Cenizas

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Giro, giras, todo gira. Das vueltas en mi cabeza, en mi interior, en cada célula. Confundes, persuades, te internas y luego te pierdes, te escondes, huyes. Me visitas por las noches en sueños difusos; pesadillas recurrentes que me atormentan el alma y alimentan el torbellino de sentimientos encontrados que ocupan el espacio vacío que dejó tu piel.

Te encuentro, ineludiblemente, en cada rincón empolvado de la mente donde solía arrojar lo que creía innecesario; donde guardé las cartas, las risas y lágrimas, los besos, los susurros de media noche y los celos injustificados.

Luchas por esconderte detrás de la risa de cada persona que cruzo en la calle, detrás de cada soplido del viento, detrás del ladrido del perro, detrás de cada amanecer y cada puesta de sol; incluso algunas veces me parece encontrarte detrás de cada ola que toca la orilla de esta playa que ahora parece gris en lugar de azul turquesa.

Todo es tan gris en tu ausencia: estas olas que recibieron tus cenizas y se tiñeron de ellas; mi corazón, que no se acostumbra a su propio latir en la punzante ausencia del tuyo; el tono de cada canción que escuché contigo; el sabor de los poemas que te escribí.

Mis letras no encuentran significado si no estás aquí. Esas palabras derramadas sobre papel entre lágrimas cuando se acercaba el final. Las letras hilvanadas entre suspiros cuando apenas nacía nuestro principio, cuando iba escribiendo nuestra historia con cada momento que compartía a tu lado. Mis poemas encontraron su verdad entre tus labios, en la distancia que había hacía ellos y en mi cobardía para acercarme más.

Después solo la cobardía sobrevivió; esa misma me carcomiera el espíritu y me suplicara que le matase para sobrellevar el dolor de verte inerte en esa cama helada; esa misma que me impidiera acercarme y tocar tu mano por última vez mientras todos lloraban y rezaban por la paz de tu alma cándida que no merecía otra cosa que el cielo mismo; esa misma que hiciera temblar mis manos mientras sostenía el tarro plateado que te contenía, en la dolorosa presunción de que tu materia no se había destruido, sino transformado; pero aunque nuestros amigos y familiares me repitieran que se trataba de ti, yo solamente podía veía cenizas.

Y ahora, el aire mismo me sabe a cenizas.

Letras lésbicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora