conexión única, perfecta. Ese vínculo inquebrantable, incluso en los momentos más difíciles.

Yo siempre procuraba consentir a Aldara y satisfacer cada uno de sus caprichos. Era mi única forma de ayudarla a alcanzar sus metas y procurar que su felicidad fuera constante. Y, por consiguiente, la mía. A pesar de esto, me embargaba la tristeza al recordar que no era directamente consciente de mi existencia, incluso sabiendo que dentro de sí misma tenía que saberlo. Que una parte de su alma me veneraba tanto como yo a ella.

Su silueta continuó danzando con gracia entre los escondrijos por los que revoloteaba para protegerse del sol. Cualquiera que la viera habría podido imaginar cuál era el ritmo que estaba siguiendo ese día, qué canción estaba plagando su mente en esa oportunidad.

Muchos habían intentado acercarse en el pasado, pero por suerte pude reaccionar a tiempo. Con sigilo me acostumbré a tirar de los hilos solo un poco, lo necesario para que su espalda se tornara a ellos, para que su rostro viera al otro lado cuando los más audaces intentaban hablarle.

Ella no tenía idea de lo mucho que hacía para protegerla, para mantenerla pura y preciosa como era debido.

Y justo en ese momento, mientras se deslizaba por la calle, logré salvarla de un par más. Se dio la vuelta sin saber muy bien por qué, dejando tras de sí una estela de pequeñas motas de polvo traslúcido que salpicaron las ropas de los rufianes que querían separarme de ella.

Siempre debió haber sido así.

Entonces las puntas de los dedos de sus pies comenzaron a cansarse, lo supe por mínimas expresiones en su rostro, incluso antes de que ella se diera cuenta. Justo como si hubiera sido el destino, o algún otro titiritero intentando trenzar los eventos más importantes que acontecerían en la vida de ambos, un lugar apareció casi por accidente.

 Justo como si hubiera sido el destino, o algún otro titiritero intentando trenzar los eventos más importantes que acontecerían en la vida de ambos, un lugar apareció casi por accidente

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Alas chamuscadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora