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No había pasado mucho desde que me enteré de su muerte, aunque para mí, el tiempo parecía haberse congelado. No tenía intenciones de salir del coche. Tenía los ojos cerrados, convencida de que estaba atrapada en una horrible pesadilla de la cual deseaba despertar, pero sabía que esto no era así. Una parte de mí sabía que tenía que salir del coche; toda mi familia estaba afuera, y la familia de mi abuelo también se encontraba allí.

Exhalé profundamente antes de abrir los ojos. Necesitaba mostrarme fuerte y estable cuando saliera del coche. Sequé mis lágrimas y, con esfuerzo, me bajé. Algunos familiares me miraron, saludándome. Les respondí por educación, aunque ni siquiera quería hablar. Me senté en un banco cercano, mientras mi familia discutía sobre la llegada de la carroza fúnebre para llevarse el cuerpo de mi abuelo.

No necesitaba preguntar nada; mi familia siempre contrataba a la misma funeraria cuando alguien fallecía. Además, estaba cerca del hospital, por lo que podíamos ir caminando. Aunque, en ese momento, preferiría haber ido en coche. Necesitaba regresar a casa para darme una ducha, cambiarme y conseguir ropa para el funeral. La funeraria también necesitaría un cambio de ropa para poder vestir a mi abuelo.

Poco después, la carroza llegó al hospital. No quise presenciar el momento exacto, así que me levanté cuando mi familia lo hizo y me aparté lo suficiente para no ver cómo trasladaban su cuerpo al vehículo. Aún no había avisado a mis amigos cercanos. No podía, no quería, no necesitaba. Pero sabía que debía hacerlo. Ellos habían estado pendientes de la salud de mi abuelo desde que supimos que estaba enfermo.

— Isa, voy a la casa a buscar la ropa. ¿Necesitas algo de allí? —me preguntó mi tía triz, sacándome de mis pensamientos. — ¿O te quedas aquí con mi mamá?

— No, voy. Necesito bañarme e ir por algunas cosas.

— Está bien, mamá se quedará con Beth, y tu mamá irá a terminar el papeleo —comentó mientras nos dirigíamos al coche.

— Ok —respondí, limitándome a decir algo más.

Durante el viaje, mi tía les explicaba a mis primas lo que estaba pasando. Ellas eran pequeñas y no comprendían del todo, especialmente la más pequeña. Sus llantos me sonaban lejanos, aunque las tuviera justo detrás de mí. Mi estado de ánimo estaba logrando que me disociara más de lo normal.

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El agua de la ducha caía sobre mi cabeza y hombros. Llevaba aproximadamente diez minutos bajo el chorro, inmóvil, con la mirada fija al frente. Las lágrimas salían sin cesar. El sonido de un golpe en la puerta del baño, me trajo devuelta a la realidad, sacándome de ese trance; ya era hora de regresar. Mi tía ya había terminado de alistar todo para irnos.

Cerré la llave de la ducha y me coloqué la bata antes de salir del baño. Antes de hacerlo, me detuve frente al espejo y miré mi reflejo. Mis ojos estaban hinchados y rojos de tanto llorar. Las lágrimas seguían brotando. Me acerqué al espejo, limpié las que quedaban y repetí la frase que llevaba en la cabeza desde hacía años.

"Llorar te hace débil y patética."

— Llorar me hace débil y patética —repetí en voz alta, casi como un susurro para mí misma. — No te gusta llorar, Isa. Ya lloraste lo suficiente. Ahora, para.

Desde niña, había creído que llorar era un signo de debilidad. No me gustaba hacerlo, ni mucho menos que alguien me viera o escuchara llorar. No quería que nadie supiera que era débil. Salí del baño y me dirigí rápidamente a mi habitación. En menos de dos minutos, ya estaba cambiada y con una mochila pequeña con lo que necesitaba.

Mis primas ya estaban dentro del coche, bañadas y arregladas. Mi tía también, y yo era la última en subir. Me metí rápidamente al vehículo. Durante el trayecto al funeral, mandé algunos mensajes a mis amigos cercanos, informándoles sobre el fallecimiento de mi abuelo y los detalles del funeral. Aunque no tenía ganas de ver a nadie, sabía que debía hacerlo. Aún así, me sentía incapaz de enfrentar a las personas en ese momento. Quería estar sola, pero por muchas razones, era imposible.

Mi abuelo era muy conocido. Tenía muchos amigos y conocidos, casi como una celebridad. Dondequiera que fuéramos, siempre había alguien que lo saludaba, alguien que lo quería. Mis tías y mi madre también tenían una amplia red de contactos, por lo que el funeral estaría lleno de gente. Por mi parte, sabía que tal vez habría dos o tres personas presentes que me conocieran, pero no era tan conocida como mi familia. Si alguien me saludaba o me reconocía, siempre era por mi relación que tenían con mi familia.

"¿Eres la hija de Verónica?"

"Tu abuelo es John Miller, ¿no?"

"¿Eres sobrina de Eli?"

Era algo a lo que ya me había acostumbrado, pero me agotaba. A veces, sucedía en los momentos más inoportunos.

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Aún no había llegado mucha gente. Si tuviera que dar un número exacto, serían unas treinta personas, contando a los familiares de mi abuelo y los de mi madre. La funeraria aún no había terminado de preparar la sala de velación, ni el cuerpo de mi abuelo. Mientras esperábamos, no podía dejar de observar cómo las coronas fúnebres llegaban una tras otra: empresas, amigos, familias, conocidos, de todo tipo, traían sus condolencias.

Pasaron unos minutos y la sala estuvo lista, al igual que el féretro. Mi familia y yo entramos para acomodar nuestras cosas, mientras los demás tomaban lugar afuera. No era la primera vez que estaba en un funeral, pero sí era la primera vez que me encontraba dentro de la sala. Siempre había estado del otro lado. La sensación de incomodidad era palpable. Las miradas, los murmullos, me hacían sentir aún más fuera de lugar.

Poco después, la sala se llenó. Tíos lejanos, amigos de la familia, compañeros de trabajo de mi abuelo, gente de la iglesia donde asistían mis abuelos... Y mis dos mejores amigos, que se mantenían a mi lado en silencio. Nos conocíamos desde hacía seis años, y habíamos estado juntos en los momentos buenos y malos. Este no era diferente. Agradecía mucho tenerlos cerca, pero la multitud me causaba una ansiedad insoportable. Me sentía como si estuviera atrapada.

Algunas personas se acercaban a darme el pésame, pero sus palabras no me ayudaban en absoluto. Más bien, me hacían sentir que no debía estar dolida, que no debía sentir mi duelo. Todos decían lo mismo.

"No llores, tú no debes llorar."

"Debes ser fuerte para tu familia, especialmente para tu abuela, que está pasando por una gran pérdida."

"Lamento la pérdida de tu abuela y tus tías."

No llorar... Ser fuerte...

¿Acaso yo no estaba pasando por una pérdida también? No sé si lo decían con buena intención, pero para mí, eran palabras vacías. O así lo sentía. Quería salir corriendo, irme lejos, desaparecer... pero no podía huir. No ahora.

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2024 ⏰

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 𝑰𝒇 𝑾𝒆 𝑯𝒂𝒅 𝑭𝒊𝒗𝒆 𝑴𝒐𝒓𝒆 𝑴𝒊𝒏𝒖𝒕𝒆𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora