EGOCÉNTRICO NARCISISTA

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Pasé la mañana siguiente escuchando el último cd de Adele en bucle mientras recopilaba por toda la casa cada uno de los recuerdos que me unían con Demian. Los metía en una caja que cerré con cinta aislante y marqué con el número 4, el total de relaciones relativamente serias (y fallidas) hasta el momento. A continuación, escribí las palabras 'celoso patológico' y la apilé junto a las otras tres en el fondo del altillo. Siempre he sido bastante radical en mis relaciones, y una vez se acaban, elimino todo rastro de esa etapa, lo guardo y lo defino con un adjetivo que me ayude a recordar porqué esa persona no es para mí.

En mi celda no tengo altillo ni cajas, así que me tengo que joder y guardar debajo del colchón todas las tonterías que me regala mi compañera de litera. Hago un llamamiento a quien quiera que se encargue del almacenamiento y orden de este antro: si existes, pon taquillas como en el instituto, las necesitamos mucho más que el gimnasio; aquí tener un cuerpazo y lucir palmito es un peligro, por primera vez en mi vida me alegro de tener celulitis. Es cierto que no tengo muchas cosas que guardar, no podría hacer una caja de recuerdos, aunque hubiera tenido una tórrida relación lésbica. La cosa es poco probable que ocurra porque de momento no estoy tan necesitada, pero de estarlo, elegiría a Thais Brown, mi mejor amiga dentro de la cárcel. Prácticamente sería un delito que nos liáramos, ¿pero ya qué más da? La pobre niña tiene 19 años y toda una vida encerrada por delante. Está aquí por asesinar a su padrastro y por homicidio imprudente de su hermano pequeño, un bebé de cuatro meses. Ella dice que hizo un 'dos por uno' como en las rebajas, y yo me río mucho. He aprendido a reírme de todo, incluso de todo lo que no tiene gracia, por supervivencia mental. Así que una caja de recuerdos suya contendría una pistola, un biberón y poco más. Un drama.

Para mi, precintar todos esos recuerdos es como 'cerrar la puerta', algo que desde pequeña me ha resultado absolutamente necesario para evadir los deseos de retomar relaciones pasadas, pese a lo dolorosas que estas hayan sido. Con solo diez años estuve saliendo con un niño del colegio, Will, si se puede llamar salir, solo nos cogíamos de la mano y una vez nos dimos un beso en la mejilla. Cuando supe que también había besado a mi amiga Carrie guardé una pulsera de hilo que me había regalado en el cofrecito que tenía en el cajón de las bragas y escribí 'gafotas' con boli. Desde entonces no he podido estar con ningún hombre que llevara gafas.

Habitualmente no solía reparar en la existencia de esas cajas, ni siquiera les echaba un ojo cuando guardaba una nueva. Pero ese día fue diferente, me di la vuelta y destapé la Caja de Pandora. Por primera vez cogí una de ellas, la número 2 'egocéntrico narcisista', retiré el precinto y comencé a sacar peluches, libros, entradas de cine y hasta una bufanda que, tras años encerrada, conservaba parte del amaderado aroma a Connor. Al fondo estaba un álbum que resumía uno de los últimos viajes que hicimos. Celebrábamos nuestro cuarto (y último) aniversario en Alicante, por supuesto el destino no era casualidad, su mejor amigo Lucca se había mudado a vivir allí por amor. Había conocido a Ana el verano anterior, y tras un año de relación entre España e Inglaterra, pensó que sería buena idea terminar la carrera de Bellas Artes en la Universidad de Valencia. Se conocieron en la piscina, en el clásico encuentro que solo ocurre en las películas: ella se resbaló en la escalera y cayó al agua tras darse un fuerte golpe en la rodilla, Lucca fue a sacarla y Cupido hizo el resto. Por esa razón nosotros pensábamos que sería un amor para siempre, 'una historia para contar a sus nietos', solíamos decir. Pero ahora la historia sería otra.

Iba a cerrar la caja cuando apareció como de la nada un posavasos escrito a boli por la parte de atrás: "Yo, Connor Wells, prometo casarme con la chica rubia de la barra a la edad de 30 años. Firmado Connor."

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