La amable recepcionista les cobró la estadía y luego entregó las llaves de su habitación. Cuando miraba a Hadassa, no podía evitar sonreír. No iba a ser la primera vez que estuvieran juntos en un hotel, pero así se sentía. Todos los días eran como una primera vez.
Llevaron su equipaje a la habitación, y apenas ingresaron Hadassa suspiró y revoleó su brasier.
-Wow -dijo él-, ¿no me dejarás descansar?
Hadassa no pudo evitar sonrojarse, acción que le provocaba ternura.
-Sabes que me incomoda usar esa cosa todo el día. -pronunció mientras se abrazaba.
Él se rió.
Caminaron de la mano bajo aquél hermoso cielo celeste. Las nubes se asomaban delicadamente para dar sombra en algunas ocasiones. Hadassa llevaba puesto un sombrero de paja que combinaba con un bello vestido que le había regalado especialmente para aquella cita. Además, se maquilló un poco e hizo una hermosa corona con su cabello.
Parecía un ángel.
Se encontraban en una ciudad rodeados de montañas y niños que correteaban por todas partes. El paisaje era muy rural y el viento soplaba con delicadeza. Las casas, con su estilo europeo, volvían aquel momento algo soñado. Estar al lado de ella ya era un sueño.
En el recorrido, un niño se acercó con una rosa y se la ofreció a Hadassa, quien se agachó para estar a la misma altura y la aceptó para luego devolverle el gesto con un beso en la frente.
"Sería una buena madre." Pensó.
Al instante borró la idea de su cabeza. Nunca habían tenido aquella conversación y era algo que ella debía decidir.
Continuaron con el recorrido observando el bello paisaje, hasta que su esposa lo sorprendió al dar la media vuelta para mirarlo con ansiedad y preguntar como si estuviera leyendo su mente:
-¿Te gustaría tener un hijo?
Él, atónito, la miró fijamente sin que una palabra pudiera salir de su boca.
-Perdón... -Volvió a decir ella.
Siguieron en silencio, no con incomodidad, más bien, con tristeza.
Llegaron a una zona donde las casas carecían y la pradera y los pinos dominaban con sus tonos verdes. Las subidas eran inevitables y Hadassa empezaba a hiperventilar, algo que no pasó desapercibido por su esposo, quien decidió cargarla en su espalda. Cruzaron un rio, donde decidieron descansar y tomar algo de agua.
-Quiero -dijo ella mientras se ponía de pie y caminaba hacia el rio-. Quiero tocar el agua...
Cuando finalizó la frase, tambaleó y cayó al suelo.
-¡Hada! -Corrió hacia ella.
Sostuvo sus hombros y la hizo sentar. Ambos yacían dentro del rio.
-¿Estás bien? ¿Estás lastimada? ¿Te duele algo?
Hadassa sonrió.
-Llegué.
-Por Dios. -Dijo para luego abrazarla con fuerza.
-Comamos aquí -lo obligó a mirarla a los ojos-. Di que sí.
«Si se resfría sería un problema.»
-Di que sí... -Hizo un puchero.
Y no se resistió.
-Está bien. Pero déjame decirte que es la idea más loca que has tenido hasta la fecha, y si enfermas tendré que estar pendiente de ti en todo momento. Claro que no me molesta cuidarte, me encanta cuidarte. Es sólo que no quiero que te sientas mal, ni empeore tu salud, y...
Lo calló con un beso.
-Voy a estar bien...
La miró intensamente, con muchas ganas de devolvérselo.
-¿Cómo vas a cambiarte el vestido?
-Hay mucho sol, se secará rápido.
-¿Qué tal si lo pones a secar ahora?
Hadassa abrió los ojos sorprendida.
-Eres un atrevido, esposo mío.
Hubo una pequeña pausa acompañada de risas, y prosiguió:
-¿Por qué eres tan hermosa?
-Veo que vas en serio, Daiki.
-Contigo siempre voy en serio, Hadassa Hirawa.
No pasó nada raro, por si algunos de ustedes que están leyendo esto se lo están preguntando.
Prepararon unos sándwiches y disfrutaron del agua. Jugaron como niños y bailaron hasta que se cansaron y el sol comenzó a esconderse.
Daiki Hirawa amaba verdaderamente a su esposa. O más bien, la amó. La amó con gran certidumbre.
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FUE UN SUEÑO ©
JugendliteraturLa vida llena de diversión, fantasía y canciones alegres no era una opción, nunca lo fue. Trabajar, trabajar, trabajar o ser pobre e infeliz. Pero, la felicidad no venía por ese camino y Hadassa lo tenía claro. Sin embargo, cuando el amor hace su a...