Capítulo 20 La coronación

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El mundo fantástico albergaba seres que ni siquiera los más expertos descubrían por las rarezas que los envolvían. Antiguamente, los elfos se dedicaban a viajar para sobrellevar su eternidad. Así lo quiso una mujer que se aventuró a las profundidades de las cuevas subterráneas en compañía de su hijo, un bebé que había desarrollado el hábito de gatear y escaparse en un parpadeo. Aquella madrugada la elfa enfrentó a monstruos que moraban allí, aguardando a que las presas se perdieran con las tormentas y se refugiaran en sus aposentos. Eran abominaciones de formas alargadas que reptaban a una velocidad mortal. Ciegos, pero con un poderoso sentido del oído que los guiaba perfectamente en la oscuridad.

Ella se despojó de una pierna luego de que fuera aplastada por la larga cola del monstruo. En ese momento fue separada del pequeño que se introdujo en un angosto túnel. No tuvo tiempo de atraparlo porque lo único que vio, al levantarse entre jadeos, fue la enorme boca circular cubierta de colmillos y una lengua verdosa que destacaba en la penumbra, antes de que la mitad de su cuerpo fuera engullido.

El bebé atravesó el túnel sin saber qué peligros enfrentaría, ni qué dejó atrás. Acabó cayendo sobre un charco de agua. La atmósfera era húmeda y cargada, con un aroma terroso que evocaba la antigüedad de una tierra inexplorada. Las paredes estaban recubiertas de formaciones rocosas intrincadas, algunas con inscripciones que incluso los elfos desconocían. Estalactitas colgaban del techo, goteando un líquido rojizo con olor a hierro. Estalagmitas emergían del suelo, como pilares naturales que crecieron durante milenios.

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