02. Capítulo dos: cómplice.

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CAPÍTULO DOS: cómplice

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CAPÍTULO DOS: cómplice.
«¿Acaso esto es malo o acaso es bueno?
Creo que a nadie le importa. Es solo un matiz»


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Satoru.


—¿Estás seguro de que podrá hacer un buen trabajo, Satoru? —preguntó Masamichi Yaga mientras se cruzaba de brazos; Satoru se limitó a escucharlo con la mente abierta, pero también con vestigios de escepticismo—. Sabes que tienes mi voto, pero hay una gran posibilidad de fallar si Narue no pone de su parte.

—¿Vas a dudar ahora? —murmuró Satoru con sorna; Yaga suspiró y apretó más sus brazos contra su pecho—. ¿Sabes? De nada sirve que hallamos discutido sobre esto si te pones de cobarde a mitad del camino.

—¡Satoru! —le gritó enfurecido y casi indignado—. ¡Es imposible conversar contigo!

—¡Mentira! Solo estás enojado porque te fui sincero —exclamó Satoru mientras se cruzaba de brazos y se giraba para mirarlo. Yaga, en respuesta, resopló un poco y luego apretó los molares—. La idea inicial no era dudar de Narue, Yaga, era darle ventaja contra los viejos de arriba.

Satoru no solo estaba inquieto desde el inicio de aquella mañana, también estaba muy emocionado por ver el progreso de Narue y sus sugerencias con respecto a su nuevo trabajo como profesora sustituta. Si bien Atsuya había dejado la vara muy alta, Satoru estaba convencido que Narue haría un trabajo excepcional... quizá hasta mejor que Atsuya.

Por otro lado, estaba Masamichi Yaga... quien no se veía cómodo con la idea de tener a Narue de nuevo en la escuela y menos como maestra; aunque eso fuera lo que menos le preocupaba a Satoru, no podía negar que la obsesión de Yaga por encontrar una solución rápida al Caso Oda era compartida. ¡Y ni que se diga de los viejos de arriba! Que desde el inicio de los tiempos han estado sobre los Gojō para que acaben de una vez por todas con los Oda.

La única manera de quitarle la incertidumbre a Yaga era si demostraba lo valiosa que podía ser Narue; lo que llevaba a Satoru a la próxima pregunta: ¿cómo lo haría?

—No me digas cuál era la idea inicial. Sé cuál era la idea inicial —señaló Yaga, y otra vez, se indignó. Satoru sintió un pinchazo en su cabeza por el tono de voz tan irritante de su antiguo maestro—. Es digno de mí orgullo que ella quisiera volver a intentarlo, Satoru; pero eso no significa que confíe ciegamente en ella.

Satoru suspiró profundo.

Desde hacía quizá un par de horas, Yaga y Satoru discutían de pie frente al grandísimo pasillo que daba a las afueras de la escuela; el pasillo no era el rocoso conectado con farolas de la entrada, era el que estaba más allá del quincuagésimo sexto torii y el que estaba bañado en madera de ciprés. El lugar era amplio y ni qué se diga de los santuarios que surgían de entre los árboles, estos eran igual de inmensos y mohosos que las piedras con las que fueron construidas en antaño. De lejos, se podía vislumbrar la cantidad innumerable de torii que protegía la escuela de las malas energías y de las maldiciones; también se podían ver las habitaciones, el comedor y el plantel principal, todos con la misma imagen tradicional de las casas de Japón.

El aire que pasó por la cara de Satoru había sido tan fuerte que hasta le perturbó los sentidos, pero no quitó su vista de la cancha de juegos de la escuela que quedaba justo en frente de ellos. Al igual que el tamaño de las nubes que adornaban lo ancho del cielo, los pisos de roble que sonaban cada vez que pisaban sobre ellos y los santuarios antiguos de la escuela que olían a byakudan, la cancha era grande.

—No te pedí que confiaras ciegamente en ella, te pedí que confiaras ciegamente en mí —Satoru le respondió con firmeza; Yaga frunció el ceño y asintió con la cabeza, quizá sumergiéndose en las dudas que tenía sobre Oda Narue—. Tú y yo sabemos mejor que nadie lo que significa tenerla con nosotros, en la escuela, así que no seas tan dramático.

Yaga temblequeó uno de sus pies. ¿A lo mejor le ponía nervioso la idea de arruinar el plan? Se preguntó Satoru mientras se concentraba en los alumnos de segundo año que luchaban en aquella cancha contra Narue; sin embargo, ¿de nuevo con ese tema? Como ya habían conversado todo ese tema la semana pasada, la insistencia de Yaga le generó un revoltijo de estómago al pobre Satoru.

Él comprendía, hasta cierto punto, el «tira y afloja» de Yaga. No sería la primera vez que lo pondría en aprietos ante los altos mandos, así como tampoco sería la primera vez que pondría en tela de juicio su moral y su ética, pero si no se arriesgaban a mantener a Narue junto a ellos... ¿qué les depararía el futuro? La posibilidad de tenerla en el lado equivocado de la historia sería más problemático que cualquier otra cosa.

Satoru ni siquiera quería pensar en eso, pero si llegase a suceder...

—La acepté en la escuela por ti y nada más que por ti, Satoru —murmuró Yaga con un poco de coraje en su voz, ¿como si estuviera arrepentido? Eso hizo que Satoru lo mirara—. Es tú deber demostrarme que estoy equivocado con ella y es tú problema si ella decide o no contribuir con eso.

—Yaga, no te preocupes por...

—Ya le di una oportunidad una vez, ésta vez no seré tan amable con ella. Si me fallas, te voy a arrancar esa sonrisita pedante que siempre tienes en la cara —sentenció mientras le devolvía la mirada a Satoru. Satoru cerró su boca pues pretendía continuar con su oración, pero tras la mirada fría y casi asesina del director de la escuela, no se atrevió—. Oda Narue siempre ha sido un caso especial entre los casos especiales, pero ahora... ahora no es más que un alfiler en medio de un...

—No son las flores más bonitas las que dan los mejores frutos. —. Satoru rió entre dientes luego de observar la mirada estupefacta del director, quien lejos de verse contento, lució enfurecido. —. Vamos, Yaga, Narue no es la misma de hace años; ¡además, eres el director! ¿No se supone que debes apoyar a los que están a tú cargo de vez en cuando?

Yaga chasqueó la lengua en respuesta.

—Hubiera sido una gran hechicera —agregó él.

—Bueno, no la veo muerta —dijo Satoru.

—Por ahora no lo está. —. Yaga miró de forma atenta aquel campo de atletismo de la escuela, donde Narue parecía tener un encuentro de palabras con Maki. —. Es cuestión de tiempo que la noticia llegue a las esferas de poder... y ya sabes a lo que me refiero. El director Gakuganji estará como una mosca en la sopa luego de esto.

—Es lo mejor que sabe hacer ese viejo, por no decir que lo único. —. Al igual que Yaga, Satoru analizó de forma atenta y casi curiosa la disputa tan repentina entre Maki, Okkotsu, Panda, Toge y Narue; una sonrisa se escapó de sus labios y Yaga no pudo evitar no percatarse de ella. —. Pero mientras estemos aquí, no le harán nada.

—A menos que su caso termine como el Caso Okkotsu, dudo mucho que su alma sea salvada —dijo Yaga bastante severo—, mientras tanto, encárgate de ella. Podrá ser una adulta y maestra sustituta de la escuela, pero no deja de ser un gran problema si no sabemos cómo contrarrestarlo.

—Hablas de ella como si fuera una enfermedad terminal —susurró Satoru y se mostró pensativo.

Satoru, aún cruzado de brazos, se dispuso a terminar la conversación, pero Yaga fue más rápido y prosiguió con sus comentarios sin importarle el rostro agotado de su antiguo estudiante.

—Escucha, Satoru, tú mejor que nadie sabe lo que significa acarrear con esta responsabilidad: la tienes desde que eras un niño —dijo Masamichi Yaga con un deje de consideración, pero Satoru lo percibió más como una advertencia. Satoru sintió como su corazón se apretaba, como sus músculos se contraían y como su espalda sostenía un montón de carga que antes no—. Cuida mucho tus movimientos, los de ella, y no dejes que nadie sepa lo que en realidad le sucede.

» Si tenemos mala suerte y esto no termina como en el Caso Okkotsu, puede que tú y yo terminemos colgados desde la cima de la torre de Tokio del cuello —dijo en voz alta, como si lo estuviera regañando. Su postura no cambió, seguía viéndose reacio a la idea de darle una nueva oportunidad a Narue, pero Satoru pudo percibir un toque de ironía en su conclusión.

Satoru intentó contener una sonrisa socarrona, pero le fue imposible: la burla que le sugirió ese futuro era incomparable. ¿Muertos? ¿Él y Yaga? ¡Nada más que una broma de mal gusto! Imaginarse eso por un momento era como una ofensa hacia su orgullo y hacia su forma de vivir, pero le era más increíble pensar que esos malditos viejos estaban aferrados a la ilusión de poder ganarle al más fuerte.

—¿Muertos? ¿Tú y yo? —exclamó con altanería el miembro del clan Gojō. Rió un poco y negó con su cabeza—. ¿Tienes miedo, Yaga?

Ésta vez, Yaga fue el que rió.

—Somos hechiceros. Estamos acostumbrados al peligro —señaló él con una sonrisa—, ¿qué sería de mí como director de la escuela si huyo de un acontecimiento como este?

—¿Eso significa que la apoyas? —preguntó Satoru a un paso de continuar su camino e irse colina abajo.

No obstante, el director se limitó a suspirar. Quizá Yaga pensó que Gojō estaba cansado de tantas expectativas, de que su nombre estuviera tan enraizado en los prejuicios y esperanzas del resto del mundo, que ya estaba harto de las cargas de gran tamaño; pero ante los ojos de Satoru la realidad era otra y en ninguna de esas realidades su posición como «el más fuerte» se prestaba para dudas o justificaciones.

Satoru no detuvo su caminar. Su mirada seguía puesta al frente: jamás miró al suelo, jamás miraba al suelo. Antes que Yaga finalizara la conversación, Satoru se despidió de él con una grata sonrisa y un meneo de mano, y justo después de eso, escuchó a lo lejos las palabras sin escrúpulos de su director.

—Hasta ahora, eso no es lo que espero —dijo el director con mucho ímpetu—. Mis esperanzas están en tus manos y nada más que en tus manos, Satoru... y eso no es una buena señal.

El corazón de Satoru dio un vuelco. Y se preguntó si lo que estaba haciendo encajaba mejor en los conceptos de benevolencia o de locura.




02. Cómplice.

NOROWARETA TAMASHII » jujutsu kaisen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora