Capitulo 2

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Toda mi vida he oído hablar del amor, en las películas, en los libros que leía hasta el amanecer, en las parejas del parque, en mis amigos... Hablaban de lo maravilloso que es, de las famosas mariposas en el estómago, los nervios de la primera vez que conoces a alguien, la primera mirada, el primer beso...

Me enamoré del amor sin haberlo conocido, leí todo lo que pude sobre ello. Leí las mil formas que había de encontrarlo, como los protagonistas se enredaban hasta por fin tener su final feliz, me consideraba una soñadora, anhelando poder sentir todo aquello alguna vez y aunque soñaba despierta la mayoría de las veces, nada me preparo para el momento en el que lo conocí a él.

Ocho años atrás, 14 de abril 2014.

Estaba en mi parque favorito, siempre que podía pasaba a caminar por él. Me llamaba la atención la cantidad de estructuras que había, era como estar en un mundo oculto lleno de historia. Traía conmigo uno de mis libros favoritos, el nombre inexistente desgastado por los años de lectura y las orillas ya agrietadas me decían que era hora de que este libro cumpliera su ciclo. Nunca supe cómo se llamaba, fue un libro que encontré en una venta de libros usados, estaba envuelto en papel con una cita que decía "No te vayas esta noche, ni esta ni ninguna otra. Permíteme convencerte de quedarte las veces que haga falta, de hacer valer tu compañía junto a mí y si me dejas, atesorar cada momento junto a ti. Para que cuando elijas no quedarte ni esta noche, ni ninguna más, pueda rememorar y saber que no fue en vano todo lo que me permitiste dar." Me enamoré del libro cuando lo leí y sentí que buscar su nombre le haría perder la magia o el significado que tenía en mí.

Conmigo, pero a lo lejos estaba él, un chico no mucho más grande que yo. No era la primera vez que coincidíamos, pero si la primera vez que él se acercaba a hablarme. Me encandiló con su sonrisa y no pude escuchar nada de lo que me decía, estaba perdida pensé. Todo se sintió como en los libros, pude notar el calor en mis mejillas, las manos comenzando a sudar y como se me trababa la lengua al hablar. Él me sonrió casi con dulzura, le pedí que me repitiera lo que me había dicho mirándolo a los ojos que noté que eran de un ligero verde con marrón.

- He dicho si quieres ir a tomar un café, hay una cafetería muy buena cruzando la calle -. me repitió y solo pude decir que sí, aunque no tomaba café, eso no pareció importarle mucho. Cuando llegamos, nos ubicaron en una mesa que daba a la calle con dos sillas enfrentadas, me senté dejando mi libro y el teléfono junto a mí. Él no parecía traer mucho consigo, solo un morral mediano de color negro – trabajo en un bufete de abogados, soy contador - Me explicó cuando observé su maletín, fascinada - ¿Tu trabajas, estudias o qué te gusta hacer?

Hablamos toda la tarde, pidió té por mí y no hubo ningún silencio que él no supo cómo llenar. Ese día supe que su nombre era Lorenzo, que tenía veintisiete años y que ya me había visto un par de veces pero que no se atrevía a hablarme, le comenté que al igual que él, también lo había visto y compartimos una risa nerviosa. Nos observamos muchísimo tiempo y hablamos de todo, le conté que estudiaba letras en la universidad y que estaba en mi segundo año, que trabaja por las tardes cuidando niños pero que ese era mi día libre. Ambos compartimos el mismo gusto por el otoño y las salidas a caminar.

- Me encantaría que habláramos y poder salir de nuevo, si tú quieres – Me dio su número en una tarjetita, Lorenzo decía, yo le escribí el mío en una servilleta que me dio la mesera, con una sonrisa y me marché, con la esperanza de que él me escribiera esa noche.

Actualidad

Han pasado las horas y ya estoy terminando mi turno en la cafetería, suena la campana de la puerta y lo primero que observó es a un joven de elegante vestir cuyo aroma trajo a mí una carga inmensa que tensó cada parte de mi cuerpo y desplomó cada uno de mis pensamientos dejando solamente esa inquietud tan palpitante que sentía en el pecho. No es él, me repetí una y otra vez mientras se acercaba, no es él.

Su perfume me invadió tan rápido que no me dio tiempo a prepararme, veía como sus labios se movían, me estaba pidiendo algo, pero yo no estaba ahí, mi mente se alejo a los viejos recuerdos, mis manos dejaron caer el vaso que estaba secando, un ruido sordo me despertó de la ensoñación que estaba teniendo. Miré el suelo, el vidrio hecho añicos sobre mis zapatillas y el suelo, volví a mirarlo, me temblaban las manos y sentía que en cualquier momento me iba a faltar el aire.

Es solo un perfume, creo que susurré, no es él. Dije una disculpa a medias y me fui, pidiéndole a mi compañero que lo hiciera por mí, que necesitaba aire.

Sali por la puerta trasera, la que da a un pequeño patiecito en el que solemos salir a descansar, me senté tomando mis piernas con las manos y tratando de respirar hondo, sintiendo mi cara húmeda.

Es increíble como algo tan pequeño como un aroma puede detonar tantas cosas. Me esforcé en respirar, en contar cada cosa que tenía cerca. Los seis escalones en los que estaba sentada, las cuatro masetas de flores que había, los cuatro postes que sostenían el techo del patio, las cinco sillas que estaban en frente mío. Poco a poco me pude calmar, me sequé las lagrimas con el borde del delantal y me peiné de nuevo. Iba a tener que dar muchas explicaciones y pagar un vaso nuevo.

Cartas a un viejo AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora