𝐏𝐫𝐨́𝐥𝐨𝐠𝐨

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Tardó un rato en abrir los ojos.

Llevaba alrededor de quince minutos despierta, pero no se atrevió a incorporarse.

No había que malentenderla, tenía sus razones, muy válidas razones.

Pero estaba una de esas razones que no dejaba de hacerle ruido: ¿Por qué estaba viva? Claro, amaba vivir, quería vivir, por algo se esforzó durante tantos años para salir de esa alcantarilla que supuestamente daba servicios de caridad.

Pero según ella y sus últimos recuerdos, estaba bastante claro que debía morir.

No podía haber forma humana de que estuviera viva, y en el hipotético caso de que ocurriera uno de esos milagros que aparecían en televisión, ella no debía de sentirse tan bien.

Claro, lo agradeció, tampoco iba a negar que estaba mejor de lo que hubiera esperado.

Pero seguía con la vaga idea de que, teniendo en cuenta la gravedad de su accidente, tenía que tener los huesos rotos, haber perdido alguna parte del cuerpo o simplemente no recordar nada.

Sin embargo, estaba bien.

Claro, su cuerpo dolía un poco, pero ese dolor no era diferente al de una caída de un lugar ligeramente alto, ella había pasado por dolores más fuertes cuando estaba en la preparatoria.

¿Será que el Dios al que las monjas del orfanatorio le rezaban por fin se había atrevido a mostrar su cara?

Está bien, ella le agradecería, pero tampoco comenzaría a creer en él, ya era demasiado tarde para que ella le tuviera fe a cosas sobrenaturales.

Bueno, era momento de despertar.

Si comenzaba abriendo los ojos, lo más seguro es que se durmiera, apenas lo hiciera, así que la mejor opción era aplicar su arma confiable.

Sintió dolor en la espalda baja, pero no importó tanto, como si le hubiera caído agua helada, ella se sentó de golpe, sus ojos quedaron abiertos de par en par.

Y si creyó que estar viva era una sorpresa, el lugar en el que estaba fue un impacto aún mayor.

— ¿Está bien, mi señora? — la voz vino de su costado derecho.

Lentamente, miró en aquella dirección y quedó aún más confundida.

¿Qué hacía ese niño ahí? ¿En dónde diablos estaban?

Intentó responder, pero no le salieron palabras, su garganta ardía con cada movimiento que hacía, el joven pareció entender un poco de aquello y le sirvió agua en una taza de porcelana.

Luego preguntaría de dónde habían sacado tan buena indumentaria, en los hospitales de Cambridge a veces faltaban algunas medicinas por lo que una taza de porcelana era algo que no se podía imaginar.

— ¿Qué fue lo que pasó? — poco a poco, ella volvió a recostarse, necesitaba otro momento de descanso.

Si volvía a tener otro accidente de esa magnitud — y esperaba que eso no sucediera — no volvería a sentarse de golpe, tuvo un mareo terrible y seguramente hubiera vomitado.

Internamente, agradeció al muchacho, incluso la ayudó a recostarse.

"Qué enfermero tan amable, espero que le paguen bien".

— Tampoco lo sé, mi señora — habló la voz desconocida — estaba de cacería cuando escuché un golpe y me encontré con usted, se supone que no debería de estar aquí, así que la traje para poder interrogarla.

Y ahí el relato se distorsionó.

Ella rápidamente se puso alerta, ¿qué era lo que él acababa de decir?

— ¿Disculpe? — giró la cabeza en dirección a la voz, ahí su sorpresa fue mayor.

El dolor que molestaba su cuerpo no le permitió prestar completa atención su apariencia, viéndolo bien, él estaba completamente fuera de lugar.

¿Era alguna clase de celebración especial para los niños y por eso se había vestido como un caballero medieval?

— ¿Necesita algo? — era curioso, se notaba que estaba intrigado con su presencia.

— ¿Podrías repetirlo de nuevo? Creo que no entendí bien...

Exacto, ella no debió de entender bien, no había otra explicación coherente para ese asunto.

Él asintió ligeramente y le mostró una pequeña sonrisa, quizás fue para darle algo más de confianza — Estaba cabalgando por el coto de caza imperial intentando cazar una presa, pero de la nada escuché un golpe y mi grupo y yo nos acercamos, ahí apareció usted estando inconsciente; necesitaba averiguar cómo es que pudo entrar y tampoco podía dejar a una dama tirada ahí, así que la traje a mi campamento para que pudiera recuperarse mejor.

Ella rio un poco, su actuación era bastante buena.

— Vamos, ¿Quién eres?

— El príncipe del Imperio de Etruscan.

𝐋𝐀𝐙𝐎 𝐃𝐄 𝐎𝐑𝐎 † Alfonso De CarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora