Solo Un Clic

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Mina solía desconectar de cuanto sucedía a su alrededor, y se quedaba absorta en sus pensamientos. Pero, en ese momento, notó qué Sana había palidecido. Se levantó para acercarse a la profesora, tiró tres bolígrafos y, al recogerlos, le susurró a su compañera:

—Si te pregunta algo que no sabes, tócate el brazo. Si lo sé, contesto yo, y finjo qué me he confundido.
Vio gratitud en el rostro de su nueva compañera. Y vio algo más. Una pizca de incredulidad. No podía decir que se equivocara. Mina había sido amable, como lo era siempre y como le gustaba serlo, pero no estaba muy segura de sus conocimientos. Mejor dicho, estaba segura de que sus conocimientos eran insuficientes. Le gustaba leer, pero no era muy estudiosa solo podía confiar en el clic.

El clic la había salvado en el último examen.
Mina vio que a sana le temblaban las manos, y que la profesora se rascaba las suyas. Mientras permanecía en pie ante esta última, se pregunto que extraña enfermedad la obligaría a rascarse de ese modo tan repugnante. ¿Qué insólita alergia? ¿Qué desagradable microbio de la piel? ¿O tal vez estaba un poco loca? De repente, su cerebro procesó la palabras que había dicho Choi.

— Myoi, es evidente te qué no sabes la respuesta. Vuelve a tu sitio.
Mina se sentía desconcertada. Estaba tan absorta haciendo conjeturas sobre el tic de la profesora que no había oído la pregunta.

—Es que no he entendido la pregunta.

Choi, a punto de estallar, se dirigió a un chico sentado en el centro de la primera fila:

—Preséntate, y díselo tú.

—Me llamo Seok Jin. Profesora, usted ha preguntado quién escribió Edipo Rey— dijo el chico, qué no sabía pronunciar la erre y hablaba en tono adulador.

Mina sintió un sudor frío. No tenía ni idea. Al ver que la había tomado desprevenida, la profesora esbozó una sonrisa de malévola satisfacción, y la chica sintió una enorme rabia en su interior. Lo que estaba ocurriendo no era justo. No se puede preguntar el primer día de clase, no se pueden hacer preguntas sin haber explicado nunca nada.

—Como decía, puedes irte a tu sitio—dijo la profesora.

Mina se giró para dirigirse a su pupitre. No sabía que les hiba a decir a sus padres. ¿Como confesarles una mala nota el primer día de instituto?

Cuando estaba a punto de sentarse, imagino la cara de su padre, cómo sacudiría la cabeza sin decir nada y...

Llego el clic.

—Sófocles—dijo, simplemente.
Se giró, y regreso junto a Choi, disfrutando con el asombro y la contrariedad de la profesora, y con la sonrisa de ánimo de Sana.

—¿Y Medea?
Tampoco tenía ni idea. Pero... clic

—Eurípides.
Respuesta correcta.

—¿Las Metamorfosis?

—Ovidio.
La profesora no tenía intención de detenerse.

—Ponme tres ejemplos de hexámetros dactílicos. Dime los títulos de tres poemas metafísicos. Dime tres obras de Nilton.
  Clic.
  Clic.
  Clic.

Mina respondió correctamente a las últimas tres preguntas, y a las siguientes... siempre con la inestimable ayuda de sus clics. Más que una prueba oral, aquello era un partido de ping-pong. Y duró hasta que sonó el timbre.

—Myoi y Minatozaki, vuelvan a su sitio. Y no lleguen tarde nunca más—dijo la profesora Buitre, guardando la lista antes de salir del aula.

Mina, muy aturdida, casi no sabía qué había ocurrido.

—¡Eres un genio!—dijo Sana, entusiasmada.

—¿Conteste bien?—preguntó Mina, aun desconcertada.

—¿Bien? Te sabías todas las preguntas, y contestaste tan rápido que la profe ya no sabía que preguntar.

Mina sonrió; le gustaba el entusiasmo de su compañera de pupitre.

—¿Cómo puedes saber todo eso? ¿Fuiste a un colegio para genios?

—No sabía que lo sabía—dijo mina, sonriendo—Y, sinceramente, es la primera vez que alguien me dice que soy un genio. La gente suele pensar que soy rara.

—Tu camisetas rara, ¡tú eres un genio!— repuso Sana.

Mina notó qué su compañera se sentía cohibida, qué temía haber hablado demasiado.

—Mi mamá me dijo lo mismo de la camiseta—dijo, para tranquilizar a Sana—, pero es mi favorita.

Estaba muy satisfecha de su primera hora en el nuevo instituto. Su compañera era un torbellino de energías, tenía la fuerza Necesaria para poder divertirse con ella, y, además, era muy linda. Su belleza no se basaba en una nariz bonita, o en un cuerpo bonito. Tenía todo eso, sí, pero también algo más. Tal vez buenos pensamientos, buen carácter o una personalidad bondadosa.

EL profesor de la segunda hora aún no había llegado, de modo que Mina y Sana se dedicaron a observar a sus compañeros, para ver con cuáles podían congeniar. Lamentablemente, la primera persona a quien vieron fue una chica presumida qué avanzaba hacia ellas.

—Pero... ¿cómo se les ocurre hacer enojar a Choi?—les dijo en tono histérico—. ¡Es la profe más estricta del instituto, y, por su culpa, o ya nos considera la peor clase!

Mina la miro con asombro. No tenía nada que decirle a esa furia, salvo mandarla a paseo. Pero, como prefería ser amable, optó por no replicar. Tarde o temprano, la chica acabaría de decirlo qué quería, y desaparecería de su vista. Sin embargo, Sana, con un tono de voz suave y una dulce sonrisa, sí le respondió, mientras fingía estar ordenando los libros.

—No he entendido tu nombre—dijo, sin mirar siquiera a su interlocutora.

—Me llamo Jennie Kim. ¡Eres la única persona en el instituto qué no lo sabe!—dijo la chica furiosa.

—No sé cómo he podido vivir sin esa valiosa información!—comentó Sana, muy serena. Dio un vistazo detrás de Jennie, y continuó—: Mira, alguien está entrando al salón.

Kim volvió la cabeza, y vio a la misma persona que atraía las miradas de Sana y Mina.

—De ser un estudiante de último año—murmuró Mina.

—Y el más guapo del instituto—añadió Sana.

EL chico se sentó en el asiento del profesor, y sonrió.

—Pero... ¿tú qué quieres?—le espetó Jennie

El atractivo muchacho se apartó el cabello hacia atrás, con aire divertido.

—Estoy esperando a que vuelvas a tu sitio para empezarla clase de historia.

Increíble... ¡era un profe!
Joven y guapo, pero profesor al fin y al cabo

Chicas del olimpo (misamo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora