La melodía cesó, y los ecos de aplausos llenaron el aire.
La atmósfera se tornaba más serena y cercana a medida que se acercaba la medianoche. El pianista disfrutaba de un sorbo de vino tinto entre melodías, manchaba su sonrisa de tonos rojizos. Aldara danzaba, describiendo armonías invisibles con sus manos; su gracia atraía las miradas de muchos de los presentes, pero sus propios ojos estaban ajenos a esa realidad.
Su cabello aleteaba ferozmente alrededor de su rostro de porcelana, provocando sonrisas de frustración entre las demás damas que intentaban en vano imitar sus movimientos. Los hilos invisibles que la controlaban tan bien coronaban el espectáculo describiendo una fila de estelas desde cada una de sus articulaciones. Era un show privado, solopara aquellos que podíamos verlo, solopara los dos.
Cuando las campanas sonaron exactamente doce veces, mis movimientos cesaron, dejando a la hermosa Aldara a merced de la brisa como una polilla, frágil y cautivadora. Después de dos eternos segundos, retomé mi trabajo y continué regalándole mis gestos. Ella siguió revoloteando alrededor de las farolas de luz perlada mientras la salida se acercaba hacia nosotros.
Porque sí, éramos uno.
Cada noche, cuando el sol se escondía detrás de los edificios, ella salía a bailar en medio de la calle, iluminada por las farolas que se extendían por la acera. Era una bailarina solitaria, y yo su único espectador. Me encantaba verla moverse con gracia y delicadeza, siguiendo el ritmo de la música que solo ella podía escuchar. Se deslizaba por la calle con la misma suavidad que una mariposa, dejando tras de sí una estela de pequeñas motas de polvo traslúcido que nadie más era capaz de apreciar. Su presencia, efímera como una estrella fugaz en el cielo nocturno. Un cielo que ambos compartíamos.
Cada noche, cuando llegábamos a la puerta de su pequeño apartamento, parecía como si hubiéramos alcanzado un mundo mágico. La seguía siempre en silencio, controlando cada uno de los hilos que le daban vida. El lugar era sencillo, pero cuando ella entraba, todo se volvía encantador. Era como si su presencia pudiera transformar cualquier lugar en un paraíso, y yo el único afortunado de poder ser testigo de ello.
A veces navegaba por mares repletos de luciérnagas encantadas, otras paseaba horas por vertiginosos pasillos de algodón de azúcar. Siempre adoraba cuando se metía en cualquier escondrijo que tuviera algún espejo, su réplica lucía casi tan perfecta como la auténtica, con los mismos ojos de anochecer de la original. Entonces estaba horas admirando su divinidad mientras mis dedos hacían su trabajo, guiándola paso a pasohasta el más profundo de sus anhelos.
La contemplaba hasta que caía desvanecida en los brazos de mi archienemigo, el otro titiritero invisible, ese que la controlaba en sueños. Veía con angustia cómo sus pupilas se agitaban de un lado a otro por debajo de sus párpados transparentes. En esos momentos respiraba hondo y acercaba la yema de mi dedo meñique a su rostro, ligeramente más pequeño que el mismo.
Aunque no podía jamás sentir el tacto de su piel, en mi mente existía imaginación suficiente como para imaginármelo. Cadanoche lo hacía, cadanoche bastaba.
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Alas chamuscadas
Historia Corta¿Serías capaz de poner tus manos al fuego por amor? --------------------------------------------------------- Aldara ha sufrido tanto que su dolor la ha transformado en algo que ya no es humano. Busca desesperada algo que la haga sentir viva. En una...