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Por amor a Maradona, iba a volverse loco.

Por supuesto que ahora entendía las miradas para nada disimuladas de sus compañeros, cualquiera que estuviera a medio metro podía percibir el aroma de un alfa en su cuerpo.

Paulo no era descuidado con aquello, ya que solía usar parches durante los partidos y en varias reuniones donde los de casta superior abundaban (más si su celo estaba a la vuelta de la esquina), por lo cuál comprendía el desconcierto en Nicolás, Matic e incluso Abraham.

—Hacela bien, Paulo. No penses con tu omega...Mejor sácale provecho y mata dos pájaros de un tiro. — murmuró el cordobés, ideando un plan en el que todo podría salir bien...Cómo no tan bien.

Pero el que no arriesga, no gana. Y Dybala jamás fue un omega temeroso por sus acciones; si él quería algo, lo tomaba.

En estos momentos, lo que añoraba tenía nombre y apellido: Leandro Paredes.

La puerta del cubículo se abrió y el de ojos verdes actuó con normalidad; lavó sus manos y a su vez, mojó su rostro porque todavía sentía esa maldita sensación de placer navegando en su sangre.

Realmente no sabe si es impresionante o estúpido lo que le incentiva a hacer un bóxer sucio.

O tal vez, lo que lo incentiva, es saber la razón por la cuál su autoproclamado amor prohibido, lo hizo.

La noche estrellada por fin se asomaba en la ciudad italiana. Paulo se encontraba en su hogar desde la tarde, pero Leandro, en cambio, siempre solía llegar unas horas antes de la cena por la rutina en la que el equipo de Turín le sometía (él tenía conocimiento de ello por su temporada en la Juventus).

Eso, sin embargo, le había ayudado a pensar con claridad cada paso que iba a seguir ante el plan improvisado que estaba muy seguro de cumplir esa misma noche.

—¡Pau, ya vine!— avisó el alfa apenas cerró la puerta principal, soltando poco después un suspiro ante el agotamiento que sentía. —¿Estás cocinando?

MARCAS DISCRETAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora