Se sentía como un muñequito.
Yugi estaba allí, parado en medio de toda esa gente que lo saludaba con una reverencia y un beso en su mano, siendo respetuosos con él y siempre dándole una sonrisa. Atem no se separada de su lado y eso lo hacía ponerse nervioso.
En medio de aquel gran salón, con esa música, aquella ropa egipcia y con el moreno a su lado. Yugi se sentía como un dios, todos querían conocerlo, saber más de él, si tan decía que tenía hambre, llegada un sirviente y le ofrecía una bandeja con varios bocadillos, lo mismo era si tenía sed.
Atem agarrada su mano con fuerza, los dos en si no se decían nada, Yugi no quería verlo, ni siquiera lo quería cerca.
¡Alfa, alfa, alfa!. ¡Prestarme más atención!
Más, sus instintos pedían estar mucho más con Atem, era muy incómodo y vergonzoso para él, ya que se tenía que morder muy fuerte la lengua para no dejar ir una palabra subida de tono.
Mientras, Atem estaba tranquilo, por dónde caminaba, Yugi lo seguía como buen cachorro (eso, más el agarre de manos). Muchos le habían preguntando de donde venía el oji-amatista, no era conocido allí, y mucho menos por ese parecido con el moreno.
El punto de esta fiesta era que lo conocieran y supieran que es mío. No que vengan a preguntar de dónde viene.
Tanto Atem como sus instintos de alfa estaban molestos por la actitud de algunos invitados, no podía decir obviamente de dónde provenía su ahora omega. Eso lo podría meter en problemas con los dioses.
— Yugi, ¿de dónde eres?—preguntó Atem tomando un poco de vino de su copa, Yugi lo miró con sarcasmo—Me refiero, a como se llamaba esa ciudad...
Yugi solo entre cerro los ojos y los cerró, movió su cabeza ligeramente a otro lado, ignorando así al moreno y dejando claro que no le respondería la pregunta.
— Responderme.
—Domino.
El oji-amatista quiso darse un tiro ante eso, pero, por alguna razón, Atem lo jaló hacia el trono, Yugi se quedó más que nervioso, y en especial, por como los miraba.
— Escuchen todos—aclaró con voz tranquila Atem, pero de forma fuerte, obteniendo total atención—Algunas me han preguntado de dónde proviene mi omega—Yugi giró los ojos—Hace unos meses fui a las lejanias de egipto, llegué a un pueblo llamado... Domino, y allí nos conocimos—jaló a Yugi para poner su mano el hombro del menor, acercandolo a él—A partir de ahora, es mi prometido, ¿entienden?, y no quiero más preguntas al respeto.
¡AAAWW!, ¡prometido!, ¡sí, sí!.
>>¡NO, NO, NO!<<
Yugi escuchó los aplausos de los invitados, eso lo hizo ponerse pálido, pues ante todo había quedado como el omega de Atem. Eso no le gustaba, nadita.
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—¿Qué carajos haces?.
—Preparo mi cama, ¿no ves?.
Atem se mordió la lengua aguantando dar un grito, miraba al pequeño oji-amatista poner unas almohadas y sábanas en un pequeña sofá que había en la habitación.
—No es necesario que duermas allí—habló el moreno.
—Pues... Yo quiero dormir aquí—se sentó en el sofá sin verlo.
—No me hagas obligarte Yugi.
—Ah, aparte de secuestrarme...—lo miró de reojo—¿Me vas a violar?, que admirable faraón.
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Destinado a estar contigo
RandomYugi era el típico Omega tierno, amable y lindo que cualquier Alfa quiere. Muchos que lo querían, y el destino lo puso con uno imposible. Un faraón, ya muerto. →Puede haber errores ortográficos →Contenido +18