Capítulo 2. Nuevos horizontes

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Dejar el hospital no fue lo que más me dolió, sino dejar a mi mejor amiga, Poppy. Es demasiado lo que hemos pasado juntas. Las noches en vela estudiando para los exámenes finales, los desayunos silenciosos en los que nos tomábamos las tostadas mirando un punto fijo en la mesa sin articular palabra, las risas histéricas por cualquier chorrada a las tres de la mañana cuando ya no podíamos más. Ha sido mi gran apoyo durante estos años, y me duele muchísimo dejarla atrás.

El camino en el coche se me está haciendo eterno, por no hablar del atasco que se me viene encima. Intento dar rienda suelta a mis pensamientos y concentrarme en lo que me depara el futuro en vez de quedarme estancada en el pasado. No sé si es peor lo primero o lo segundo.

Todavía no proceso el hecho de que en aproximadamente cuatro horas vaya a estar en la misma sala que uno de los equipos de élite más conocidos entre los altos mandos del ejército, y no precisamente por sus buenas acciones. Intento no repararme mucho en ello, pero es imposible. Muchos rumores sobre ellos rondaban por el hospital, algunos buenos y otros no tanto, pero todos tenían una cosa en común, y esa era su eficacia. La capacidad que tenían para acatar órdenes y cumplirlas, no existía nada que se interpusiera entre ellos y su objetivo final.

Cuando vuelvo a concentrarme en la carretera me doy cuenta de que el tráfico vuelve a ser más fluido. Piso el acelerador y arranco hacia mi nueva vida.

Después de tres eternas horas de viaje llego a la base militar. Es un complejo fortificado en las afueras, con perímetros cercados y guardias haciendo sus turnos desde las torres de vigilancia. Los edificios tienen un diseño funcional. A la derecha se puede divisar un pequeño edificio unificado al hangar, supongo que son las habitaciones.

Aparco donde puedo y bajo corriendo del coche. Voy un poco mal de tiempo y no está en mis planes llegar tarde a la primera reunión con el Capitán. Me olvido por completo de mi equipaje, que se queda en el coche, y camino apresuradamente en dirección a la entrada.

Cuando el director Chapman habló conmigo personalmente para felicitarme por mis "logros" comentó que la oficina del Capitán estaba en la primera planta, al lado del hangar, así que en vez de preguntar a cualquier persona dónde podía estar la maldita oficina, me pongo a buscar por mi cuenta. Al principio pensaba que era buena opción, pero al ver que tan solo me quedan cinco minutos para llegar me doy cuenta de que la timidez me acaba de pasar factura.

   Apoyo la espalda conta la pared y respiro, tratando de calmarme y buscar una solución rápido.

— ¿Necesitas ayuda? — Un hombre de tez morena está parado frente a mí, con una sonrisa ladeada y los brazos cruzados sobre el pecho.

Sus ojos marrones y profundos me miraban con diversión. Su pelo rapado, cuidadosamente recortado, realzaba su mandíbula y la forma de su cara.

Tiene una complexión atlética que refleja el cuidado constante de su cuerpo. Cada músculo parecía estar esculpido con precisión, seguramente resultado de una rutina de entrenamiento disciplinada. Sus hombros son anchos y su postura erguida demuestra seguridad.

— No. Bueno sí, la verdad es que un poco de ayuda no me vendría mal ahora mismo– respondo nerviosa. Lo último que me falta ahora mismo es perder el tiempo.

— ¿En qué te puedo ayudar...?—deja la cuestión a medias, preguntando indirectamente por mi nombre.

—Vivienne Bennet – suspiro intentando relajarme, pero la mirada se me va al reloj que llevo en la muñeca.

— Así que Vivienne — ríe suavemente.

— Sí, verás. Se que va a sonar raro y muy directo, pero tengo demasiada prisa como para explicarte con detalle. Soy el nuevo miembro de los Delta y necesito llegar urgentemente al despacho del Capitán Smith. – le explico rápidamente, dejando de lado la timidez.

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