El recuerdo se evapora en los confines de la mente, pero, ni las distancias, el cielo o infierno, evitan que dos almas destinadas a vibrar juntas, se encuentren.
[Sukuna x Lectora]
•El personaje de Ryomen Sukuna le pertenece a Gege Akutami, todos lo...
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Pronto, la necesidad de verla nuevamente surge en mí. Nunca lo aceptaría, no obstante, comienzo a acecharla desde la lejanía, viéndola vender sus artilugios baratos que nadie compra; en aquel pueblucho de mala muerte. Su rostro, ese maldito rostro siempre refleja una sonrisa inquebrantable qué pasa desapercibida para el resto, ella es tan o incluso más invisible que yo. Un alma solitaria. Cada día la veo repetir la misma rutina hasta que el sol se esconde en el horizonte.
Frágil. Débil. Me molesta.
Algo se esfuma al apreciarla y el vacío se rellena, pero al perderla de vista; regresa.
Necesito acercarme.
Intento mentir, recalcando en mi mente que se trata de un atisbo de incertidumbre. Altivo, quiero probar que ella no me provoca más que asco. En un pestañeo, ahí me encuentro, frente a su negocio. Mis ojos clavados en su complexión, dejándola plasmada en mi campo de visión.
Sus orbes se iluminan, con una sonrisa alegre tirando de la comisura de sus labios. Como si me hubiera extrañado.
—¡Eres tú!—La silla en la que se balancea, se detiene abruptamente soltando un crujido fastidioso—¡Pensé que no volvería a verte!
Se levanta y da varios pasos en mi dirección, quedando frente a mí. Debe elevar el rostro en demasía para poder encararme.
—Ven, vamos a un lugar privado. No quiero lucir como si estuviera loca otra vez—. Toma mi mano entre la suya, tirando de ella y dirigiéndonos a quién sabe dónde. Obviamente, la estoy dejando llevarme, si quisiera, no podría moverme ni un ápice.
Sería sencillo para mí transportarnos al destino que tiene en mente, pero me hallo codiciando que su cálido tacto se prolongue unos segundos más. Es un contraste singular, con el gélido mío. Después de varios minutos, ambos nos detenemos en una colina a las afueras; que posee un frondoso árbol justo en la cima. Cuando me libera percibo un quiebre de la realidad, ella se acomoda cerca al tronco y palmea a su lado, supongo que invitándome a sentarme.
Yo hago lo que me da la gana, ella no me ordena ni me dice que hacer.
Me siento con gracia, sin perder mi grandeza. En ningún momento aparta la mirada de mí. Es normal que esté deleitada con mi apariencia y presencia. Ni en un millón de años conseguirá estar cerca de alguien similar.
Nos quedamos en silencio, no tengo nada que comentar y ella juguetea con el pasto.
—Y…¿En dónde has estado? No te vi en semanas—pregunta, enredando algunas tiras verdes entre sus dedos—, creí que había hecho algo para ofenderte. Sin embargo, por más que pensé en ello, no hallé nada…A menos que…
Sus ojos se expanden con preocupación—¿Fue porqué te llamé burro? ¡Lo siento, de verdad! No quise ser grosera.
Que personalidad arrolladora. Al igual que un pequeño animal, chillón e inquieto. Sí me ofendió, y aun así es la única que ha salido impune luego de hacerlo. A pesar de eso, no respondo, porque yo sí la he visto. Todos los días. Es simple curiosidad por ella, pero solo una nimiedad, en todo caso no le debo respuestas.
