PRÓLOGO

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EL DESPERTAR DEL GUERRERO INMORTAL

Los cielos grises se cernían sobre las aguas embravecidas del Mar del Norte mientras los barcos vikingos se abrían paso entre las olas encrespadas. Los guerreros del norte, con sus rostros enmascarados por pinturas de guerra y sus armaduras de cuero y metal, aguardaban el inminente choque con el enemigo. En la proa de uno de los barcos destacaba un hombre alto y musculoso llamado Alec, su mirada fija en el horizonte, el viento agitando su cabello largo hasta sus hombros y oscuro como la tormenta que se avecinaba.

El rugido de los tambores de guerra resonaba en el aire mientras las naves enemigas aparecían en la distancia. Los corazones de los vikingos latían al unísono, un coro de valentía y ansia de batalla golpeaban como las aguas del mar chocaban contra ellos. Alec empuñaba una gran espada, su expresión era una mezcla de determinación y anticipación. La sangre de sus ancestros corría por sus venas, un linaje de guerreros feroces que habían navegado los mares y conquistado tierras lejanas.

El choque fue inevitable. Las naves se estrellaron unas contra otras en un estruendo ensordecedor. La madera crujió, el acero chocó contra el acero y los gritos de guerra llenaron el aire. Alec se lanzó al enfrentamiento, su espada cortando el aire con precisión mortal. Su destreza en la batalla era sorprendente, como si hubiera nacido para luchar en el fragor de la guerra.

Mientras la batalla rugía a su alrededor, Alec se enfrentó a un guerrero enemigo formidable con un pañuelo que curbia su cabeza y carecia de la mitad de su dentadura. En ese preciso instante se desata una tormenta, la lluvia caia con rapidez y comenzaban a formarse remolinos sobre el mar, nadie al rededor parecia notarla puesto que estaban abstraidos en sus batallas. El choque de sus armas resonó, y Alec sintió una oleada de energía que recorría su cuerpo. Una fuerza arrolladora lo impulsó hacia adelante, su visión se volvió más aguda y sus movimientos se volvieron casi sobrenaturales. Cada golpe, cada movimiento de su espada parecía estar guiado por una mano invisible.

El tiempo pareció detenerse mientras Alec luchaba contra sus oponentes. Sus compañeros caían a su alrededor, pero él seguía en pie, una fuerza imparable en medio del caos. Un corte aquí, un esquivar allá, y los enemigos caían como hojas ante su hoja ardiente. La sensación de poder creció dentro de él, como si hubiera tocado una reserva oculta de fuerza que yacía dormida en su interior.

Finalmente, la batalla llegó a su fin. El mar estaba teñido de sangre, y los vikingos habían prevalecido, pero a un costo alto. Alec miró a su alrededor, su pecho jadeando por el esfuerzo. Entonces, un destello dorado captó su atención. Se miró las manos y vio un aura brillante que lo rodeaba, una luminiscencia que parecía emanar de su propia piel.

El descubrimiento lo dejó sin aliento. Se dio cuenta de que era inmune a las heridas, que su fuerza y velocidad eran asombrosas, y que había despertado un poder ancestral que trascendía su existencia mortal. Era un descendiente de vikingos, sí, pero también era algo más. Era un hiperbóreo, un ser de poderes especiales destinado a un destino mucho más grande que las batallas terrenales.

Alec alzó la mirada al cielo, las gotas le caian por su rostro, la tormenta ya no era tan profunda como al comienzo. Su corazón lleno de asombro y resolución. Su camino estaba trazado. Ahora, no solo era un vikingo feroz, sino un guerrero inmortal con superpoderes, destinado a mantener la paz entre los inmortales y los seres humanos. Su leyenda estaba por escribirse a través del tiempo, y el mundo nunca volvería a ser el mismo.

Raíces Inmortales.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora