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«Nunca puedo ver las estrellas, aunque siempre estoy sumido en la noche»

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«Nunca puedo ver las estrellas, aunque siempre estoy sumido en la noche»

R.S

El amor fácilmente puede ser confundido con placer, adicción y capricho.

Amor.

Creí haber sacado esa palabra de mi vocabulario hace tiempo; era impensable y nauseabundo el llegar a imaginarme teniendo un sentimiento tan desagradable. Aquel que parte de la insuficiencia y busca la unión con otro ser para permanecer completo.

Y yo soy un ser entero, absoluto.

«¿Acaso me he vuelto loco?» Innumerables veces esa incógnita ha vagado en mi mente desde que ella apareció. A causa de un pensamiento frecuente que se vuelve lacerante y se transforma en una evocación intrusiva que me agita los pulmones; al solo considerar la desabrida idea de querer a una humana.

Aún así, ambiguo, vuelvo a replantearmelo al ver la delicada figura durmiente bajo las mantas de mi gigantesca cama. Sí, al parecer estoy lo suficientemente loco como para cederle mis aposentos.

Su piel contrasta con la seda carmesí que iguala la profundidad de mis orbes pesados sobre ella, inmóviles bajo la espesa oscuridad. Casi cerca de devorar cada centímetro de su diminuto cuerpo. Realmente, ella me profesa una confianza ciega intrigante. Sabiendo lo que hice. Sabiendo lo que soy. Es adictiva la sensación de verla descansar tan plácidamente bajo mi abrumante presencia demoníaca.

La detallo sin cesar, buscando respuestas, y la única a la que logro llegar; es la que detesto aceptar.

Es imposible, brama mi ego herido.

Estoy expuesto, afirma mi experiencia.

Es una incongruencia, declaro inapelable.

Déjate ir, susurra una imperceptible voz.

Rechino los dientes con tanta presión que los nervios se tensan. Decidido, mis pies avanzan insonoros en medio de la negrura hacía el mullido lecho; hasta posarme en la orilla. Mi mano se desliza convenientemente suave sobre el cobertor que la cubre; como para fastidiarme. Término por tironear el edredón de forma repelente, intentando recuperar mi orgullo y despertarla de su profunda somnolencia.

No se mosquea, ni siquiera se mueve. Un pequeño ronroneo vibra en su garganta y se hunde en la almohada cómodamente. Doy una inhalación superflua y el colchón rechina bajo mi peso cuando gateo hasta posicionarme sobre ella. La miro, he perdido la cuenta de las veces que lo hago en el día. Más de las que me gustaría admitir, a decir verdad.

¿Por qué siempre luce tan calmada a mi lado?

Justo ahora esto es peligroso. Tengo que asegurarme que ella no significa nada para mí y que esto no es amor, el solo pensarlo me provoca ganas de vomitar. Simplemente estoy confundiendo un mísero capricho con una palabra—o sentimiento—, que no existe para mí. Esta confusión es tan arriesgada que imperceptible, pero inequívocamente me convierte en otro y no voy a permitirlo. Cueste lo que cueste.

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⏰ Última actualización: Apr 17 ⏰

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