Mugidos Y Zumbidos

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A las dos de la tarde, en casa de Mina, un mugido sobresató al técnico que intentaba encontrar el daño del televisor.

—Le repito que esta tele hace ruido sin parar, sobre todo de noche —le dijo la chica al pobre hombre, qué miraba a su alrededor con aire preocupado.

—Pues yo no encuentro ninguna falla. Y tampoco la encontré ayer, ni anteayer.

Al segundo mugido, el técnico se detuvo, y le suplicó a Mina con la mirada que le diera una explicación.

—Es el teléfono. Si no le importa, voy a contestar.
Mina ahogó una carcajada al ver al técnico, aliviado al no ver aparecer una vaca en la casa, seguía hurgando en el interior de la tele. La chica se acercó al mueble sobre el que una vaca de plástico, conectada al teléfono, mugía y se iluminaba.

—¿Paso a recogerte dentro de diez minutos? —le pregunto Sana desde la otra linea—. Así podemos ir a tiendas antes de ir al instituto.

—Me gustaría, pero tengo aquí al técnico del televisor y...

—Ahora voy. Al menos, podemos hablar un rato hasta que acabe.
Mina colgó el inalámbrico, y pensó en lo bien que le hacía Sana.

Era increíble la facilidad con la que se habían hecho amigas. Antes de cambiar de instituto, creía que sería difícil hacer nuevos amigos. Imaginaba que habría muchos grupos ya formados, y temía quedarse sola. Pero había encontrado a Sana, qué era una chica abierta y extrovertida, con capacidad para transformar una hora vacía en el Carnaval de Río. Era muy fácil llevarse bien con ella.
  La voz del técnico interrumpió sus pensamientos.

—Por tercera vez, te digo que en este televisor no hay nada raro.
EL hombre ya estaba frente a la puerta, esperando a que le pagará.

—Pues en esta casa hay algo que hace ruido—insistió Mina—. No me deja dormir. ¡y yo creo que viene del televisor!

—No sé qué decirte. Habrá alguna interferencia magnética, o puede que tú tengas mucha imagina...
Mina puso los ojos en blanco, ofendida, y el técnico cambio de tema.

—A ver, por el desplazamiento son...

—Vamos a ver a mi madre—lo interrumpió Mina, malhumorada.

Cogió la mochila, salió del piso y bajó al Dream's Emporium, la tienda de sus padres, cuyo eslogan era «Si no lo encuentras en ningún sitio, lo encontrarás aquí». Vendían de todo: antigüedades, pintalabios, cuadros vanguardistas...

Su enérgica madre, Hana, poseía un gran talento para los negocios, y su padre, Shin, se ocupaba de abastecer la tienda. Solía comprar toneladas de cosas invendibles, qué acababan decorando la casa de los Myoi. Objetos absurdos, como la vaca conectada al teléfono, el péndulo azul, qué cada hora tocaba una melodia diferente, o la olla con luces intermitentes, expuestos durante mucho tiempo en el Dream's Emporium antes de hacer su entrada triunfal en el piso.

Al ver a su madre, Mina sintió un escalofrío. Sabía muy bien qué iba a ocurrir. Myoi Hana pagó el técnico, y, cuando él le dijo que no pensaba revisar más un televisor al qué no le ocurría nada, se quedó mirando a su hija.

Luego, sin perder de vista a los clientes qué había en la tienda, dijo en un tono dulcemente inflexible:

—Ya sabes cuál era el trato, cariño. Tendras qué ayudar a papá con el inventario.

—Está bien. Sólo que esta tarde empieza el curso del profesor Kim —respondió Mina, y cogió de un estante un cuaderno, en cuya portada movía las aletas de un pingüino en 3D.

—Te dije que no era necesario llamar otra vez al técnico, pero tú insististe. Y esta vez lo tienes que pagar tú. Ahora lo pagué yo monetariamente, pero tú me lo tienes que devolver ayudando a papá.

Chicas del olimpo (misamo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora