1 EVITERNO

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Desde esa noche pareciera que esto no tendrá fin, ni siquiera aprecias cuando inicia, es extrañamente satisfactorio y naturalmente inevitable. Resulta engañoso y poderoso, te abraza, pero no te consuela, te recorre y te desnuda. Te hace caer sin sentir el golpe. No logras sostenerte, pero tampoco deseas ponerte de pie, no te abandona; pero tampoco te hace compañía. Y es extraño, observas una y otra vez tu propio reflejo sin poder ubicarte, corres a la orilla del mar queriendo alcanzar las olas, pero éstas se van demasiado rápido, escribes sobre la arena líneas que el agua desaparece, y de pronto logras abrir los ojos.

Te encuentras cara a cara con la misma muerte, pero no resulta intimidante.  Aquella sensación placentera desaparece, ahora el dolor y temor se apodera de ti,  cierras los ojos buscando consuelo, pero ya no hay retorno.

Pues sigues aquí...








Ciudad de México, Enero 2018.

Querida Elena.

Con el corazón devastado, debo contarte que después de aquel atentado que hubo en contra de mi familia, mis padres decidieron enviarme a Guanajuato unos días, mientras las cosas en la ciudad se tranquilizan. Aunque aún estoy un poco confundido por lo sucedido, estoy verdaderamente triste por dejar a mis hermanas y a mi madre solas. Pareciera que mi padre y Luis olvidaron que tienen una familia.

Te extraño. Ojalá pudieras regresar lo antes posible a México. Si es así, espero que podamos pasar unos días en Guanajuato en compañía del loco y atolondrado Joaquin. Cuídate mucho, con amor.

Alejandro.


Aquella noche era mi última en casa, me coloqué en el borde de la cama y observé mi habitación, tomé un sobre y fijé la carta que le dejaría a mi madre para que se la enviará a Elena. Tenía las maletas hechas y todo parecía estar listo. Al amanecer, solo tendría que despedirme de mi madre y mis hermanas, después, tomaría camino a casa de mis abuelos y finalmente, Cecilia, me llevaría a mi nuevo hogar temporal. Llegar a una nueva ciudad me atemorizaba y aunque estaba completamente consciente de que esto era temporal, el temor no se ausentó y se apoderó de mí. Al amanecer y después de tomar la carretera, Cecilia aceleró lo suficiente para llegar en pocos minutos a casa de mis abuelos, Cecilia una mujer desafiante y con una rudeza y pulcritud excepcional me conocía perfectamente, pues desde hace veinte años es la única persona que en casa pareciera comprenderme en su totalidad. Al llegar a casa de mis abuelos bajé de la camioneta, y al estirar las piernas aproveche para tomar suficiente aire, di unos pasos para colocarme frente a la inmensa casa y justo como lo sospechaba, mi abuela solo estaba esperando que cruzara la puerta para entrar a casa. Era de esperarse que me recibiría con una bienvenida inhabitual, aunque esta en particular, me sorprendió, me coloque de frente a la cantina y me senté sobre un banco alto que estaba justo frente a mi. La casa de los abuelos era particularmente bella, inmensamente grande y con una arquitectura muy particular, a pesar del tamaño y altura, en ese espacio no había lugar para lo poco ostentoso, o simplemente lo que pasará de largo fácilmente.

– Bien, pues ya estoy aquí – dije titubeando.

El semblante de mi abuela  parecía relajado, y un tanto intrigado, una mezcla lo suficientemente extraña, que me provocó demasiada curiosidad, ya que la abuela era del tipo de mujeres que siempre estaba bien o al menos era lo suficientemente buena aparentándolo. No dije nada más y esperé a que comenzara con su discurso para no perder más tiempo y así salir lo antes posible de ese lugar. Bebió lo poco de vino que quedaba en su copa, se puso de pie y empezó a caminar en dirección contraria a las manecillas del reloj, paró un instante y se dirigió a su estudio, se colocó detrás de su escritorio, sacó una llave de su bolsa izquierda del pantalón, abrió una especie de cajón misterioso que no estaba a la vista fácilmente y saco unos viejos folders.

ANTES DE QUE SEA TARDEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora