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ʚ Por Wang Yibo ɞ

Acabo de salir de un bar. He gastado lo último que me quedaba de mi paga y me tambaleo a causa del mareo. La gente pasa de mí. No sé atreven a ayudar a un simple borracho.

Es la segunda vez que tropiezo con algo. ¿Qué fue? No sé, pero las farolas de un coche esquivándome me transportan a un Wang Yibo de catorce años, uno que acababa de coger a su muñeco Hombre Araña del suelo del coche. Mientras el conductor me reza palabrotas, los recuerdos me bombardean como locos. Uno tras otro. Empiezo a recordar cuando tenía diez años... cuando estuve en Chongqing.

Nunca había sido muy sociable y no por timidez, sino porque creía que entre más reducido fuese mi círculo, menos problemas tendría. Es por ello, que después de algunos días, mamá me obligó a salir a explorar el barrio. Yo lo hice en parte porque quería sí quería conocer mi nuevo habitad, y en parte porque sabía que ella estaba muy dolida con la mudanza. A demás, las mamás siempre necesitan un tiempo a solas.

El lugar era tranquilo y no muy lejos de mi casa había un pequeño parque con columpios, toboganes y una cancha que servía para jugar al básquet y al fútbol.

Ahí había un grupo de chicos casi de mi edad. Me acerqué porque hacía mucho que no jugaba con alguien que no fuera del colegio y además era nuevo en la zona. Si era bueno o malo para jugar, ellos no lo sabrían hasta después de hacerlo conmigo.

Me dejaron unirme a uno de los equipos y jugamos. Sin reglas. Sin competencia. Sólo diversión.

Y ahí está Él. El tipo con el que he soñado todos estos años. Flacucho, moreno, dientes enormes, y un montón de lunares en el rostro. Él llevaba el balón en las manos y yo se lo quería quitar. En mi lamentable intento, él me empujó y yo caí de culo al piso. En aquel instante creí que me iba a dejar ahí tirado y que conseguiría anotar. Mi sorpresa fue que él dejó el balón de lado y corrió a ayudarme.

—¿Estás bien? —me preguntó, al momento que me tendía su mano. La acepté y me puse de pie. Los demás niños se acercaron a mí para saber si me había lastimado. Al comprobar que estaba todo en orden, reiniciamos el partido.

También la recuerdo a Ella.

Llegó con nosotros una tarde que dejamos las bicis, el balón y las patinetas de lado. Nos habíamos sentado en un rincón del parque para contar anécdotas de suspenso que nos hubieran pasado a alguno de nosotros. Él contaba su historia cuando Ella llegó. Llevaba un vestido corto y una coleta bien peinada. Su perfume era dulce; flor de loto.

A los niños de mi alrededor les dio gusto saludarla e hicieron un espacio para que se sentase con nosotros. Uno se quitó el suéter y se lo puso sobre el césped y Él le dio el suyo para que lo pusiera sobre sus piernas.

No era difícil de comprender que todos respetaran y cuidaran de Ella, porque era como nuestra hermana mayor y prefería mil veces escuchar cuentos de niños que dramas de adolescentes.

Él y yo bromeábamos con que uno de los dos se casaría con ella y que el otro tendría que ser el padrino. Ella bromeaba con que organizaría mi boda con Él.

Claro, todo eso lo olvidábamos después, pues no la veíamos a Ella como mujer, mucho menos como objeto. Sólo era nuestra jiejie. Nuestra... (Mierda, no recuerdo el nombre).

Fueron los mejores cuatro años de mi vida, ahora que al fin puedo recordarlo. No existían las preocupaciones reales, salvo los deberes del colegio. No existía la maldad en nuestros corazones ni las envidias. Éramos críos inocentes que se divertían incluso en los días de lluvia, pues si nos quedábamos en casa, nos conectábamos a Messenger y armábamos un grupo donde escribíamos con letras animadas, figuritas qué decían «Hola», «Adiós» y los grandes «Zumbidos» que sólo servían para joder a los demás. En mi caso, lo hacía para molestarlo a Él.

Sabía que te amaba [ZhanYi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora