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"Era el amanecer de un nuevo mundo, el crepúsculo de la tranquilidad que conocíamos. Grietas fragmentaban nuestra realidad en una danza caótica de luz y oscuridad. En la era de la incertidumbre, sabiduría y locura se enfrentaban, y la esperanza florecía entre los escombros de la desesperación. Hermanos y hermanas, nos aferraremos a nuestras creencias mientras la incredulidad y el misterio entrelazan cada paso. Dios nos guía hacia la calidez de su ala. Así caminamos entre tinieblas y resplandores, buscando respuestas y reuniones perdidas. En un mundo donde teníamos todo pero nada, solo aquellos dispuestos a enfrentar la oscuridad descubrirán la verdad que cambiará el destino de la humanidad."

El pastor esbozó estas palabras al tumulto de gente en la iglesia.

"Ah, comenzó de nuevo. El pastor no es un loco, aunque no le faltarían motivos para serlo. Y si necesitas ayuda, avísame, ¿sí?" —Don Hugo se apuró a decir, luego se fue hacia un grupo de chicos.

Intenté responder, pero la voz del pastor volvió a tomar presencia. Dejé mi respuesta de lado y me concentré en el predicador.

Con su mirada serena y palabras reconfortantes, el pastor era el faro en la tormenta. Mientras la multitud se agolpaba en la iglesia, él permanecía imperturbable, un ancla de esperanza en el mar de confusión. Sus ojos recorrían la multitud, y yo sentía la carga que llevaba sobre sus hombros.

La iglesia solía ser refugio de paz, pero ahora se llenaba de preguntas sin respuestas y miradas perdidas. Todos buscaban en el pastor una guía, una luz en la oscuridad, y él no quería defraudar. Recordaba a todos que debíamos aferrarnos a nuestras creencias, incluso cuando la incredulidad y el misterio entrelazaban cada paso.

"¡Juancito, Juancito!" —gritó un niño, corriendo hacia mí—. "¡Volvió mamá, Juancito, volvió mamá!" —sonrió el pequeño. Ojalá pudiera devolverle la sonrisa, pero sé que mamá murió.

"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé muy bien, pero sé que murió." La última vez que la vi, pensé que se había ido, aunque según los rumores, tardó más de lo imaginado. Quizá haya sido ayer.

"¡Vení, vení, está en la despensa!" —terminó el niño, lanzándose a mis brazos. Lo abracé con fuerza y busqué a Don Hugo para contarle.

"Don Hugo, está pasando de nuevo" —le dije mientras el bullicio dificultaba la comunicación.

"¿Qué?" —el anciano buscó la fuente de la voz y al reconocerme dijo—: "Oh, Juan, perdón, no escuché, pero da igual. Hay un 'alucin' en la iglesia. La gente no para de venir a decirme que los niños están viendo a sus seres queridos." Echó un vistazo a lo que cargaba y comprendió por qué le hablaba.

"Sí, yo quería decirle lo mismo" —intenté decir, pero me interrumpió.

"Entiendo, entiendo" —Hugo tomó al pequeño—. "Andá a buscarlo al, al 'alucin'. Yo ya les avisé a los demás."

No ofrecí resistencia, le entregué a mi hermano y asentí, sabiendo cuál era mi misión.

Yo En Un Isekai Donde viven las historias. Descúbrelo ahora