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—Dime que es una broma. —la voz de Mike lo trajo a la realidad nuevamente.

No es que necesitara un consejo para saber qué hacer puesto que ya había decidido hacerse cargo del bebé. Lo que requería era hablarle a alguien más de lo que le estaba sucediendo.

—Ojalá lo fuera. —dijo con pesar.

Dejar a Abigail esa mañana en su apartamento había sido una prueba para sí mismo. Por supuesto que confiaba en ella pero era extraño que una completa desconocida durmiera y se paseara en su hogar de un día para otro.

—Puede que este mintiendo. —expusó su compañero. 

—Ya te lo he dicho, Michael. Tiene fortuna y buen nombre, si quisiera sacarme algo de pasta hubiera buscado a un tipo rico y no a mi. —se había repetido aquello tantas veces que no se le iba de la cabeza. —Si hablaras con ella también te darías cuenta que es sincera.

—Me fío de tu criterio, Robert. —la resignación de ambos se notaba en sus rostros. —No puedo creer que serás padre. Siempre te has quejado de lo ruidosos que resultan los niños y ahora tendrás uno.

Robert lo miró con fastidio y se levantó de su asiento para pasear por la oficina. No tenía sentido negarlo o desear devolver el tiempo.

—Tengo que irme ya —eran las ocho pasadas y mentiría si dijera que había decidido quedarse hasta tarde por amor a su trabajo.

Había intentado no volver a su piso para no tener que ver a la castaña. Con suerte habría vuelto a su mansión de lujo con su insufrible madre clasista.

—Si puedo ayudarte... —Mike le ofreció una ligera sonrisa.

—Hazte cargo de ese bebé. —dijo en broma. Su amigo se echó a reir y le estrechó la mano para despedirse sin molestarse en responder.

El detective subió a su auto y condujo a su apartamento con los nervios recorriendole el cuerpo. Abby no le había escrito o llamado aún cuando le había dado su número.

En el fondo deseaba saber con afán si había arreglado su relación con su madre. Eso le quitaría una preocupación de encima. La tarde anterior la pobre chica había estado hecha un mar de lágrimas y la había escuchado llorar hasta caer dormida.

Aparcó con calma y mientras iba en el ascensor recordó que debía darle un paseo a Magnus otra vez y recompensarlo por portarse bien con esa mujer.

Abrió la puerta y lo primero que vio fue un kit completo de maletas. El equipaje consistía de tres valijas grandes, tres medianas y cuatro pequeñas. Todos lucían repletas y a punto de estallar.

Su perro estaba frente al sillón gruñendo. Solo tuvo que dar un par de pasos para ver a Abby acostada en el mueble. Tenía una manta encima y estaba hecha un ovillo.

—Atrás Magnus —el can parecía seguir irritado con la presencia de la nueva inquilina.

Robert se agachó hasta quedar a la altura de la mujer y le tocó el hombro con suavidad. Ella se giró y le dio la cara sin esperar.

Supo que había sucedido algo realmente malo porque ella no escondió su expresión triste. Sus mejillas y nariz estaban sonrojadas debido al intenso llanto que aún no terminaba.

Ambos se miraron unos segundos hasta que ella se sentó correctamente y lo abrazó. Su cuerpo temblaba y estaba luchando por no terminar de romperse.

Robert la recibió inmediatamente. Había crecido con cuatro mujeres igual o más sentimentales que Abby y a todas las había visto pasar por un episodio así. La única diferencia es que ellas tenían a sus esposos y él lo había presenciado desde la distancia.

Flores para AbbyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora