Llegada no planeada

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Lo que comenzó como un día tranquilo, termino siendo algo movido.

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Atenea se encontraba en el dormitorio de su hermana, caminando sigilosamente, sin hacer el mínimo ruido, con un tazón con agua en sus manos. Una vez se halló al costado de la cama, subió sus manos hasta la altura de la cabeza de su querida hermana, girando el tazón.

-AHHHHHH- grito Emma dando vuelta hasta caer de la cama, enredándose con la sabana que la cubría y chocandose con la mesita de noche que tenía a un costado de la cama.

Lo que se escuchó luego fue la gran carcajada de su hermana.

-Auu...pero que te pasa Ateneaaa, po... porque fue eso??- grito Emma, con frío.

Atenea seguía riéndose estruendosamente caminando hacia la puerta del dormitorio.

-Pues no te levantabas cuando te llame- Alzando sus hombros en un gesto de desinterés, se fue del cuarto soltando una pequeña, pero audible para cualquiera en esa casa, risita.

Emma estaba furiosa, con mal humor y encima con frío, pero aun así seguía en el piso, tratando de taparse con la sabana que se trajo consigo misma al caerse de la cama.

-Hubiera sido agua caliente aunque sea- grito-susurro Emma, refunfuñando un poco de lisuras hacia su hermana.

Atenea se encontraba volviendo a la habitación de su hermana pequeña, riéndose un poco.

-No te hubieras levantado, por cierto te levantaba porque hice el desayuno, me olvide que por eso te despertaba - con una sonrisa inocente, pero una mirada llena de burla, se fue nuevamente de la habitación.

Emma se levantó de un brinco del piso, al oler panqueques recién hechos. Por estar sufriendo de su desgracia en el piso, no se percató del olor tan fuerte a comida.

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Una vez ya cambiada con una nueva pijama, bajo corriendo por las escaleras hasta el comedor, viendo dos platos de panqueques con miel y fruta, y a su costado dos vasos de café.

Exhalando el delicioso olor del café recién hecho, se sentó rápidamente en la primera silla que vio frente a un plato de panqueques, estando al costado de la silla de su hermana, exhalando nuevamente magnífico olor, haciéndosele al instante agua la boca.

Segundos después apareció su hermana mayor por la puerta de la cocina, en dirección a la mesa, teniendo en una mano una jarra de miel y en la otra una jarra de café.

Dado que ya conocía la adicción de su hermana pequeña hacia el café recién hecho, aunque de hecho le encantaba cualquier tipo de café, pero prefería un poquito más el recién hecho.

Una vez se sentó en la otra silla, la cabeza de la mesa, puso las dos jarras sobre la mesa.

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