"𝚂𝚘𝚢 𝚞𝚗 𝚎𝚗𝚒𝚐𝚖𝚊, 𝚒𝚗𝚌𝚕𝚞𝚜𝚘 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚖í 𝚖𝚒𝚜𝚖𝚊." - 𝙴𝚖𝚒𝚕𝚢 𝙳𝚒𝚌𝚔𝚒𝚗𝚜𝚘𝚗
A lo largo de mi adolescencia, me aferre con una determinación férrea a la llama de la ira, como lo hacían tantas chicas de mi edad.
Al crecer en un mundo que parecía haber trazado senderos inquebrantables para mí y mis compañeras, aprendí que la rabia podía ser un escudo. Un escudo contra las expectativas, los estereotipos y las restricciones que intentaban acallarnos. Mi boca, antes cerrada, se abrió de par en par para liberar palabras que destilaban furia, mientras mis ojos se llenaban de la misma determinación ardiente que había visto en las miradas de mujeres que habían venido antes que yo.
Recuerdo la primera vez que sentí la fricción entre lo que se esperaba de mí y lo que anhelaba. Fue como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso como si cada respiración llevara consigo un peso invisible pero tangible. Había una rebeldía bullendo dentro de mí, una llama que amenazaba con incendiar todo lo que se interponía en mi camino. Sin embargo, esa llama no era solo de ira; también estaba llena de esperanza, de poder.
Con el tiempo, esa ira se convirtió en una especie de compañera constante, una amiga que nunca me abandonaba. Me seguía a todas partes, se infiltraba en mis conversaciones, dictaba mis elecciones y guiaba mis pasos. Me impulsó a tomar decisiones audaces, a levantar la voz cuando otros preferirían el silencio, a desafiar las normas que no tenían sentido y a buscar mi lugar en un mundo que parecía estar hecho para todos menos para mí.
Tenía una dirección clara en mente, un sendero que trazaba mis propias reglas y mis propias palabras. Sabía quién era y quién quería ser, y la llama de la ira me mantenía en la cima del mundo.
Pero entonces, un día, todo cambió.
Un soplo de viento demasiado fuerte.
Un "accidente".
La llama que había estado alimentando durante años se apagó de golpe, como si un ventarrón hubiera decidido que era hora de extinguirla.
Ahora, a los 25 años, me encuentro detrás de la barra de un bar de aspecto decadente. Es irónico cómo la vida a menudo te lleva a lugares que jamás imaginaste, y aquí estoy, sirviendo bebidas a hombres con miradas gastadas y sonrisas con sabor a whiskey. Mi rostro está cubierto por una máscara de neutralidad mientras escucho sus comentarios lascivos y risas ahogadas. Pero detrás de mis ojos, la misma ira que me acompañó durante años sigue ardiendo, como un fuego que nunca se extingue del todo.
A medida que el tiempo avanza, he aprendido a ocultarla bajo capas de desinterés aparente. He perfeccionado la habilidad de sostener conversaciones vacías mientras mi mente se mantiene alerta. Estoy cansada de lidiar con hombres que piensan que tienen derecho a mirarme de cierta manera, a soltar insinuaciones inapropiadas como si fueran monedas en una fuente de deseos. Mi piel se ha vuelto más gruesa, pero la ira persiste.
Echo de menos a esa chica que solía ser, extraño su valentía, su pasión, su capacidad para encontrar alegría en las pequeñas cosas. La chica que no temía mostrar su voz, que desafiaría a aquellos que la subestimaban. Recuerdo la audacia en sus ojos... Pero a medida que el tiempo pasó, esa audacia fue domesticada, como un animal salvaje que se encierra en una jaula.
Mientras me paro detrás de la barra, preparando un "Sex on the Beach" para un viejo verde que no puede apartar sus ojos de mis pechos, me pregunto dónde se ha ido esa valentía. Mi mirada se desvía hacia el espejo de mi izquierda, entre las botellas de ginebra, y me encuentro buscando los ojos de esa chica que solía ser, pero no la encuentro.
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Trazando Mariposas en la Oscuridad
Fiction généraleMel, una joven marcada por un oscuro pasado, carga con el peso de un accidente que cambió su vida para siempre. Una promesa incumplida y la sombra de aquel trágico suceso la mantienen prisionera en un mundo de mediocridad y desesperación. Un día, su...