Correr por el pasillo se sintió eterno y más con los tacones que traía puestos. De entre todas las confusiones que había en su cabeza solo podía pensar que Cristina estaba en peligro. Iba detrás de Alex, intentando no llamar la atención de los demás trabajadores que andaban por el edificio con su rutina normal de todas las mañanas, tal como ella debía estar. Quizás estaría terminando la junta, brindando con champaña con Ricardo, celebrando la inversión millonaria de Alexander Volkov, no siguiéndolo por la salida de emergencia que daba al estacionamiento.
De pronto un recuerdo le llegó a la cabeza, algo así como un golpe seco en la mejilla, de esos que desequilibran y hacen que los pies duden el rumbo de los pasos. Fue un flash que cegó sus ojos y le dio piquetes en el pecho, como si aún estuviera estancada en esos ayeres:
—No estoy muy segura de esto, Valentin.
Él se encogió de hombros levemente mientras tomaba el pequeño frasco de vidrio y le introducía la jeringa. El líquido era de un tono azul eléctrico, tan brilloso que parecía tener luz propia, como si pequeñas partículas nadaran en él.
Rubí miraba desde un pequeño agujero en la puerta del sótano. Sus padres solían entrar ahí por la tarde y no salían hasta la hora de la cena, aun cuando se raspara la rodilla o Cristina hirviera en calentura. Tenias penas diez años y no sabía cómo bajarle la fiebre, colocar paños húmedos en su frente parecía ya no dar resultados, y aun cuando ellos le tenían remotamente prohibido bajar esas escaleras mohosas, se animó a hacerlo solo para que actuaran como padres por una sola vez en su vida.
Aunque, si era sincera, ya no sabía con qué cara tocar la puerta después de lo que estaba viendo.
—Confía en mí—su padre colocó la mano en la mejilla de su madre y le dejó un pequeño beso en los labios, buscando darle consuelo—. Este es el indicado, he trabajado meses en perfeccionarlo.
Sofía no lo veía muy convencida. Estaba dudosa y vacilaba, pero finalmente asintió, moviendo su cabello rojizo con el vaivén de su cabeza.
Valentin sonrió y le preparó el brazo, después introdujo la jeringa en su piel y miró el líquido azulado entrar en su cuerpo, invadir sus venas, reclamarse propietario de su carne. Envenenó su sangre, se volvió parte de su corazón, hizo nido en sus pulmones, esparció campamentos por todos sus músculos e hizo agujeros en su alma.
—¿Ves? fue fácil—musitó él, sin sentir el fuego que la estaba consumiendo a ella.
—¡Rubí, sube!—le indicó Alex, señalando un convertible rojo que estaba estacionado entre cientos de autos que se veían insignificantes junto a él.
Sacudió la cabeza, libró su mente de esos pensamientos y respiró hondo, entrando en el asiento del copiloto. Olía a cuero, aromatizante de pino y tenía un toque del aroma de Alexander. Él entró junto a ella y encendió el motor. El ruido se escuchó como un rugido.
—¿La localizaste?
Asintió.
—Está en su restaurante, el de la calle Kills.
Rubí respiró y tranquilizó a su alma nerviosa. Estaba en un lugar lleno de gente, con personal a su mando y un equipo de seguridad que acudía solo con presionar un pequeño botón debajo de la caja registradora.
—¿Eso quiere decir que está bien?—le preguntó con la voz un poco vacilante.
Él tenía la vista al frente mientras manejaba a una velocidad cada vez más alta.
—Por el momento. Mi gente me dice que está con un hombre en su oficina.
Ella asintió, degustando la información que él le estaba dando.
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El Juego De Rubí | Juegos De Seducción II |
RomanceY cuando por fin se besaron, el mundo explotó. NO LEER INTRODUCCIÓN SIN HABER ACABO EL PRIMER LIBRO