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Dos años pasaron, lo que paso dentro del Partenón se borro de mi mente o por lo menos se bloqueo, ya que después de que regrese a casa no podía recordar nada sobre lo que paso allí dentro, eran recuerdos fugaces los que a veces tenía, recuerdo que alguien se encontraba con el brazo ensangrentado pero ¿Quién era ese alguien? ¿Por qué parecía estar sufriendo? ¿Por qué estaba sangrando? No podía recordarlo, también solía tener vagos recuerdos de mi entrenamiento, era muy duro ya que no tenía la condición física por lo que fue mucho más duro y tomo más tiempo del esperado. Otra cosa que solía recordar pero solo cuando soñaba era con la diosa Atenea, no recuerdo su cara pero recuerdo que le gustaba abrazarme y darme las buenas noches como si  fuera su hija de verdad, yo la quería mucho pero no la recordaba totalmente y eso me frustraba.
Se me prohibió hablar acerca de la profesión o siquiera de que ahora era una guerrera e incluso hija adoptiva de una diosa, de hecho mi pueblo no sabía que yo me había ausentado por dos largos años, esto ya que mi padre utilizó a una sirvienta y le cubrió la cara haciendo así que nadie se diera cuenta que no era yo utilizando la excusa de que yo había tenido un accidente por lo que mi cara por el momento no podría ser mostrada y muchos por miedo solo se dispusieron a creerle a mi progenitor, el rey.

Dámelos- me resistí

Son míos le conteste- pero eso no le importo en lo absoluto

Eh dicho que me los des!- exigió

En la mano tenía unos dados, un regalo, no de mi padre, el nunca hubiera consentido aquello, seguramente habían sido un regalo de algún rey, ¿De visita?, ¿Un príncipe pidiendo mi mano? o incluso de algún soldado que se había apiadado de mi. No lo se, solo que no se los quería dar. ¿A quien? a un noble que se hacía llamar "mi amigo".

¡No!- le grite le enseñe los dedos y di un mordisco al aire, como los perros que luchaban por comida de la mesa. Alargo la mano para tomarlos algo que no me gusto en absoluto, eran míos ¿Por qué tenía que entregárselos? Retrocedí en un intento de demostrar que era inútil lo que hiciera, no se los iba a entregar, ¿Qué hizo? lanzarse contra mi con el rostro rojo de la furia, pensé que me golpearía pero no... lo que hizo me sorprendió de sobremanera hasta el punto en que me obligo a tirar los dados. Había metido su asquerosa mano debajo de mi túnica y me estaba tocando sin mi consentimiento.

¡Déjame!- le exigí, no me gustaba para nada lo que estaba haciendo por lo que me encontraba forcejeando con el.

¿Y si no quiero que?, si no me quieres entregar esos estúpidos dados me tendré que cobrar de otra manera- dijo con burla.

Ese maldito se había hecho pasar por mi amigo, pero lo único que quería era que yo bajara la guardia para así por cualquier tontería tratar de aprovecharse de mi. Pero claro que no lo iba a lograr, después de todo el ausentarme dos años no fue tan malo ¿O eso parecía? Lo empuje con todas mis fuerzas después que el había aflojado su agarre inconscientemente. El reino era de mucha tierra, flores, pastos y muchas rocas... Al caer se escucho un golpe sordo contra una roca. Sus ojos se encontraban abiertos con desmesura. El terreno comenzó a encharcarse con su sangre. Yo lo miraba fijamente, se me formo un nudo en la garganta rápidamente, había sido entrenado para aquello pero verlo en carne y hueso era muy diferente a los entrenamientos. Se me revolvió el estomago aquello era desagradable. Salí corriendo.
Me encontraron tiempo después junto a las raíces de un roble viejo. Estaba pálida, había vomitado una sola vez, cuando llegué a aquel lugar. Los dados se habían perdido pero poco me importaba. Mi padre me miraba con mucha furia y con una mueca que decía mucho más que mil palabras. Me levantaron y me llevaron al palacio cuando mi padre hizo el ademán.
La familia exigió mi exilio de inmediato o mi muerte. Era una familia muy influyente y el difunto, su primogénito. Tal vez permitirían a un rey quemarles los campos o violar a sus hijas, siempre y cuando pagase una reparación por ello, pero con los hijos era diferente. Mi padre siempre se había preocupado más por el trono que por su propia familia y esta vez no fue la excepción. Éramos un pueblo que se regia mucho por las reglas y nos aferrábamos a ellas para evitar cualquier descontrol sobre la balanza. <Deuda de sangre>. Los criados se persignaron.
Mi peso en oro era más valioso que el funeral que hubiera causado mi muerte. Así es como a los diez años me convertí en huérfana y así acabe en Ftía.

Ftía era un pueblo pequeño pero su rey era muy amado por el mismo. Peleo era su nombre. Según los rumores que había escuchado que Peleo había sido un hombre de los que las divinidades bendecían, fue así como las divinidades le otorgaron el premio de casarse con una diosa, Tetis. Le advirtieron que tenerla no sería fácil ya que esta nunca consentiría estar con un mortal, por lo que una vez le revelaron la ubicación de una playa en la que a ella le gustaba estar le dijeron que sin importar que hiciera, no la soltara. Resulto que Tetis podía hacer que su piel adoptara mil formas diferentes, por lo que cuando Peleo la encontró y la sujeto como los dioses le habían indicado Tetis trato de liberarse transformándose, una vez la noche cayo ambos cayeron rendidos. Ya no valía la pena resistirse: una desfloración ataba tanto como unos votos matrimoniales. Los dioses la obligaron a prometer que sin importar que, ella permanecería un año con su esposo mortal. Ella cumplió con aquello, callada e indiferente. No había rechistado ni una sola vez cuando Peleo le había puesto una mano encima, solo se mantuvo callada, húmeda y fría como si se tratase de un pez viejo. Su útero alumbro de mala gana a un único niño y una vez pasado el tiempo se lanzo de cabeza al mar, solo regreso para ver al niño que había concedido, solo por eso y no por mucho tiempo.

Un criado me guio por los pasillos del castillo, y cuando llegamos a una habitación pude observar que era una habitación pequeña y modesta, adecuada al reino que Peleo gobernaba. No llevaba mucho encima, mis contadas pertenencias fueron llevadas a mis aposentos junto con el oro que Menecio había enviado, entre aquellos objetos se encontraban algunos instrumentos y pude divisar la lira que mi madre solía ocupar. Estos instrumentos solo habían sido colocados ahí ya que quitaban espacio por lo que no se tendría que cargar más con oro. 
El criado se detuvo abruptamente, pensé que me guiaría hasta el salón del trono donde le haría saber al rey Peleo mi gratitud por haberme aceptado en su reino, pero no fue así.

El rey se encuentra ausente, por lo que tendrás que presentarte ante su hijo- me comentó el criado. Aquello me tomo por sorpresa puesto que no había practicado para ello, había practicado como expresarle mi gratitud al rey de camino al reino pero no estaba lista para hacerlo ante su hijo.
Cuando llegamos a la habitación se entraba un muchacho tumbado en una especie de banca llena de cojines. Balanceaba una lira sobre el estómago y pellizcaba sus cuerdas. No me oyó entrar o por lo menos opto por fingir que no me había escuchado entrar. Y ahí comprendí que la situación que había en "casa" no cambiaria. Antes era una princesa por la cual se debía anunciar su llegada, ahora era una insignificante muchachita en una reino ajeno.
Dí otro paso, raspando el suelo con los pies. Él ladeo la cabeza para echarme un vistazo. En los cinco años transcurridos desde la última vez que lo vi había crecido hasta perder las redondeces de la infancia. Me quede boquiabierta y sin capacidad de reacción al ver sus ojos de un intenso color gris y sus rasgos hermosos, delicados como de una doncella.

Bostezó y preguntó:

¿Cómo te llamas?

Me habían exiliado por matar a un chico pero aún así no me conocía. Apreté los dientes, decidida a no hablar.

¿Cómo te llamas?- preguntó nuevamente pero con un tono más alto

Práxedes

Yo me llamo Aquiles- me dijo mientras se sentaba de manera adecuada- Bienvenida a Ftía.

Después de aquello me di cuenta que la misma situación que vivía en "casa" se repetiría aquí.

Otra cosa que pude notar era que había muchos exiliados acogidos aquí. Mi lecho era un camastro viejo en una habitación en donde las criadas dormían. Un sirviente me mostro donde había colocado mis cosas. Unas chicas me preguntaron mi nombre y se los di, después regresaron a sus asuntos.

Acompañe a las criadas a comer, estas comían después de los varones, solían hablar de chicos. Nadie me dirigía la palabra, al parecer era rara. Después llegó la hora de dormir, a media noche me había despertado con ojos enrojecidos y llenos de lagrimas, sudando y con los músculos entumecidos. Había soñado con aquel chico que había asesinado. No pude pegar el ojo en toda la noche. Temprano en la mañana me levantaron para alistarme y empezar con "mi jornada de trabajo", esta duraba todo el día hasta el atardecer. Pero yo por ser una princesa o como lo había sido una vez, me tocaba una hora diaria de práctica con la lira, esta era media hora después de la del príncipe Aquiles. El hombre no parecía nada amistoso, cada que me equivocaba me regañaba severamente.

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⏰ Última actualización: Aug 12, 2023 ⏰

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El juramento de muerte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora