El Encuentro con la Diosa

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Capítulo 2: El Encuentro con la Diosa

Bell llegó al piso diez del laberinto, sintiendo una gran satisfacción por haber logrado su objetivo. Era la primera vez que alcanzaba ese nivel, y se sentía orgulloso de su progreso. Sabía que aún le quedaba mucho camino por recorrer, pero también sabía que estaba cada vez más cerca de cumplir su sueño.

El piso diez era diferente a los anteriores. Era más amplio y luminoso, y tenía una vegetación exuberante que le daba un aspecto paradisíaco. Bell se maravilló ante la belleza del lugar, y se preguntó qué secretos escondería.

Mientras exploraba el piso, Bell se encontró con un grupo de aventureros que venían en dirección contraria. Eran tres hombres y una mujer, todos de aspecto fuerte y experimentado. Llevaban armaduras y armas de calidad, y tenían un emblema en el pecho que los identificaba como miembros de la familia Loki, una de las más poderosas y prestigiosas de Orario.

Bell se apartó para dejarlos pasar, pero uno de ellos lo miró con desprecio y le dijo:

- ¿Qué haces aquí, novato? ¿No sabes que este piso es solo para los aventureros de nivel dos o superior?

- Lo siento, no lo sabía. - dijo Bell con humildad.

- Pues deberías saberlo. Este piso es peligroso para los débiles como tú. Vuelve al piso nueve, o mejor aún, al piso uno. Allí estarás más seguro. - dijo el hombre con burla.

- No soy débil. He llegado hasta aquí por mi propio esfuerzo. - dijo Bell con firmeza.

- ¿Ah, sí? Pues demuéstralo. - dijo el hombre con desafío.

- No quiero pelear contigo. Solo quiero explorar el piso. - dijo Bell con calma.

- Pues yo sí quiero pelear contigo. Quiero enseñarte una lección. Quiero hacerte ver lo insignificante que eres. - dijo el hombre con violencia.

El hombre sacó su espada y se lanzó contra Bell, dispuesto a atacarlo sin piedad. Bell apenas tuvo tiempo de reaccionar y bloquear el golpe con su espada. El choque de las armas hizo vibrar el aire, y Bell sintió el impacto en su brazo.

- ¿Qué te parece eso? ¿Te duele? Pues prepárate para más. - dijo el hombre con crueldad.

El hombre siguió atacando a Bell con furia, sin darle tregua ni respiro. Bell se defendía como podía, pero estaba en clara desventaja. El hombre era más fuerte, más rápido y más experimentado que él. Además, tenía el apoyo de sus compañeros, que lo animaban y se burlaban de Bell.

Bell empezó a sentirse agobiado y asustado. No quería pelear, solo quería escapar de esa situación. Pero no podía rendirse, no podía dejar que lo humillaran así. Tenía que resistir, tenía que demostrar su valor.

En ese momento, una voz dulce y melodiosa resonó en el aire:

- ¡Basta! ¡Dejadlo en paz!

Bell levantó la vista y vio a una chica rubia que se acercaba corriendo hacia él. Era hermosa, con unos ojos azules como el cielo y una sonrisa radiante como el sol. Llevaba un vestido blanco con un lazo rojo, y tenía un aura divina que la rodeaba.

Bell quedó hipnotizado por su belleza, y sintió que su corazón latía con fuerza.

La chica llegó hasta donde estaban Bell y el hombre, y se interpuso entre ellos.

- ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? - le preguntó el hombre con sorpresa.

- Soy Freya, la diosa del amor. Y quiero que dejéis en paz a este chico. No tiene sentido que lo ataquéis así. Es solo un aventurero que quiere explorar el laberinto como vosotros. - dijo la chica con dulzura.

- ¿Freya? ¿La diosa del amor? ¿Qué haces aquí? - preguntó el hombre con incredulidad.

- Estoy aquí porque me gusta este piso. Es un lugar hermoso y tranquilo. Y también porque me gusta este chico. Es un chico valiente y noble, que merece mi atención y mi afecto. - dijo la chica con ternura.

- ¿Qué? ¿Te gusta este chico? ¿Este novato insignificante? ¿Estás bromeando? - preguntó el hombre con incredulidad.

- No, no estoy bromeando. Estoy hablando en serio. Me gusta este chico, y quiero que sea mío. - dijo la chica con seriedad.

- ¿Qué? ¿Qué quieres decir con que sea tuyo? ¿Quieres reclutarlo para tu familia? - preguntó el hombre con confusión.

- No, no quiero reclutarlo para mi familia. Quiero que sea mi amante. Quiero que sea mi pareja. Quiero que sea mi héroe. - dijo la chica con pasión.

- ¿Qué? ¿Estás loca? ¿Cómo puedes decir eso? ¿No sabes quién soy yo? Soy Ares, el dios de la guerra. Soy el líder de la familia Loki, la familia más poderosa y prestigiosa de Orario. Soy el aventurero más fuerte y famoso de esta ciudad. Y tú quieres que deje a este chico en paz, solo porque te gusta. Eso es ridículo. Eso es inaceptable. Eso es una ofensa. - dijo el hombre con ira.

- No me importa quién seas tú. No me importa lo que digas tú. Solo me importa lo que siento yo. Y yo siento que este chico es especial. Que tiene algo que me atrae y me fascina. Que tiene un potencial enorme y un destino maravilloso. Que tiene un corazón puro y una voluntad indomable. Que tiene un eco silencioso que resuena en mi alma. - dijo la chica con emoción.

- No digas tonterías. Este chico no es nada de eso. Este chico no es nada. Es solo un novato débil e insignificante, que no merece ni tu atención ni tu afecto. Es solo un estorbo, un obstáculo, una molestia. Es solo un enemigo, un rival, una presa. Y yo voy a acabar con él, aquí y ahora. - dijo el hombre con violencia.

El hombre empujó a la chica y se lanzó de nuevo contra Bell, dispuesto a darle el golpe final.

Bell estaba paralizado por el miedo y la confusión. No entendía lo que estaba pasando, ni lo que había dicho aquella chica. No sabía quién era ella, ni por qué se había interesado por él. No sabía qué quería de él, ni qué debía hacer él.

Solo sabía que estaba en peligro, y que tenía que reaccionar.

Con un último esfuerzo, Bell levantó su espada y bloqueó el ataque del hombre, haciendo chocar las armas con fuerza.

El choque fue tan fuerte que hizo temblar el suelo, y provocó una reacción inesperada.

De repente, una luz cegadora inundó el lugar, y una voz poderosa resonó en el aire:

- ¡Basta! ¡Deteneos! ¡No permitiré que os peleéis en mi dominio!

Bell y el hombre se quedaron atónitos ante la voz, y miraron a su alrededor para ver de dónde provenía.

Lo que vieron los dejó sin aliento.

En medio del piso diez, había un gran altar de piedra, donde se alzaba una figura imponente y majestuosa.

Era una mujer de cabello plateado y ojos dorados, que vestía una túnica blanca con adornos dorados. Tenía una corona de laurel en la cabeza, y una lira en la mano.

Era Artemis, la diosa de la caza y la música.

Era la dueña del laberinto legendario.

Era la creadora del eco del silencio.

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