Inglaterra, Reino Unido.
15 de marzo de 2023.
Pip, pip, pip.
El pitido del busca me despierta de mi reparadora siesta de dos horas. Como odio el dichoso aparatito y las noches de guardia en el hospital.
Con el cuerpo todavía entumecido por el cansancio y la falta de sueño, me levanto y comienzo a vestirme sin hacer ruido para no molestar a mi compañera de cuarto.
La luz ya empieza a entrar por las rendijas de la ventana, lo que significa que voy con el tiempo justo para llegar puntual a mi siguiente turno. Anoche me tocó guardia en el quirófano, una herida de bala que había perforado el hígado y el pulmón derecho de un joven soldado. Tras más de seis horas de cirugía para reconstruir las estructuras dañadas el chico quedó estable, y no puedo estar más contenta por él, tiene muchas posibilidades de recuperarse por completo. El único inconveniente es que ahora mis dos horas de sueño y yo tenemos otro turno a punto de empezar, y yo solo puedo pensar en volver a meterme entre las sábanas calentitas de las que acabo de salir.
Me miro en el espejo una última vez antes de salir por la puerta de mi habitación. No puedo evitar sonreír al verme la bata y la chapita de identificación sobre ella. Han sido tantos años de trabajo y esfuerzo; los cuatro de carrera, los dos de preparación en la academia militar, las prácticas en el hospital, sudor y lágrimas diarias para conseguir finalmente lo que siempre he querido, ser médico militar.
Recorro el largo pasillo del ala de habitaciones hasta dar con una gran puerta automática que la separa de la parte funcional del hospital. Paso mi identificación por el lector y tras un pequeño pitido esta se abre, dándome paso a lo que sin duda es un universo completamente distinto.
El olor a desinfectante inunda por completo la estancia junto con el sonido de los monitores y los gritos del personal sanitario que anda ajetreado de un lado a otro. Suspiro cansada y me preparo mentalmente para el día que se me viene encima.
Dios, por favor dame fuerzas.
Comienzo a caminar en dirección a la habitación del señor Robinson, mi primer paciente de la mañana, cuando un tirón de mi brazo me detiene en seco. Bajo la mirada encontrándome con Poppy, mi mejor amiga desde que entré a la academia y la responsable de mi adicción a los bollos de chocolate.
- ¡Vivienne! Tengo que contarte algo, ¡Urgente! – exclama arrastrándome a la sala común, vacía a estas horas.
- Como sea uno de tus datos del día como el de que el extracto de vainilla proviene de las glándulas anales de los castores, te mato– respondo, cerrando tras de mí la puerta para así tener algo más de privacidad.
- Tienes que admitir que ese ha sido una de las mejores hasta el momento, pero no, lo que quería decirte es que ha salido la lista.
- Oh – la lista.
Esta en cuestión es un simple trozo de papel A4 donde se ven reflejadas las notas de los más de trescientos candidatos que optan a trabajar como médico en uno de los equipos de élite, entre ellos, yo. En resumidas cuentas, solo los diez mejores aspirantes consiguen plaza. De entre ellos los tres mejores podrán escoger de que equipo quieren formar parte, mientras que a los siete restantes se les asignará uno al azar.
- Tierra intentando contactar con Vivi – las pecosas manos de Poppy aparecen a pocos centímetros de mi cara en un intento desesperado por llamar mi atención.
- ¿Y qué hago yo ahora? Ay por Dios, no quiero verla– el corazón se me va a salir del pecho.
- No te preocupes Vivi, respira, ¿Vale? La podemos ver juntas si quieres – en su tono de voz se puede apreciar la intención de calmarme. Una de las cosas que más me gustan de ella son estas, su positividad y la capacidad de mantener la calma en cualquier situación, cualidades que contrarrestan por completo con mi impaciencia y negatividad.
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Delta Force ©
RomanceYa estaba hecho, la decisión estaba tomada. Fuera cual fuese, ya no había tiempo para recular. Intentando calmar el temblor de mis manos, abro el sobre. Mierda. - Delta Force - Consigo decir tras unos segundos. Un silencio sepulcral inunda la sala...