Historia ganadora del concurso "¡Viva México!" de WattpadMexicoEs
Juan Ramírez, un mexicano de 30 años de edad, como siempre, decide celebrar el Día de la Independencia de México, junto a su familia, conocida por sus famosas enchiladas. En la plaza...
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La oficina bullía de actividad. Montañas de papeles y expedientes amenazaban con desbordar el escritorio de Juan. El reloj marcaba las cinco en punto, pero el trabajo no parecía tener fin, y contaba con un escritorio desordenado que parecía tener vida propia.
Como tú y yo lo haríamos en momentos de mucho trabajo y agotamiento, con un suspiro de resignación, Juan tomó su teléfono celular y marcó el número de su madre. A pesar del estruendo en la oficina, el sonido de la llamada era como escuchar ranchera en sus oídos.
—¡Hola, mamá! Sí, soy yo, Juanito. ¡No, no te preocupes! Ya sabes que no me perdería la celebración. ¡No, claro que no me perdería de la nueva victoria de las famosas enchiladas contra los tacos de los Rodríguez, por nada en el mundo!
La voz de Juan, se escuchaba entre animado, pero también hastiado de que su mamá se pusiera tan intensa en esas fechas, que deberían ser para su descanso.
—¡Ay, Juanito! Sabes cuánto nos alegra escucharte, pero estoy segura que estaríamos más tranquilos si estuvieras aquí. Sabemos que tu trabajo es importante, pero la familia lo es aun más. Mira que la otra vez a Pedrito, el hijo de la vecina, lo echaron del trabajo ¿y dónde crees que fue a parar? ¡Sí, a la casa de Doña Carmen! —La voz de Doña Rosa, como siempre, se escuchaba con reprimendas, preocupación y con ese tono regañón al otro lado de línea.
—Sí, mamá, lo sé. Pero en la empresa solo dan el día libre para la fiesta —respondió, con los ojos en blanco, sopesando si fue buena idea llamarla—. He hecho todo lo posible para dejar todo en orden aquí. Además, con la ayuda de mi superpoder secreto, las enchiladas serán aún más deliciosas este año.
Por supuesto, esperaba que Doña Rosa se riera, pero solo escuchó su respiración en respuesta, como alguien que no se siente a gusto, pero que sabe que debe emitir sonido alguno para no ser maleducado.
—¡Ay, Juanito! Es que, si no llegas a tiempo para el festejo, sabrás la razón por la que tu padre no se la ha ocurrido dejarme —le amenazó.
—¡Má, ya...! Ya le dije que voy, solo espéreme sí. Mejor hablemos allá para que no se me caliente, plancha.
—Bueno, te espero entonces, Juan. Dios te bendiga...
—Amén, má —respondió, colgando. Su otra mano estaba sobre el puente de su nariz, intentando relajarse.
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