Esclavo voluntario

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Les dejo una de mis melodías fv.

Witch: Peter Gundry
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Brujas...

Viles meretrices, arpías insaciables, cuyos corazones de piedra, corroen el alma hasta reducirla en tóxicas ascuas quemadas. Deterioran un trapo tras otro, devoran cruelmente a la humanidad, execran las inocencias, la arrastran hacia el infierno, en una perdición que no tiene expiación.

Las odio.

Una vez que la mirada oscura se posa sobre ti, solo puedes poner un revólver en tu boca y apretar el gatillo, deseando convertirte en difunto.

Hay algo peor que la muerte; una sentencia que ata la libertad a trescientos años de tortura, una maldición inquebrantable, yendo de una cama inmoral a otra, de una bruja depravada, hambrienta de tu cuerpo a la siguiente. Te conviertes en un juguete erótico en manos viciosas y mentes perversas, tu voluntad anulada para el deleite lujurioso de quienes no conocen indulgencias ni piedad.

Odio a las brujas, furcias lujuriosas, que juegan con la muerte y te arruinan por placer. Las odio tanto que, devoraría sus carnes hasta vomitar.

Excepto a una:

Flor de nieve nocturna, carnalidad voluptuosa, provista de un ascendiente incondicional sobre mí. Criatura intensa, de perfume meloso, salvaje de todo dictado.

La mía es una historia como muchas otras. Los que desprecian compran y tanto desprecié, que terminé en la trampa mortal de los sentimientos, esos que te hacen bajar la guardia para matarte.

Desprecio tanto el amor que ha insuflado en su sangre, anhelo hacerle un daño indecente, ponerla de rodillas ante la ira provocadora, hacerle saborear el deseo enfermizo que la ha caldeado. Una brasa febril que jamás se saciará. Me quemo en la pira a la que me aferro con cada fibra de mí, es un dolor erótico que me mantiene encadenado.

Esperé años espasmódicos antes de convertirme en su esclavo. Y ahora que soy una ofrenda atrapada en su telaraña, ella no se decide aceptar lo que le ofrezco.

Se aferra a mí sin darse cuenta, ella, la joven bruja, aquella cuyo cuerpo yo profanaría hasta la perdición. Nunca estaría sacio de su carne tierna, de sus curvas femeninas y sus secretos inexplorados. Mi pequeña flor de loto, que no se da cuenta de las ganas que tengo de penetrarla o finge no ver, esquiva mi erección para ella desde que acabé en sus delicados brazos.

Ella nunca ha lastimado, es un lirio blanco entre rosas negras marchitas, ajena a las que la precedieron, lejos de la depravación y la ferocidad, pero es más peligrosa que todas las brujas.

No se ha deslizado en mi cama y, sin embargo, ha asediado mi corazón. El hechizo más exitoso para quien apenas practica el antiguo arte oculto, le bastó mirarme una vez para condenarme eternamente.

Mira concentrada la película que transcurre en un tedio soporífero en la pantalla del televisor. Mientras la contemplo sigilosamente, una lascivia inmoral anima mis ojos hambrientos, que se atormentan en cada centímetro blando, y lo que no veo lo imagino en numerosas viles fantasías eróticas.

La piel de terciopelo, color melocotón, reclama mi atención en voz alta, exige en silencio ser profanada en el pecado del placer más desenfrenado. Solamente pido pasar cada respiro a mi disposición entre sus piernas obscenamente abiertas, deleitándome con su sabor, embriagándome de su dulce néctar, hidromiel que me hechiza. Loco de amor, me haría maldecir mil veces solo por estar con ella hasta que mis sutiles miembros se desgasten.

DesnúdateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora