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L A U R A

Corro lo más rápido que me permiten mis pies y piernas. Las ramas y hojas golpean mi rostro con fuerza a cada paso que doy.

No siento el aroma de mi hija, tampoco el olor de Arkior. Cada vez estoy más cerca del lago al que se supone que ellos vendrían.

No debí confiarme, no debí hacerlo. Bajé la guardia todos estos años. Nunca me imaginé que Manuel siguiera vivo y que vendría por mi.

¿Qué tiene que ver mi hija en todo esto?
¿Ella de que tiene la culpa?

Adam y yo somos los responsables de todo lo malo que le pasó a ese ser despreciable. Tiene que irse en contra nuestra. De ella no.

—¡Aranea! —volteo a todas las direcciones posibles buscandola —¡Aranea ¿Dónde estás?! —mi respiración se acelera más.

Huelo, busco, observo. No está ni ella ni Arkior.

—¡Aranea! —lagrimas bañan mi rostro.

<<¿Hija dónde estás?>>

—¿Mami? —asustada volteo tras de mi.

Ahí están los dos. Ambos están bien.

Camino hasta ellos rápido con los ojos llorosos. Me tiro de rodillas al suelo y me aferro a mi hija. Gracias Diosa Luna.

—Mamá, ¿Qué ocurre? —la confusión en su voz es alta. Sin darme cuenta la estoy asustando.

Niego sin separarme de ella. Creí que la había perdido.

—Nada hija, nada —me alejo un poco y la tomo de las mejillas —Dime algo, ¿Cómo era el hombre que te dió la carta? —trago saliva con miedo. No quiero, pero debo escuchar esto.

—No lo recuerdo muy bien —voltea hacia a Arkior y con la mirada le pide que se acerque a nosotras —¿Recuerdas como era?

—Si, lo recuerdo —asiente

No tenía un brazo

Un golpe de terror azota contra mi pecho. Mi cuerpo comienza a temblar de una manera notoria.

—¿No tenía un brazo? —le pregunto, pero fue más como para repetirme a mi misma la realidad de las cosas.

No había dudas.

—-¿Mamá qué pasá? —nota mi nerviosismo —¿Estás bien?

Niego con la cabeza varias veces alejando los malos pensamientos de mi.

—Si hija estoy bien —sonrio para tranquilizarla —Volvamos. Hay que ir con tu padre y tu tío —los tomo a los dos de las manos y me levanto.

—Pero mamá, aún no vamos al lago —hace pucheros Aranea.

—Hay que ir con ellos para que nos ... —me detengo, estuve a punto de decir para que nos proteja —... Porque les tienen una enorme sorpresa —asiento —¿Si? Anden vamos.

Me giro sobre mis talones y me detengo en seco.

—Mira mamá el me dió la carta.

Es el, está ahí... A tan solo siete metros de nosotros con una sonrisa maquiavélica.

Comienzo a respirar con la boca porque con la nariz no recibía el aire suficiente. Todos los días, y todas las torturas que el práctico sobre mi, cada corte, cada gota de sangre derramada. Todos golpean mi mente una y otra vez sin clemencia.

Corrigiendo el Pasado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora