Entrenamiento

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La luz del sol comenzaba a perderse en el horizonte, era tal vez la brisa fresca de la noche y del mar lo que ambos buscaban, además de la soledad que la oscuridad a veces otorgaba.

—¿Seguro que quieres pelear contra el mejor? — cuestiono orgulloso Aquiles mientras ataba su rizado y rubio cabello con aquella cinta de cuero—. Sabemos que no te dejare ganar.

—como si necesitara tu compasión— bufo Patroclo haciendo lo propio con las hebras oscuras de su cabello—. Cuando termine contigo, habrá una nueva profecía.

Ambos apretaron los labios para no reír, pero estaban disfrutando este momento de fingir ser enemigos para entrenar, siempre era motivante imaginarlo. Ambos terminaron por desparecer su ropa, evitando mirar hacia el contrario, sabían que sería imposible resistirse de poner las manos en el otro sin intención de pelea.

Una vez preparados, aun con algunos rayos del sol acariciando sus cuerpos, se colocaron en posición, ambos con el cuerpo encorvado hacia enfrente, manos hacia adelante y mirándose fijamente a los ojos, Aquiles le regalo una sonrisa triunfal, lo que incentivo a Patroclo a atacar primero.

Con los brazos abiertos fue directo a su abdomen, intento empujarlo, pero la rapidez de Aquiles siempre lo atrapaba desprevenido. Logro golpear su pierna suavemente, lo suficiente para que su rodilla se doblara y cayera de cara contra la tierra, apenas amortiguando el golpe con sus manos.

Jadeando se levantó, observo como su amado príncipe saltaba divertido, Patroclo volvió a su posición, analizando donde podia atacar, pero Aquiles era rapido, por lo que solo le quedaba ser inteligente. Fue así que espero el ataque que venía hacia él, corrió atrapando su abdomen y un brazo elevándolos, causando que Patroclo cayera de espaldas, aunque realmente cargo todo su peso contra el suelo, evitando que se lastimara.

—te ves muy guapo con el cabello hecho un desastre— le dijo sonriéndole.

—¡No hemos acabado! — se quejó Patroclo sintiendo su rostro arder, pero su orgullo pisoteado.

Giro alejándose de aquel rubio y se levantó sacudiendo un poco la tierra que estaba pegada en su cuerpo, respiraba con dificultad mientras Aquiles seguía con esa sonrisa jovial y coqueta, algo que no le molestaba, al contrario, amaba ver ese rostro sonreír de ese modo, pero no iba a rendirse todavía.

—vamos— ordeno colocándose en posición.

Aquiles hizo lo mismo, se posiciono y entonces Patroclo lo entendió, sus pies, esos hábiles y rápidos pies bendecidos por los dioses eran el punto débil. Inclinándose un poco corrió hacia él y atrapo sus piernas, Aquiles se sorprendió de ser levantando del suelo.

Esperaba ser azotado contra el suelo, pero el agarre se relajó un poco, sus piernas fueron acomodadas alrededor de la cintura de Patroclo y este alzo su rostro sonriendo suavemente, con esas tímidas muestras de las que solo él era testigo.

Sin dudarlo un poco, Aquiles tomo su rostro y lo beso, la noche los había alcanzado, nadie podia verlos y aunque lo hicieran, era lo último que le importaba. El aroma a sudor y tierra húmeda inundo sus fosas nasales, sus labios se aferraban uno al otro ignorando el hecho que deberían ir a lavarse.

Con cuidado Patroclo lo dejo en el suelo, y Aquiles gimió contra sus labios por alejarlo de su cuerpo, de su calor.

—creo que gane— dijo risueño Patroclo.

—para mí, tú eres el mejor y siempre lo serás— aseguro Aquiles y alzo su mano tomando la mejilla de su amado, limpiando un poco de la tierra que se pegó a su mejilla—. Para mí, eres lo más hermoso que han visto mis ojos, solo por verte sonreír, soy capaz de todo, yo destruiría al mundo y a todos, pero jamás perdería la oportunidad de mirarte.

Patroclo ni siquiera pudo hablar, su mano tomo la de Aquiles que aun reposaba en su mejilla y beso su palma, lo hizo cerrando los ojos y dejando caer un par de lágrimas que no pudo evitar, porque toda su vida supo lo que era la tristeza, la soledad, pero nunca un amor tan sincero.

Antes de que la magia se tuviera que romper, que deberían regresar al castillo, fue Patroclo quien se acercó, besando una vez más al hombre que amaba, intentando que sus labios gritaran todas las palabras que él no podia decir, era algo torpe hablando.

—deberíamos volver a casa, estas algo frio— murmuro Aquiles—. Se una forma en que podemos calentarnos.

Y las mejillas de Patroclo se enrojecieron, era una suerte que la noche pudiera esconderlas, pero no el rubor precioso en el rostro de Aquiles, solo por eso agradeció a los dioses.

Buscaron su ropa y caminaron hacia el castillo, fue Aquiles quien se aferró a su mano y lo guio hasta el castillo, ya era tarde, nadie los iba a ver entrar de este modo y en ocasiones ni siquiera les importaba, era su felicidad, no la de otros...





Artista de la portada: https://www.artstation.com/artwork/Qrv26Z

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