"𝙳𝚎𝚗𝚝𝚛𝚘 𝚍𝚎 𝚖í 𝚑𝚊𝚢 𝚞𝚗𝚊 𝚑𝚊𝚋𝚒𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚍𝚘𝚗𝚍𝚎 𝚗𝚊𝚍𝚒𝚎 𝚑𝚊 𝚎𝚗𝚝𝚛𝚊𝚍𝚘 𝚓𝚊𝚖á𝚜." - 𝙵𝚛𝚊𝚗𝚣 𝙺𝚊𝚏𝚔𝚊
El aire espeso de la habitación se mezcla con el humo del cigarro que sostengo entre mis dedos. La brisa nocturna entra por la ventana abierta, llevándose con ella el aroma a sudor y el eco de lo que acaba de suceder. A veces, cuando me encuentro aquí, después de compartir momentos efímeros con Marcos, me pregunto cómo he llegado a este punto, a permitirme involucrarme con alguien como él.
Marcos se mueve en la cama, su respiración profunda y rítmica. Observo su figura, iluminada por la débil luz de la luna que se cuela entre las cortinas. Es como mirar a través de un espejo distorsionado, una imagen reflejada de mí misma, pero desdibujada y borrosa.
Odio a Marcos. Es un perdedor, un pringado sin propósito, alguien simple, incluso tonto. Pero, ¿quién soy yo para juzgar? Al fin y al cabo, yo también he tropezado con una piedra y no he sabido levantarme.
Aunque le tenga ese desprecio latente, debo admitir que, en cierto modo, le respeto. Tal vez sea por esa mínima chispa de humanidad que aún percibo en él, o quizás sea solo un reflejo de mi propia debilidad. A veces, es más fácil odiar que enfrentar la realidad de nuestras propias similitudes.
En el fondo, somos dos almas perdidas en un mundo de mediocridad, chocando en la oscuridad de nuestras propias miserias. No sé si eso me consuela o me atormenta aún más. Solo sé que, por ahora, somos lo más cercano que tengo a alguien que entienda mi soledad y mi desesperación. Tal vez eso sea suficiente por ahora, o tal vez debería ser un llamado a despertar y buscar algo más en la vida. Pero, ¿qué es ese "algo más"? Esa es la pregunta que aún no he encontrado respuesta.
Exhalo una bocanada de humo mientras me acerco a la ventana, apoyando la frente en el cristal frío. Sigo fumando el cigarrillo, sintiendo cómo el humo se mezcla con mis pensamientos oscuros que me susurran pecados en el odio.
Marcos se remueve en la cama, y sé que eventualmente se despertará, tal vez para intentar mantener una conversación banal antes de desaparecer hasta la próxima vez.
Bosteza y se estira perezosamente, frotándose los ojos antes de mirarme.
-Hey- murmura con una sonrisa perezosa, como si no hubiera pasado nada entre nosotros.
-Hey- respondo, forzando una sonrisa que no llega a mis ojos. Me pregunto si él también está atrapado en sus pensamientos, si alguna vez reflexiona sobre la vacuidad de nuestras interacciones.
Él se sienta en la cama y pasa una mano por su desordenado cabello.
-¿Te importa si fumo?-pregunta, alcanzando su paquete de cigarrillos y un encendedor en la mesita de noche.
Asiento, dejándolo fumar mientras observo el humo ascender en espirales hacia el techo. Es como si estuviéramos rodeados por una burbuja de distorsión, una ilusión que creamos para escapar de la realidad que nos rodea.
-¿Y bien? ¿Qué tienes planeado para mañana?-pregunta, rompiendo el silencio incómodo que amenazaba con instalarse entre nosotros.
La pregunta me toma por sorpresa, y por un momento me quedo en blanco. ¿Qué tengo planeado para mañana? La verdad es que no mucho. Un día más de trabajo en el bar, otro día en el que navegaré por la monotonía de mi vida. Pero no puedo decirle eso, no puedo dejar que vea lo vacía que siento mi existencia.
-Quizás hacer algunas compras y relajarme un poco-respondo con una sonrisa fingida. No menciono que esas "compras" se limitarán a la tienda de conveniencia más cercana y que "relajarme" significa probablemente sentarme sola en mi apartamento, sumergida en pensamientos y recuerdos.
Marcos asiente, el humo del cigarrillo saliendo entre sus labios mientras exhala.
-Suena como un buen plan. Yo probablemente me junte con los chicos para jugar a las cartas o algo así-comenta con desinterés.
Asiento de nuevo, sintiendo cómo la desconexión entre nosotros se intensifica. No hay profundidad en nuestras palabras, no hay autenticidad en nuestra conexión. Somos dos extraños que se buscan en momentos de necesidad, pero más allá de eso, no hay nada que nos una realmente.
Marcos, con su apatía y su aparente indiferencia, es un recordatorio constante de mi propia incapacidad para romper el ciclo. A veces, me pregunto si está igual de atrapado como yo, si también se siente desgarrado por dentro. Pero jamás lo menciona, y yo tampoco lo hago. Permanecemos en este silencio incómodo, reacios a abrirnos demasiado. Porque, en el fondo, temo que si lo hacemos, descubriremos que somos dos piezas rotas que no pueden encajar, y que esto, lo que sea que tengamos, se desmoronará por completo.
Finalmente, el cigarrillo se consume por completo y Marcos lo apaga en el cenicero.
-Bueno, supongo que debería irme-dice mientras se pone de pie y comienza a vestirse.
-Claro-respondo, mi voz sonando un poco más fría de lo que pretendía.
Es un alivio cuando finalmente se va. Dejo escapar un suspiro y miro fijamente el humo del cigarrillo que se desvanece lentamente en el aire. ¿Por qué sigo repitiendo este patrón? ¿Por qué me aferro a algo que claramente no me llena? La respuesta es sencilla: porque me temo que no hay nada más. En este mundo de mierda, Marcos me acompaña. Y aunque lo odie, también lo necesito. Ambos somos un recordatorio constante de nuestra propia desolación. No puedo evitar pensar que estoy destinada a esta mediocridad, que quizás no merezco nada mejor. Y en el fondo, eso es lo que me aterra más que cualquier cosa: la idea de que quizás estoy condenada a ser una perdedora, igual que él.
Recuerdo cuando era guapo, popular y brillante en los deportes. Era el tipo de chico que todas las chicas suspiraban, el que llenaba los pasillos con su presencia magnética y su sonrisa deslumbrante. Pero entonces, una lesión cambió todo. Una maldita lesión que destrozó su sueño de una beca deportiva y lo dejó con un futuro incierto.
En esa época, nunca me hubiera fijado en él ni él en mí. Éramos como polos opuestos, dos mundos que nunca se cruzaban. Él era todo lo que detestaba en un hombre: arrogante, seguro de sí mismo y con una actitud de que el mundo estaba a sus pies. Yo, por otro lado, me aferraba a mi ira y a mi indiferencia como escudos protectores contra el mundo que me rodeaba.
Ahora, las cosas son diferentes. Aunque sigue siendo exactamente el tipo de persona que normalmente evitaría, ahora cierro los ojos ante sus defectos y finjo que no es así. Ahora finjo que su actitud no me afecta, que su presencia no me molesta. Tal vez es porque, al igual que yo, su vida tomó un giro inesperado y doloroso. Tal vez es porque ambos estamos atrapados en este pequeño pueblo, lidiando con los escombros de lo que podríamos haber sido.
Marcos y yo, los tullidos, los proyectos fracasados. Él perdió su brillante futuro en el deporte, y yo me he perdido a mí misma en algún lugar entre la ira y la apatía.
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Trazando Mariposas en la Oscuridad
General FictionMel, una joven marcada por un oscuro pasado, carga con el peso de un accidente que cambió su vida para siempre. Una promesa incumplida y la sombra de aquel trágico suceso la mantienen prisionera en un mundo de mediocridad y desesperación. Un día, su...