Estaba aquí, como a 300 km de mi casa, me sentía extraño. Al principio me quejaba y renegaba de mi lugar de trabajo. Recuerdo haber llorado el segundo día de clases, cuando fui a visitar un pueblo en el cual me quedaría, no soy de una ciudad grande pero no tenía nada que ver con los lugares que estaba conociendo. Poco a poco de una manera, me adapte, aprendí a estar y a tranquilizarme, conocí a mis compañeros, hice algunos amigos y termine por sentirme cómodo.
Son extraños los lugares a los que te lleva la vida y las personas que te pone en el camino, podría regresar hasta hace 10 años sin siquiera tener idea de cómo terminaría aquí, pero de nuevo, aquí están las decisiones y supongo que aquí estamos viviendo y lidiando con ellas.
Me encontraba reconstruyéndome en todos los aspectos, mi cuerpo, mi mente, mi corazón. Conocí a una persona que me hizo sentir todo lo bonito del mundo y me juró que estaría por siempre. Final esperado: No lo estuvo. Me he cuestionado innumerables veces respecto a mi personalidad y mis emociones, nunca dejo que me controlen, porque si lo hago, terminan por destruirme. Hace un año, a ese punto llegue. A ese punto de destrucción del que no quieres regresar, en el cual comienzas a pensar que lo mejor es dejarse ser destruido por completo.
Termine peleando por lo que en un principio quería. Dándome cuenta que no necesitaba de nadie para existir y que tenía todo, absolutamente todo, para ser feliz. Caí en cuenta que perder era parte de la vida y que un para siempre puede acabar en cuestión de meses. Me sentía incapaz de volver a tener a una persona lo suficientemente cerca como para que me empezará a importar. Internamente me sentía traicionado y expectante a otra traición. Termine por aferrarme a mi familia, a mis amigos y a la idea de que toda mejora.
10 meses después de encontrarme en este lugar, en el que creía que nada pasaba, algo paso. La cosa con los inicios es que no siempre los vemos. Todo puede empezar como un día rutinario y cargado de ninguna emoción. Supongo que las emociones siempre están ahí. Las sentía al escuchar la música en el camino al trabajo, al pasar por las cien curvas, al vislumbrar el verde y la frondosidad de los árboles, al apreciar la inmensidad de las montañas cuya formación no podría ser mas que obra de Dios.
El camino a mi escuela, se conforma de una rampa de piedras, lodo y polvo que se inclina frente a ti. Todos los días, al bajar por ella, podía sentir el vértigo generado por la altura. Podías contar las piedras, pero francamente creo que terminarías perdido e iniciando el conteo una y otra vez. Al levantar un poco la cabeza podías ver la cantidad de casas que se encontraban en torno a las montañas y apreciar el verde de los árboles. Al terminar de bajar, te esperaba una barda larga que terminaba en el portón de dos hojas que marcaba la entrada de la escuela.
Recuerdo que era un martes cuando todo comenzó. Seguí el camino habitual hasta la escuela, entre a la cancha que te recibía, rodeada de filas de salones acoplados uno junto al otro. Una vez dentro de la escuela todo parecía ordinario, salude a mis compañeros, registre mi entrada y llegue hasta mi salón, atendí a mis niños durante el tiempo lectivo hasta que fue el momento de que se fueran a casa. Al finalizar me encontraba borrando el pizarrón para poder irme, cuando lo vi. Lo vi y no quise dejar de hacerlo, dentro de mi mente me aquejaban muchas dudas ¿seré muy obvio? ¿notara que le estoy viendo demasiado? Su cercanía me saco de mis pensamientos, me hizo aterrizar y probablemente, ruborizar.
–Hola maestro, soy el Dr. Ryan, acabo de llegar aquí a Driftwood, me asignaron a la clínica comunitaria –dijo extendiéndome la mano.
Yo no podía dejar de mirarlo, me sorprendió bastante lo surreal de la situación y lo avergonzado que me sentía por cuan cohibido actuaba.
Extendí mi mano y tomé la suya.
–Mucho gusto, yo me llamo Illán –trate de sonar lo más relajado posible. Me miro con sus ojos café claro y no pude evitar que mi estomago se revolviera.
–Le quería preguntar, ¿de casualidad sabe quién viaja a Austin?.
–Viaja un maestro, no va a esta escuela, le puede preguntar a la directora, solo que ella no vino hoy.
–Oh muchas gracias, si es que quiero irme a vivir allá pero no tengo idea de cómo subir por eso le preguntaba. Muchas gracias, hasta luego –se despidió con otro apretón de manos.
Me quede congelado procesando lo que había pasado, tratando de no morir del arrepentimiento por decirle algo, darle mi número o algo por el estilo. Ya nada podía hacer, me dispuse a terminar de guardar mis cosas, salí del salón y lo vi recargado en el ventanal del salón contiguo al mío. Tenía esa pinta de seguridad que me encantaba, aunque también pinta de que me haría sufrir.
–Yo viajo a Emporium todos los días –le dije, sin pensarlo.
–Ah, muchas gracias –respondió algo confundido.
Esta vez, el turno de despedirse era mío, así que lo hice:
–Cuando necesite algo, me puede decir, hasta luego.
Me dedico una sonrisa y le devolví una yo. Pero tan rápido como crucé el portón de la escuela me di cuenta de lo tonto que había sido. No le ofrecí mi número. Grandiosas habilidades sociales de un introvertido.
Camine hasta mi coche, lamentándome lo sucedido y pensando en la persona que acababa de conocer. En mi trayecto me encontré a la hermana de la directora, quien se dispuso a subirse a su camioneta y dedicarme una mirada gentil. En ese momento volteé y lo vi, solitario, venía a cierta distancia de mi, imperceptible ante mis pensamientos.
Me acerque a la ventana de la camioneta de la maestra.
–Maestra, el doctor me pregunto respecto a si podría viajar con ustedes a Austin, trabaja en la clínica de aquí y ¡DOCTOR MIRE A ELLA LE PUEDE PREGUNTAR! –lo último me salió de una desesperación y una necesidad que tenía por ayudarle.
–Gracias maestro, nos vemos. – Me dijo y se acercó a platicar con la maestra.
Yo, un poco agitado por la emoción, me despedí con la mano. No pude parar de sonreír hasta que subí al coche, pensando en todo lo que había sucedido en menos de una hora. Recordé el tacto de su mano, suave, pero con un agarre firme. Me imagine en sus manos un bisturí, unas pinzas de Allis o una aguja de sutura. También las imagine sosteniendo mi mano. Recordé la gravidez de su voz, la barba que me imaginaba tocándole y sufrí, porque creí que quizás, esa sería la última vez que lo vería.
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S Á L V A M E
RomanceIllán es maestro y está lejos de su casa. Se esta recuperando en todos los aspectos de una persona que le hizo mucho daño. Ryan es un doctor que acaba de llegar al mismo lugar donde Illán trabaja. Sus vidas cambiarán cuando se conozcan. Tal vez él s...