Capítulo 19

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Álvaro corrió tan rápido como pudo y empujó al sujeto que estaba sobre mí. No sé si el silencio que había en el callejón era tan grande, pero el golpe que le propinó al tipo resonó en cinco calles más. Los acompañantes miraban atónitos a su amigo caer al suelo con la boca ensangrentada. Uno de ellos se lanzó sobre Álvaro y le propinó un golpe en la quijada, haciéndolo caer al suelo.

Yo solo veía la escena horrorizada desde la impotencia porque no había nada que pudiera hacer para ayudarlo. Las lágrimas caían intensas. Con una mano sostenía mi boca para evitar que salieran gritos que me delataran y volvieran por mí.

El sujeto que estaba tirado fue acudido por el tercero, quien asustado trataba de reanimarlo para salir huyendo del lugar. Álvaro seguía forcejeando con el atacante, quien ahora lo presionaba contra el suelo, con las manos rodeándole el cuello. No pude soportar más la imagen que estaba viendo.

Me armé de valor, corrí hacia ellos y con todas mis fuerzas le di puñetazos en la espalda para que dejara a mi amigo en paz.

Claro. Desde ahora por supuesto que lo consideraría mi amigo.

—Amelia... corre— balbuceó Álvaro.

¿Me estaba pidiendo que lo dejara aquí? Claro que no lo iba a hacer, aunque por dentro me debatía entre volver al bar a pedir ayuda o quedarme y tratar de ayudarlo por mi cuenta.

—¡Déjalo en paz!

Entre tantos golpes de puño que lanzaba, uno le dio en el ojo, golpe que hizo que cayera al suelo liberando a Álvaro del ahogo. Rápido, se puso de pie y le dio patadas en el estómago, cosa que asustó a los otros dos sujetos quienes salieron corriendo de la escena, al igual que el tipo que estaba tirado en el suelo.

—¡¿Estás bien!?— su voz sonaba un poco desgastada por la presión que habían ejercido sobre su cuello, pero sus ojos vibraban de preocupación.

Asentí mientras me ponía de pie. Cuando lo vi de frente, una línea de sangre corría por su boca. Le habían dado tan fuerte que le habían hecho una herida. Lo miré preocupada, mientras que él parecía no notar la lesión.

Definitivamente Álvaro era ahora mi lugar seguro. Después de esto no podía verlo como antes, la persona odiosa que sólo quería hacerme daño. Desde ahora sería la persona que me salvó la vida.

En ese instante me abalancé sobre él y no pude contener el llanto.

—Tranquila preciosa, ya estás a salvo.

Me separó un poco de él, me sujetó el rostro con ambas manos y contempló con preocupación cada detalle de mí.

—¿Te hicieron daño?

—No— solté en un sollozo.

—Ya pasó preciosa, estás a salvo ahora.

Me volvió a abrazar. Tenía tanto miedo que sólo quería volver a casa. Ya no me importaba el motivo de por qué estaba aquí, ni mis amigos, ni nada. Nada era más importante que mi propio bienestar y mi seguridad.

—¿Amelia?

Una voz interrumpió el silencio. Me solté de los brazos de Álvaro y dirigí mi vista hacia Pedro, quien se acercaba con Jessica y los demás.

—Pero...¿Qué pasó aquí?

Se acercó a nosotros y nos miró con detenimiento.

—Dime que este infeliz no te hizo daño Amelia.

Al ver mis lágrimas, Pedro tomó Álvaro por la chaqueta y lo empujó a un lado.

—¡¿Qué le hiciste?!

Lo cuestionó dándole empujones, haciéndolo retroceder. Álvaro trataba de bajar la guardia y calmar la situación, le quería explicar lo que había pasado, pero al parecer ya se había hecho toda una historia en su imaginación.

Corrí hacia ellos y empujé a Pedro para que tomara distancia. Me miró con el ceño fruncido y los puños apretados. Definitivamente no estaba entendiendo nada.

—Basta por favor, Álvaro no me hizo nada.

No quise darle detalles, no tenía ganas de revivir lo que había pasado.

—Entonces ¿Qué fue lo que pasó?, ¿Por qué estás llorando?

—Llegaste muy tarde Pedro, será mejor que te vayas.

Álvaro intervino.

El enojo hacía modificaciones en el rostro de Pedro. El tono de su piel ahora era rojo intenso y su mandíbula estaba cada vez más apretada.

—¡Tú no te metas!

Se abalanzó sobre Álvaro, pero Andrés intervino. No iba a soportar más peleas.

—Vete Pedro.

Mi voz era firme.

—Claro, pero tú vienes conmigo. Nos vamos a casa.

Tomó mi mano y me apegó a él.

—No.

Solté mi brazo de su agarre. Los ojos de Pedro iban hacia Álvaro y luego hacia mí, sin creer lo que le estaba diciendo.

—Tu padre me encargó que te lleve a casa Amelia.

—Yo la llevo— Álvaro se ofreció, aún limpiándose la sangre del labio.

—Tú no la llevas a ninguna parte, ella se va conmigo.

Jessica estaba a un lado, furiosa.

—Basta Pedro, viniste con Jessica y es con ella con quien debes irte.

Debbie se veía preocupada unos metros más allá junto a Andrés.

Podría decir que por primera vez Jessica hacía algo bueno. Tomó a Pedro de la mano y se lo llevó a rastras. Cuando nos quedamos solos, Debbie y Andrés se acercaron.

—Amelia, ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

—Estoy bien amiga, pero ahora sólo quiero ir a casa y descansar.

Su mirada me examinó de pies a cabeza. Quería una explicación, pero no estaba en condiciones de dársela. Tendrá que ser en otro momento.

—Déjame acompañarte a casa, por favor.

—No, deja que Andrés te lleve, yo te escribiré cuando llegue para que te quedes tranquila.

Sonó como una súplica, pero funcionó. Andrés tomó a Debbie del brazo, dieron media vuelta y se fueron, aunque mi amiga no dejaba de mirar hacia atrás. Estaba preocupada y era obvio, pero le explicaría las cosas en otro momento, ahora sólo quería subirme al auto e irme a descansar.

Cuando volteé hacia Álvaro, el seguía limpiándose la sangre del labio inferior, el cual estaba de un rojo intenso. Por su aspecto, supe que estaba débil y cansado.

—Será mejor que nos vayamos.

—Me preocupas— respondí ante su aspecto.

Álvaro me tomó de la mano y caminamos hacia el auto.

—Estoy bien, vámonos a casa.

Confesión en 21 días | A LA VENTA EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora