Una vez en diciembre.

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Ella parecía una niña enferma, cuerpo pequeño, piel pálida, ojos sin brillo y cuyo cabello color paja parecía cortado a la fuerza con un cuchillo. La aparente niña daba pasos torpes, pues hace mucho tiempo que no usaba sus piernas, cada paso era infernal, quizás no tanto como su anterior infierno, pero en con cada andar sentía como sus músculos se rompían y regeneraban como si de gomas elásticas siendo reemplazadas se tratasen.

Pero el dolor poco a poco fue desapareciendo, dando paso a una sensación que creyó haber olvidado hace tanto: Nostalgia.

El festival de año nuevo de Kanterbury, no solo celebra el inicio de un nuevo año, también se rememoraba la mayor hazaña hecha por los más grandes héroes en pos de la supervivencia de los mortales, a la vez que se oraba por, algún día, recuperar aquello perdido entre las llamas hace tanto.

Hoy por primera vez se este festival se celebra lejos de la capital del reino, por razones algo tristes y obvias para todo el mundo, pero ciertas personas prefirieron verlo una buena renovación para el evento, pues ¿Quién no quisiera celebrar año nuevo en una fortaleza flotante a la luz de la luna?

Las calles estaban adornadas con luces doradas como estrellas caídas, el olor de la comida callejera y de buena cocina engreía al olfato de cualquiera, música ominosa y hogareña se escuchaba por igual vayas dóndes vayas en la fortaleza flotante, los magos, guerreros e inventores buscaban presumir sus habilidades en competiciones amistosas (aunque otras no tanto) en la que la gente se reunía para observar el espectáculo que se prometía.

Pero lo que más llamaba la atención; o al menos lo suficiente para que la aparente niña se escapara de su cuarto a pesar que le provocaba caminar y de las peticiones de quien llamaba salvadoras, fue una enorme estatua de un hombre joven en armadura de caballero y casco con cuernos, la estatua llevaba consigo una espada que era alzada a los cielos en señal de victoria.

La niña olvido el dolor por un segundo, no el dolor físico, los cuidados que ahora ella gozaba y el poder sacro que latía en ella se habían encargado hace mucho de las secuelas físicas, pero el dolor que la había atormentado incluso luego de salir de aquel culto del infierno era aquel que no podía verse tan fácil, aquel que, al igual que su apariencia de niña, se veía oculto ante una apariencia de bienestar general.

No importaba que hace ya tantos meses haya sido salvada, el recuerdo de gritar hasta que el propio poder sacro tuviera que reparar sus cuerdas vocales, el dolor de las agujas en su piel, los cables y complicada maquinaria usada para robarle algo que le encomendó cuidar, el apretar de las correas, el horrible calor que destruyo su mente y sobre todo...

Los gritos de sus víctimas y la horrible sonrisa de su captora obligándola a lastimar para que el dolor parase al menos un día... todo eso paso hace mucho, pero el recuerdo seguía tan vivo como una llama obstinada a no apagarse.

Pero la estatua del guerrero que ahora observaba parecía disipar, al menos un momento, tales recuerdos, era casi como si la llama del valor y cariño de aquel héroe fuese tan fuerte como opacar a esa obstina llama que se niega a morir, por un momento la niña pareció tranquila, con la mente serena y alejada del dolor y traumas.

Pero solo basto mirar a otra estatua para que la fuerza que usaba para mantenerse en pie se derrumbase como un castillo de arena castigado por la marea.

La estatua de una mujer hermosa, con ropas sacerdotales y el cabello recogido en dos coletas inferiores, sosteniendo un bastón sacerdotal y en pose gentil, como una madre dispuesta a tomar a un niño en sus brazos, tal imagen evocaba una calma y amabilidad casi divinos, todos que pasaban por debajo de la estatua solo podían sonreír por aquella aura inmaterial que rodeaba la representación de una santa.

Una vez en Diciembre. (one shot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora