3: Luciérnagas escondidas

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Después de dudarlo por un segundo, Aldara decidió entrar.

Con precaución, retiró la fina telaraña que cubría sus ojos y se adentró en la estancia. La habitación era pequeña y estaba construida con paredes de terciopelo y asientos de cachemira. Se sintió aliviada al darse cuenta de que el peligro había pasado, y aprovechó para inspeccionar detalladamente el lugar.

Al entrar, quedó impresionada ante la decoración exquisita.

Las elegantes lámparas de araña colgando del techo parecían joyas, proyectando un cálido resplandor que iluminaba todo el espacio. Pinturas delicadas adornaban las paredes, cada cual una obra maestra en sí misma. La combinación de los cristales en las lámparas y las pinturas creaba una atmósfera cautivadora que era a la vez acogedora y refinada, convirtiendo el sitio en una experiencia verdaderamente inolvidable.

Ni ella ni yo habíamos visto jamás algo comparable.

Lo que más le llamó la atención fueron las numerosas muñecas que la rodeaban, cada una de ellas intentando imitar su belleza y majestuosidad. A pesar de sus intentos, ninguna de ellas podría nunca igualar su elegancia y porte únicos que la hacían destacar entre todas las demás.

Mariposas, mantis y libélulas mirándose entre sí con expresiones nerviosas. Pude ver sus rostros en el instante en el que Aldara entró, como poco a poco la certeza de que no eran nada en comparación con ella. Ninguna polilla, ninguna muñeca tan perfecta.

¿Cómo se habrían sentido?

Sonreí para mis adentros, orgulloso, aunque ninguna pudiera verme.

Al frente de todas se encontraba un enorme escenario de cristal con un único individuo de pie en medio de él. Respiré profundo, calmando a mi preciosa mientras el resto mordía sus labios o sus uñas. Después de todo, yo solo tenía ojos para ella.

La persona en el escenario comenzó a hablar y noté como mi adorada se ponía nerviosa y su estómago se enredaba en un nudo de miles de hilos. Continué con mis intentos de calmarla, soplándole al oído un aire tibio y tranquilizador. Con el tiempo, se sintió más cómoda y decidió tomar asiento para contemplar silenciosa el espectáculo que apenas iniciaba.

La presión en sus sienes fue aumentando gradualmente mientras observaba a cada una de las presentes tratando de danzar con más gracia que la anterior. Mientras tanto, su mente se llenaba de dudas y su cuerpo se tensaba, sintiendo que la punta de sus dedos ardían y latían como si cada uno tuviera una vida propia. Era increíble como podía ver la temperatura de su cuerpo cambiar frente a mis ojos, lo mucho que me ayudaba eso a entenderla.

A pesar de esto, ella se mantenía allí sentada, tratando de resistir la presión sobrenatural que la obligaba a permanecer en el mismo lugar durante horas. Vi como, en su mente comenzó a cuestionarse qué podría estar causando esta extraña sensación y si había alguna forma de liberarse de ella. No era la primera vez que ocurría, incluso Aldara era propensa a dejarse llevar por la tentación de la independencia, el pecado de ir contra su destino. Por suerte, yo era su aliado. No todas podían decir lo mismo.

Trató de concentrarse en su respiración y en relajar su cuerpo, pero las chispas de indecisión seguían atormentándola, impidiéndole encontrar la paz que tanto anhelaba.

En una milésima de segundo, sus pupilas se ensancharon. En ese momento, yo estaba demasiado ocupado llenándome de valor para no apoyarla en salir huyendo despavorida, por lo que no le di tanta importancia. Pero luego, comencé a notar otros signos en ella: el interior de su boca se llenó de saliva, como si alguien hubiera dejado abierta una manguera, y su corazón latía con fuerza, estrellándose contra las paredes de su caja torácica.

Alas chamuscadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora