NOTA: Cuando estaba escribiendo «Persiguiendo espejismos» había, originalmente, dos personajes más que eran parte de la narración. Sofía era el eslabón que debía cerrar la cadena de corazones rotos, porque nos regresaba al principio al unirse con la historia de Vania. Sin embargo, la trama era ya de por sí era bastante complicada con tantos personajes, así que decidí eliminarla.
Han pasado años y a veces aún recuerdo a Sofía y siento un poco de pena por ella, por su historia dejada sin contar... así que, aprovechando las bondades del Wattpad, he decidido ponerla aquí, como un capítulo «suelto» para quienes ya leyeron «Persiguiendo espejismos».
Ojalá les guste.
Ahora sí, pásenle a lo barrido.
=========No puedo decir que me gustó desde el primer momento en que la vi, porque sería una mentira. La verdad es que ni siquiera sabría decir a ciencia cierta cuando fue que la vi por primera vez, porque estoy segura de que debo haberme topado con ella en los pasillos de la escuela docenas de veces. Lo que puedo describirte con lujo de detalles, es la mañana en que supe que existía.
Afuera diluviaba y ella llegó a la clase de fotografía con la ropa empapada. Parecía salida de un concurso de camisetas mojadas: sus pezones rígidos se marcaban a la perfección a través de la delgada tela de la playera que llevaba puesta; su cabello, que le llegaba hasta los hombros, y era un poco ondulado, estaba destilando gotas frías de lluvia; los dientes le rechinaban y el labio inferior le temblaba.
Cómo odié no saber su nombre, cómo odié no ser la amiga que se puso de pie para abrazarla y darle un poco de calor... cómo odié no tener un pretexto para acercarme a ella.
La seguí indiscretamente con la mirada, desde el umbral de la puerta hasta el lugar en el que se sentó, mientras buscaba con desesperación algún pretexto para acercarme, algo remotamente lógico que decir... cualquier cosa hubiera bastado, ahora lo sé, pero en ese momento no se me ocurrió nada.
Permanecí ahí, aplatanada en mi silla, viendo que su amiga le tallara los brazos y le diera su chamarra para evitar que el aire acondicionado la fuese a enfriar más de la cuenta. Y entonces me vino una epifanía. Ahí estaba mi respuesta: en el aire acondicionado.
Ni tarda ni perezosa, me paré de un brinco, y me apresuré a la pared en la que se encontraba el diminuto panel de control del minisplit del aula.
–¡No te nos vayas a enfermar! –dije, asegurándome de que me viera, de que supiera que había sido yo quien acababa de salvarla de una posible neumonía.
Fue así que ella supo de mi existencia, apenas unos segundos después de que yo supiera de la suya. Ella sonrió y me pareció impecablemente hermosa. El par de dientes chuecos y los colmillos peculiarmente prominentes fueron mi perdición.
Después de esa mañana, mi vida dejó de medirse en minutos y segundos. Sentía que el tiempo avanzaba solamente cuando iba averiguando cosas que me acercaban a ella y a la posibilidad de un día estar a su lado.
Me tomó hasta el final de la clase averiguar que se llamaba Vania; veintiséis días, ser considerada su amiga; cuarenta y cinco con dos horas, confirmar que era gay; y cuarenta y cinco con dos horas y cincuenta minutos, entender que había llegado únicamente diez días tarde a su vida.
Si hubiera llegado diez días antes a su vida, quizás hubiera podido salvarla de esa estúpida fase en la que no hacía compromisos con nadie los jueves por la tarde porque tenía que ir a plantarse en un parque a esperar a que el amor de su vida pasara caminando. El amor de su vida, por cierto, era una chica con la que nunca había cruzado palabra, una chava que muy probablemente, nunca la había notado siquiera.
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Letras lésbicas
General FictionEsta es una colección de historias, cuentos, microcuentos, poemas sin métrica, entradas en mi vieja bitácora y demás escritos que nacieron por amor (o a veces por desamor). Todos, inspirados por mujeres que llegaron a mi vida; algunas fueron etéreas...