Anlhú andaba por uno de los caminos hacia Tarbin, casi al borde de la frontera con Scull. Eran caminos peligrosos, desolados, en donde el rumor de guerra era el pan de cada día... Era perfecto para una ladrona. Con suerte, podría colarse en la torre de los Gray, allí en donde las princesas descansaban en sus viajes y en donde las señoras llevaban perlas del tamaño de manzanas. Una vez dentro, se las apañaría para sacar algunas joyas. Sí, era un buen plan. Bueno, no era un plan, pero era una buena idea.
Anlhú ya había visto 20 veranos, eso era toda una vida en Lauris, sobre todo en los últimos años. Escondía su cuerpo tras una gruesa capa de ropa y mantenía su cabello en un moño, cubierto con un gorro. Ser una mujer hermosa, y lo era, podía ser muy ventajoso. Ella lo sabía muy bien, nunca le había molestado utilizar su cuerpo y ese encanto pícaro de su cara, pero esa ventaja contaba para muchos lugares que no eran los caminos por los que andaba. En esos caminos, era mejor pasar desapercibida, como un simple mozo.
Las sombras se alargaban a medida que un sol rojo se sumergía entre las cimas de las montañas. Los matorrales, a ambos lados del camino, parecían el cabello de un hombre que se está quedando calvo. En ese recodo desolado, ni siquiera la maleza era próspera. Su estómago gruñó, recordándole que tenía hambre y no tenía nada que comer. Más adelante, una columna de humo negro se elevaba. Anlhú no sabía si acercarse o alejarse, si era un peligro o una oportunidad. Pensando en el hambre, decidió seguir.
Un campamento desolado la recibió con la evidencia de un terrible enfrentamiento. Las tiendas, con excepción de la más grande, estaban en llamas y los carros derribados. El aire estaba cargado de miedo y ansiedad. Unos pocos cuerpos reposaban en formas retorcidas sobre el suelo hollado, con ojos abiertos y vientres desgarrados. Por el tamaño del campamento, los cuerpos no correspondían al número de viajeros, estarían perdidos o cautivos. De debajo de uno de los carromatos, un gruñido bajo y repentino llamó su atención.
Una figura emergió de la oscuridad, con un par de ojos espeluznantes que brillaban con luz verde. Las fauces de la criatura estaban llenas de dientes afilados y puntiagudos. Sus garras eran largas. Su piel escamosa era lisa y brillante. A pesar de su monstruosidad, no se veía sucio ni deforme, era elegante de cierta forma. Gruñó, mostrando una segunda hilera de dientes, y Anlhú sintió su aliento cálido. Al desviar la mirada, notó que un enorme apéndice colgaba de entre sus piernas. Ella arqueó una ceja, con curiosidad. Entonces notó que el impulso de la criatura no era de hambre, sino de otro tipo de deseo carnal. Con cada movimiento del ser, Anlhú comprendió que no podría luchar ni escapar, que no tenía la fuerza o velocidad para salir bien parada, así que decidió tomar un camino desesperado.
-Tranquilo, muchacho. No hay que ponernos agresivos, ¿cierto? -Se lo dijo en un tono encantador, sin saber si la criatura comprendía sus palabras-. Yo sé lo que quieres, podemos resolverlo y salir todos contentos.
Al ver que la criatura no le atacó, Anhlú decidió hacer su jugada. Con un suave y rápido movimiento, abrió su túnica y exhibió uno de sus pechos. Con una mano apretando su seno, descubrió lentamente su costado, revelando una cadera voluptuosa y la curva de su cintura. Al ver que los ojos de la criatura se agrandaron con deseo y que su enorme pene se tensó, Anhlú sonrió. Con la mirada fija en su cuerpo, la bestia emitió un gruñido profundo, que venía directo de su pecho. Su plan había funcionado, en un momento lo tendría en sus manos.
Confiada de que la criatura no le atacaría, Ahnlú la condujo al interior de la única tienda en pie. Allí, se desnudó lentamente, dejándose tan solo las botas. Su cuerpo era un poco relleno, con senos firmes y caderas generosas. Ante esta vista, el pene de la bestia se erectó en su totalidad. "¡Es impresionante! Cuánto medirá", pensó Anlhú. No veía un pene tan grande desde su viaje a Malak. Más interesada, lo tocó. Su tacto era más cálido de lo que pensaba y su mano no logró tomar toda su circunferencia. Los gruñidos de placer de la criatura se fundieron en un zumbido bajo y constante, mientras Ahnlú recorrió su longitud con los dedos. Ella sintió un miedo punzante y un deseo retorcido, que se fundieron en una extraña combinación.
Con la intención de conservar el dominio de la situación, Anlhú se arrodilló y tomó la punta del pene de la criatura en su boca. Su cabeza era grande, llenándola casi hasta tocar ambos lados de sus mejillas. A medida que tomó más y lo estimuló, el ser cobró ánimo, impulsando sus caderas hacia adelante y hacia atrás. La tomó por el cabello y empezó a penetrar su garganta, cada vez con mayor potencia. Ella apenas y pudo seguir el ritmo, entre inicios de arcadas, pero no lo rechazó. Pudo sentir como se humedecía su entrepierna y no resistió el deseo de tocarse. Luego de unos minutos que parecieron segundos, la bestia intuyó que era momento de avanzar. En un solo movimiento, colocó a Ahnlú en cuclillas. La punta de su pene, húmeda con la saliva de Ahnlú, se apoyó contra la entrada de su vagina. Tuvo que empujar con un poco de fuerza para que la cabeza entrara y ella emitió un gemido seco. Un corrientazo recorrió las piernas de Anlhú y el dulce dolor fue suplantado por una sensación de llenura, por un apretón que recorría su coño y que empujaba desde adentro.
Luego de un par de minutos, cuando sus entrañas se adaptaron al fuerte bombeo de la bestia, Anhlú recordó el motivo de este arrebato: sobrevivir. Lo estaba disfrutando mucho, tal vez demasiado para su propio bien. Le costaba pensar, decidir sus siguientes pasos. El sonido era crudo y animal, los gemidos de Anlhú se mezclaban con los gruñidos de la bestia y con el ruido húmedo de las penetraciones. El olor del sexo poblaba la tienda y engullía los sentidos de Anhlú. Aún así, tuvo la fuerza para concentrarse en su siguiente paso.
El aumento en el ritmo de la criatura fue la oportunidad, ese vislumbre del climax que se acercaba. Con un movimiento natural, se colocó frente a la bestia y se llevó nuevamente su pene a la boca, mientras le masajeaba las pelotas. La bestia hizo un amague para tomarla, pero ella chupó y lamió su pene con tanta destreza que prefirió no moverla. Los gruñidos de placer de la criatura se intensificaron cuando alcanzó su climax, derramando un torrente de semen caliente en su boca. Ella siguió chupando, más fuerte que nunca, hasta que la bestia dió un último y poderoso empujón y se desplomó, con su cuerpo temblando y jadeando por respirar. Ahí, en estupor, quedó casi desmayado por su intenso orgasmo.
Mientras la criatura yacía en el suelo, Anlhú completó su jugada. Con un movimiento fluido y silencioso, sacó un cuchillo de su bota y lo hundió en la garganta de la bestia y se la rajó de lado a lado. Éste apenas y tuvo tiempo para sorprenderse, antes de empezar a desangrarse y a ahogarse con su sangre. Ella se quedó ahí, de pie, viéndole exhalar su último aliento. Sintió un pequeño pinchazo de culpa. Realmente lo disfrutó y, finalmente, la criatura no la atacó nunca. Tal vez ni siquiera fuera quien asesinó a los viajeros. "Hice lo necesario", se dijo para apaciguar su conciencia. Afuera, caía la noche.
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Los olores de las telas
Fantasy(Contenido solo para adultos) Señores de la guerra, campesinas, esclavos, bailarinas, cortesanas, ladrones... Todos tienen piel, todos sienten. En el continente de Lauris, las tierras del ocaso sangriento, se dice que todas las personas nacieron de...