Asher Durant, bicampeón mundial de Fórmula 1, vivía una época dorada, volvía a lo alto del campeonato tras unos años donde tensiones frustra a sus intentos al título.
A finales de la pasada temporada, viejos fantasmas asomaban, en forma de errores...
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Noviembre de 2022. Abu Dhabi
El sonido de los motores encendía por una última vez la explanada del circuito de Yas Marina.
Eso era lo que daba vida a este desierto, junto a los constantes vítores de la afición de las gradas, cada uno con su piloto favorito, ese a quien defenderían hasta las últimas consecuencias, aún siendo lógico que hay cosas que no haga bien, y de las que prefieres que nadie hablase.
Aún así lo importante, estaba concentrándose en la recta de inicio del circuito, en ese pequeño espacio se concentraban cientos de personas, entre mecánicos, ingenieros, reporteros, cámaras, y algún que otro invitado con alta reputación.
Porque todo estaba aún por decidirse, aún estando en la última carrera, todavía no había un piloto que se hubiese alzado con el título de campeón. Todo seguía en juego, entre Ziam Lawson, mi mayor rival, al lado mío en la parrilla de salida, y yo.
Nos separan 14 puntos entre nosotros. Lo que quiere decir que el que ganase hoy, ganaría el campeonato.
Pero la pole es mía, y eso es una gran ventaja, al menos moralmente, esa motivación es intachable.
Estando en la parrilla, me acerco rápidamente al monoplaza, tocando la chapa granate y dorada, y en el morro, el número 1, que destaca por encima, al estar en blanco, aún siendo mi número real el 26.
Se podría decir que es mi ritual de carrera, desde que lo hice una vez, allá en Fórmula 2, y gané esa carrera, desde entonces lo hecho, con buenos resultados casi siempre.
Probablemente es el ritual más raro de la parrilla, como ya había oído alguna vez en varios reportajes en los que se comentaban este tipo de cosas, pero a mí me funcionaba, y es lo único que me importaba.
3 minutos.
Esos famosos que estaban en la parrilla, ya habían salido, probablemente dirigiéndose hacia sus palcos, mientras que yo ya estaba dentro de mi monoplaza, con varios mecánicos ajustando los cinturones, y dándome varios datos a través de la radio, ya desde el pitlane.
Vi como una cámara enfoca mi coche, mientras un reportero hablaba, dirigiendo mi mirada hacia su foco.
Lo que pude entender, fugazmente, era como menciona el diseño de mi casco. Yo siempre apostaba por algo básico, sin demasiadas excentricidades.
Rojo burdeos, representando al equipo, y una bandera italiana recorriendo la parte superior de este, además de los varios sponsors con los que contaba.
Esta vez es un tanto más especial.
Este casco, además de las decoraciones de siempre, tenía unos toques dorados extra, en concreto, añadí una silueta de un trofeo, con el año en el que gané, colocado en un lateral del casco, junto a mi querido número 26.